Capítulo XXV.
A la caza del hombre invisible

Durante un rato, Kemp fue incapaz de hacer comprender a Adye todo lo que había ocurrido. Los dos hombres se quedaron en el rellano, mientras Kemp hablaba deprisa, todavía con las absurdas ropas de Griffin en la mano. El coronel Adye empezaba a entender el asunto.

—¡Está loco! —dijo Kemp—. No es un ser humano. Es puro egoísmo. Tan sólo piensa en su propio interés, en su salvación. ¡Esta mañana he podido escuchar la historia de su egoísmo! Ha herido a varios hombres y empezará a matar, a no ser que podamos evitarlo. Cundirá el pánico. Nada puede pararlo y ahora se ha escapado… ¡completamente furioso!

—Tenemos que cogerlo —dijo Adye—, de eso estoy seguro.

—¿Pero cómo? —gritó Kemp y, de pronto, se le ocurrieron varias ideas—. Hay que empezar ahora mismo. Tiene que emplear a todos los hombres que tenga disponibles. Hay que evitar que salga de esta zona. Una vez que lo consiga, irá por todo el país a su antojo, matando y haciendo daño. ¡Sueña con establecer un Reinado del Terror! Oiga lo que le digo: un Reinado del Terror. Tiene que vigilar los trenes, las carreteras, los barcos. Pida ayuda al ejército. Telegrafíe para pedir ayuda. Lo único que lo puede retener aquí es la idea de recuperar unos libros que le son de gran valor. ¡Ya se lo explicaré luego! Usted tiene encerrado en la comisaría a un hombre que se llama Marvel…

—Sí, sí, ya lo sé —dijo Adye—. Y también lo de esos libros.

—Hay que evitar que coma o duerma; todo el pueblo debe ponerse en movimiento contra él, día y noche. Hay que guardar toda la comida bajo llave, para obligarle a ponerse en evidencia, si quiere conseguirla. Habrá que cerrarle todas las puertas de las casas. ¡Y que el cielo nos envíe noches frías y lluvia! Todo el pueblo tiene que intentar cogerlo. De verdad, Adye, es un peligro, una catástrofe; si no lo capturamos, me da miedo pensar en las cosas que pueden ocurrir.

—¿Y qué más podemos hacer? —dijo Adye—. Tengo que bajar ahora mismo y empezar a organizarlo todo. Pero, ¿por qué no viene conmigo? Sí, venga usted también. Venga y preparemos una especie de consejo de guerra. Pidamos ayuda a Hopps y a los gestores del ferrocarril. ¡Venga, es muy urgente! Cuénteme más cosas, mientras vamos para allá. ¿Qué más hay que podamos hacer? Y deje eso en el suelo.

Minutos después, Adye se abría camino escaleras abajo. Encontraron la puerta de la calle abierta y, fuera, a los dos policías, de pie, mirando al vacío.

—Se ha escapado, señor —dijo uno.

—Tenemos que ir a la comisaría central. Que uno de vosotros baje, busque un coche y suba a recogernos. Rápido. Y ahora, Kemp, ¿qué más podemos hacer? —dijo Adye.

—Perros —dijo Kemp—. Hay que conseguir perros. No pueden verlo, pero sí olerlo. Consiga perros.

—De acuerdo —dijo Adye—. Casi nadie lo sabe, pero los oficiales de la prisión de Halstead conocen a un hombre que tiene perros policía. Los perros ya están, ¿qué más?

—Hay que tener en cuenta —dijo Kemp— que lo que come es visible. Después de comer, se ve la comida hasta que la asimila; por eso tiene que esconderse siempre que come. Habrá que registrar cada arbusto, cada rincón, por tranquilo que parezca. Y habrá que guardar todas las armas o lo que pueda utilizarse como un arma. No puede llevar esas cosas durante mucho tiempo. Hay que esconder todo lo que él pueda coger para golpear a la gente.

—De acuerdo —dijo Adye—. ¡Lo atraparemos!

—Y en las carreteras… —dijo Kemp, y se quedó dudando un momento.

—¿Sí? —dijo Adye.

—Hay que echar cristal en polvo —dijo Kemp—. Ya sé que es muy cruel. Pero piense en lo que puede llegar a hacer.

Adye tomó un poco de aire.

—No es juego limpio, no estoy seguro. Pero tendré preparado cristal en polvo, por si llega demasiado lejos.

—Le prometo que ya no es un ser humano —dijo Kemp—. Estoy tan seguro de que implantará el Reinado del Terror, una vez que se haya recuperado de las emociones de la huida, como lo estoy de estar hablando con usted. Nuestra única posibilidad de éxito es adelantarnos. Él mismo se ha apartado de la humanidad. Su propia sangre caerá sobre su cabeza.[16]