Capítulo XVI.
En el Jolly Cricketers

El Jolly Cricketers estaba al final de la colina, donde empezaban las líneas del tranvía. El posadero estaba apoyado en el mostrador con sus brazos, enormes y rosados, mientras hablaba de caballos con un cochero escuchimizado. Al mismo tiempo, un hombre de negra barba vestido de gris se estaba comiendo un bocadillo de queso, bebía Burton y conversaba en americano con un policía que estaba fuera de servicio.

—¿Qué son esos gritos? —preguntó el cochero, saliéndose de la conversación e intentando ver lo que ocurría en la colina, por encima de la cortina, sucia y amarillenta, de la ventana de la posada. Fuera, alguien pasó corriendo.

—Quizá sea un incendio —dijo el posadero.

Los pasos se aproximaron, corrían con esfuerzo. En ese momento la puerta de la posada se abrió con violencia. Y apareció Marvel, llorando y desaliñado. Había perdido el sombrero y el cuello de su chaqueta estaba medio arrancado. Entró en la posada y, dándose media vuelta, intentó cerrar la puerta, que estaba entreabierta y sujeta por una correa.

—¡Ya viene! —gritó desencajado—. ¡Ya llega! ¡El hombre invisible me persigue! ¡Por amor de Dios! ¡Ayúdenme! ¡Socorro! ¡Socorro!

—Cerrad las puertas —dijo el policía—. ¿Quién viene? ¿Por qué corre?

Se dirigió hacia la puerta, quitó la correa, y dio un portazo. El americano cerró la otra puerta.

—Déjenme entrar —dijo Marvel sin dejar de moverse y llorando, sin soltar los libros—. Déjenme entrar y enciérrenme en algún sitio. Me está persiguiendo. Me he escapado de él y dice que me va a matar, y lo hará.

—Tranquilícese, está usted a salvo —le dijo el hombre de la barba negra—. La puerta está cerrada. Tranquilícese y cuéntenos de qué se trata.

—Déjenme entrar —dijo Marvel.

En ese momento se oyó un golpe que hizo temblar la puerta; fuera, alguien estaba llamando insistentemente y gritando. Marvel dio un grito de terror.

—¿Quién va? —preguntó el policía—. ¿Quién está ahí?

Marvel, entonces, se lanzó contra los paneles, creyendo que eran puertas.

—¡Me matará! Creo que tiene un cuchillo o algo parecido. ¡Por el amor de Dios!

—Por aquí —le dijo el posadero—. Venga por aquí.

Y levantó la tabla del mostrador.

El señor Marvel se escondió detrás del mostrador, mientras, fuera, las llamadas no cesaban.

—No abran la puerta —decía el señor Marvel—. Por favor, ¡no abran la puerta! ¿Dónde podría esconderme?

—¿Se trata del hombre invisible? —preguntó el hombre de la barba negra, que tenía una mano a la espalda—. Va siendo hora de que lo veamos.

De pronto, se abrió la ventana de la posada. La gente iba de un lado a otro de la calle corriendo y dando gritos. El policía, que había permanecido encima de un sillón intentando ver quién llamaba a la puerta, se bajó y, arqueando las cejas, dijo:

—Es cierto.

El posadero, de pie, delante de la puerta de la habitación en donde se había encerrado el señor Marvel, se quedó mirando a la ventana que había cedido; luego se acercó a los otros dos hombres.

Y, de repente, todo se quedó en silencio.

—¡Ojalá tuviera mi porra! —dijo el policía dirigiéndose a la puerta—. En el momento que abramos se meterá. No hay forma de pararlo.

—¿No cree que tiene demasiada prisa en abrir la puerta? —dijo el cochero.

—¡Corran los cerrojos! —dijo el hombre de la barba negra—. Y si se atreve a entrar… —y enseñó una pistola que llevaba.

—¡Eso no! —dijo el policía—. ¡Sería un asesinato!

—Conozco las leyes de la comarca —dijo el hombre de la barba—. Voy a apuntarle a las piernas. Descorran los cerrojos.

—No, y menos con un revólver a mis espaldas —dijo el posadero, mirando por encima de las cortinas.

—Está bien —dijo el hombre de la barba negra, y, agachándose con el revólver preparado, los descorrió él mismo. El posadero, el cochero y el policía se quedaron mirando.

