La primavera de la vida

En verdad era vivaz el joven

que me detuvo un día.

Tras una ojeada complacida, he aquí

lo que me supo decir:

«¡Pero, mazel tov, es Asimov,

dichosos los ojos que al fin os ven!»

Desde años atrás, siempre temí

que hubierais muerto tiempo ha.

O que si vivo, hubierais

tenido que ver pasar cincuenta años fríos,

Y estuvierais débil, desencajado,

con cabellos ralos y ojo reumático.

Pues, la verdad, vuestras cosas leo

desde que sólo un chiquillo era,

incapaz de distinguir o separar

las buenas de las malas hebras.

También mi padre os leía ya

antes de conocer a mamá.

Con vos soñaba, desde que un día

de vos oyó hablar a su papá.

Desde el alba de los tiempos, hombre genial,

mis antepasados han admirado de verdad

al decano de la ciencia ficción y gran escritor,

al viejo Asimov.

Eso ya me rebasó. «Calla! —exclamé—,

la vieja chispa todavía arde en mí.

Mi paso es ligero, brilla mi ojo,

poblado y negro conservo el cabello.»

Abreviaré: su sonrisa expresaba desconfianza,

de modo que reaccioné así:

verán, chillé y de un golpe maté

a aquel crío podrido.

La modificación de que hablaba aparece en la primera línea de la segunda estrofa. Originariamente, ésta decía: «Pero —estrellas del cielo— es Asimov», pero la citada jovencita advirtió en el acto que la expresión adecuada era «mazel tov». Esta frase hebrea significa «buena suerte» y los judíos la emplean como saludo gozoso en ocasiones de regocijo, entre las que sin duda debe contarse un encuentro con mi persona.

Han transcurrido diez años desde que escribí el poema y, lógicamente, aún ha ido en aumento la impresión de increíble vejez que causo entre quienes sólo me conocen a través de mis obras. Cuando este poema fue escrito sólo llevaba publicados sesenta y seis libros. Ahora, diez años más tarde, el marcador señala ciento setenta y cinco, conque ha sido ésta una década de constante conflagración mental.

De un modo u otro, sigo conservando mi vieja chispa. Mi paso aún es ligero y mi ojo también brilla. Más aún, me desenvuelvo mejor que nunca en las conversaciones con mujeres jóvenes (y ya es decir). El Único verso que tendría que modificar ahora es el que hace referencia a mi «poblado y negro» cabello. No existe por ahora peligro inminente de calvicie, pero —¡ay de mí!—, comienzo a encanecer. Estos últimos años, me he dejado crecer un generoso par de algodonosas patillas y las tengo casi blancas.

Y ahora que ya saben lo peor sobre mi persona, pasemos a los cuentos o más bien (pues todavía no se han librado totalmente de mi presencia) a mi comentario de introducción al primer cuento.

* * *

Los orígenes de Intuición femenina van ligados a la persona de Judy-Lynn Benjamin, a quien conocí en el Congreso Internacional de Ciencia Ficción que se celebró en 1967, en la ciudad de Nueva York. A Judy-Lynn hay que verla para creerla —es una mujer increíblemente inteligente, de ingenio rápido y gran tenacidad que parece irradiar constantemente un encendido fulgor radiactivo.

En aquel entonces era directora comercial de «Galaxy».

El 21 de marzo de 1971 se casó con ese encantador viejo cicatero, Lester del Rey, y en dos segundos consiguió limar a golpe limpio todas sus asperezas. En estos momentos, es directora editorial de Ballantine Books, con el nombre de Judy-Lynn del Rey y está generalmente considerada (sobre todo por mi parte) como uno de los principales editores del ramo.[3]

Hace unos años, en 1968, cuando Judy-Lynn todavía trabajaba para «Galaxy», un día estábamos sentados en el bar de un hotel de Nueva York y ella me hizo conocer, lo recuerdo bien, algo llamado grasshopper.[4] Le dije que no bebía, pues no toleraba el alcohol, pero ella insistió en que ese combinado me gustaría, y lo malo es que así fue.

Es un cóctel verde a base de crema de menta, y nata, y sabe Dios qué cosas más, y es delicioso. En aquella ocasión sólo tomé uno, conque me limité a acceder a un nivel ligeramente superior al estado de ruidosa campechanería que suele caracterizarme normalmente, y seguí manteniéndome lo suficientemente sobrio como para poder hablar de negocios.[5]

Judy-Lynn sugirió que escribiera un cuento sobre un robot femenino. En fin, como es lógico, mis robots son sexualmente neutros, pero todos llevan nombres masculinos y siempre los trato como si fueran varones. El cambio que ella me sugería podía ser bueno.

—Hi, es una idea interesante —dije, y me alegré muchísimo, pues Ed Ferman me había pedido un cuento en conmemoración del vigésimo aniversario de «Fantasy and Science Fiction» y yo había aceptado, pero por el momento no se me ocurría ninguna idea.

El 8 de febrero de 1969 comencé a escribir Intuición femenina, ateniéndome a la sugerencia. Cuando estuvo terminado, Ed lo aceptó y el relato se publicó en el «Fantasy and Science Fiction» de octubre de 1969, el número del vigésimo aniversario. Y, además, apareció como narración principal de ese número.

Pero, entre el momento de la venta del cuento y el de su publicación, Judy-Lynn me preguntó casualmente un día:

—¿Al final hiciste algo con mi idea de un relato sobre un robot femenino?

—Sí, lo he escrito, Judy-Lynn, y Ed Ferman va a publicarlo —dije entusiasmado—. Gracias por la sugerencia.

Judy-Lynn abrió mucho los ojos.

—Los cuentos basados en mis ideas son para mí, zoquete. No se venden a la competencia —dijo en tono muy peligroso.

Tras lo cual siguió explayándose sobre el tema durante media hora y rechazó con sorna todos mis intentos de explicarle que Ed me había pedido un cuento antes de que ella me hiciera la sugerencia y que nunca me había dicho claramente que quería publicar ella ese cuento.

Las cosas como sean, Judy-Lynn, ahí va el cuento otra vez, y reconozco gustoso que la sugerencia de un robot femenino te la debo a ti. ¿Contenta? (No, tampoco lo esperaba).