—¡Vamos, entre! —dijo el hombre de la barba en voz baja, dando un paso atrás y quedándose de pie, de cara a la puerta, con la pistola en la espalda. Pero nadie entró y la puerta permaneció cerrada. Cinco minutos después, cuando un segundo cochero asomó la cabeza cuidadosamente, estaban todos todavía esperando. En ese momento apareció una cara ansiosa por detrás de la puerta de la trastienda y preguntó:

—¿Están cerradas todas las puertas de la posada?

—Era Marvel, —y continuó—: Seguro que está merodeando alrededor. Es un diablo.

—¡Dios mío! —exclamó el posadero—. ¡La puerta de atrás! ¡Óiganme! ¡Miren todas las puertas! —Y miró a su alrededor sin esperanza. Entonces, la puerta de la trastienda se cerró de golpe y oyeron cómo echaban la llave—. ¡También está la puerta del patio y la puerta que da a la casa! En la puerta del patio…

El posadero salió disparado del bar.

Y reapareció con un cuchillo de cocina en la mano.

—La puerta del patio estaba abierta —dijo con desolación.

—Entonces, puede que ya esté dentro —dijo el primer cochero.

—En la cocina no está —dijo el posadero—. La he registrado palmo a palmo con este juguetito en la mano y, además, hay dos mujeres que no creen que haya entrado. Por lo menos, no han notado nada extraño.

—¿Ha atrancado bien la puerta? —preguntó el primer cochero.

—No puedo estar en todo —dijo el posadero.

El hombre de la barba guardó la pistola y, no había acabado de hacerlo, cuando alguien bajó la tabla del mostrador y chirrió el cerrojo. Inmediatamente después se rompió el pestillo de la puerta con un tremendo ruido y la puerta de la trastienda se abrió de par en par. Todos oyeron chillar a Marvel como una liebre a la que han atrapado, y atravesaron corriendo el bar para acudir en su ayuda. El hombre de la barba disparó y el espejo de la trastienda cayó al suelo hecho añicos.

Cuando el posadero entró en la habitación, vio a Marvel que se debatía, hecho un ovillo, contra la puerta que daba al patio y a la cocina. La puerta se abrió mientras el posadero dudaba qué hacer y arrastraron a Marvel hasta la cocina. Se oyó un grito y un ruido de cacerolas chocando unas con otras. Marvel, boca abajo y arrastrándose obstinadamente en dirección contraria, era conducido a la fuerza hacia la puerta de la cocina, y alguien descorrió el cerrojo.

En ese momento el policía, que había estado intentando sobrepasar al posadero, entró en la estancia seguido de uno de los cocheros y, al intentar sujetar la muñeca del hombre invisible, que tenía agarrado por el cuello a Marvel, recibió un golpe en la cara y se tambaleó, cayendo de espaldas. Se abrió la puerta y Marvel hizo un gran esfuerzo para impedir que lo sacaran fuera. Entonces el cochero, agarrando algo, dijo:

—¡Ya lo tengo!

Después, el posadero empezó a arañar al hombre invisible con sus manos coloradas.

—¡Aquí está! —gritó.

El señor Marvel, que se había liberado, se tiró al suelo, e intentó escabullirse entre las piernas de los hombres que se estaban peleando. La lucha continuaba al lado del quicio de la puerta, y, por primera vez, se pudo escuchar la voz del hombre invisible, que lanzó un grito cuando el policía le dio un pisotón. El hombre invisible siguió gritando, mientras repartía puñetazos a diestro y siniestro, dando vueltas. El cochero también gritó en ese momento y se dobló. Le acababan de dar un golpe debajo del diafragma. Mientras tanto se abrió la puerta de la cocina que daba a la trastienda y, por ella, escapó el señor Marvel. Después, los hombres que seguían luchando en la cocina se dieron cuenta de que estaban dando golpes al aire.

—¿Dónde se ha ido? —gritó el hombre de la barba—. ¿Se ha escapado?

—Se ha ido por aquí —dijo el policía, saliendo al patio y quedándose allí, parado.

Un trozo de teja le pasó rozando la cabeza y se estrelló contra los platos que había en la mesa.

—¡Ya le enseñaré yo! —gritó el hombre de la barba negra, y asomó un cañón de acero por encima del hombro del policía, y disparó cinco veces seguidas en dirección al lugar de donde había venido la teja. Mientras disparaba, el hombre de la barba describió un círculo con el brazo, de manera que los disparos llegaron a diferentes puntos del patio.

Acto seguido, se hizo el silencio.

—Cinco balas —dijo el hombre de la barba—. Es lo mejor. Cuatro ases y el comodín. Que alguien me traiga una linterna para buscar el cuerpo.