Aniversario

Los preparativos para el rito anual habían concluido. Aquel año se celebraba en casa de Moore, y la señora Moore y sus pequeños pasarían resignadamente la velada en casa de la madre de ella.

Con una débil sonrisa en los labios, Warren Moore examinó la habitación. Al principio, la celebración sólo se mantenía gracias al entusiasmo de Mark Brandon, pero Moore había llegado a apreciar aquel recuerdo. Tal vez fuera cosa de la edad, de los veinte años pasados. Su sensiblería aumentaba a la par que su barriga y su calvicie.

Así que todas las ventanas estaban polarizadas, en oscuridad total, y las cortinas se encontraban corridas. Sólo algunos puntos de la pared se hallaban iluminados, evocando la escasa luz y el espantoso aislamiento del día del accidente.

Sobre la mesa había raciones espaciales, con formas de varillas y de tubos, y en el centro resplandecía una botella de acuaverde Jabra, el potente brebaje que sólo la actividad química de los hongos marcianos podía suministrar.

Moore miró su reloj. Brandon llegaría pronto; nunca llegaba tarde a esa reunión.

Estaba intrigado por lo que Brandon le había dicho por el tubo: «Warren, esta vez tengo una sorpresa. Espera y verás. Espera y verás».

Brandon parecía no envejecer. A sus cuarenta años, no sólo conservaba la silueta, sino la vitalidad. Aún se entusiasmaba con lo bueno y se exasperaba con lo malo. El cabello se le estaba encaneciendo, pero, salvo por ese detalle, cuando Brandon se paseaba de un lado a otro, hablando de cualquier cosa a voz en grito y a toda velocidad, Moore no necesitaba cerrar los ojos para ver al asustado joven que sobrevivió al naufragio del Reina de Plata.

Llamaron a la puerta y Moore la activó sin girarse.

—Entra, Mark.

—¿Señor Moore? —dijo una voz extraña y tímida.

Moore se volvió. También estaba Brandon, pero al fondo, sonriendo con entusiasmo. Delante de él había un individuo bajo, regordete, calvo por completo, de piel muy morena y con aspecto de veterano del espacio.

—¿Mike Shea…? ¡Mike Shea, santísimo espacio!

Se estrecharon la mano, riéndose.

—Se puso en contacto conmigo en mi despacho —explicó Brandon—. Recordó que yo trabajaba en Productos Atómicos…

—Han pasado un montón de años —comentó Moore—. Veamos, estuviste en la Tierra hace doce años…

—Nunca ha venido a un aniversario —le interrumpió Brandon—. ¿Qué me dices? Ahora se retira. Abandonará el espacio para irse a una propiedad que ha adquirido en Arizona. Ha pasado a saludarnos antes de marcharse. Vino a la ciudad para eso, y yo creí que venía por lo del aniversario. «¿Qué aniversario?», me preguntó el muy tonto.

Shea asintió sonriendo.

—Me ha dicho que lo celebráis todos los años.

—¡Claro que sí! —exclamó Brandon—. Y esta vez será la primera en que estaremos los tres, el primer aniversario de verdad. Son veinte años, Mike; veinte años desde que Warren salió de ese cascajo para llevarnos hasta Vesta.

Shea echó un vistazo alrededor.

—Raciones espaciales, ¿eh? Yo las consumo todas las semanas. Y Jabra. Ah, claro, ya recuerdo… Veinte años. Jamás he pensado en ello y de pronto parece que fuera ayer. ¿Os acordáis de cuando al fin regresamos a la Tierra?

—Ya lo creo —respondió Brandon—. Los desfiles, los discursos. Warren era el único héroe del acontecimiento y nosotros insistíamos en ello, pero no nos prestaban atención ¿Os acordáis?

—En fin —dijo Moore—, fuimos los primeros en sobrevivir a una colisión en el espacio. Era algo inusitado, y lo inusitado merece una celebración. Estas cosas son irracionales.

—¿Recordáis las canciones que compusieron? —preguntó Shea—. Esa marcha… «Podéis cantar sobre las rutas del espacio y el ritmo desenfrenado del…».

Brandon se le unió con su clara voz de tenor e incluso Moore sumó su voz al coro, hasta el punto de que la última línea sonó estentórea como para agitar las cortinas.

—«En las ruinas del Reina de Plata» —vociferaron, y soltaron una estruendosa risotada.

—Abramos el Jabra para el primer sorbo —propuso Brandon—. Esta botella debe durar toda la noche.

—Mark insiste en la fidelidad total —explicó Moore—. Me sorprende que no me pida que salga por la ventana y eche a volar en torno del edificio.

—Pues no es mala idea —bromeó Brandon.

—¿Recordáis nuestro último brindis? —Shea alzó el vaso vacío y entonó—: Caballeros, por la provisión anual de H2O que supimos guardar. Estábamos muy ebrios cuando aterrizamos. Vaya, éramos jóvenes. Yo tenía treinta años y me creía un viejo. Y ahora —añadió en un tono melancólico— me han retirado.

—¡Bebe! —lo animó Brandon—. Hoy vuelves a tener sed, y recordamos aquel día en el Reina de Plata aunque todos lo olviden. Público ingrato y voluble.

Moore se rió.

—¿Qué esperabas? ¿Una fiesta nacional cada año, con raciones espaciales y Jabra, la comida y la bebida del ritual?

—Escucha, seguimos siendo los únicos hombres que han sobrevivido a una colisión en el espacio. Y míranos. Nadie nos recuerda.

—Enhorabuena. A fin de cuentas lo pasamos bien y la publicidad nos dio un buen impulso. Nos va bien, Mark. Y también le iría bien a Mike Shea si no hubiera querido regresar al espacio.

Shea sonrió y se encogió de hombros.

—Me gusta estar allí y no me arrepiento. Con la indemnización del seguro que me dieron, cuento con bastante dinero para retirarme.

—La colisión fue un gran traspiés para Seguros Transespaciales —comentó Brandon en un tono evocador—. Aun así, todavía falta algo. Uno habla del Reina de Plata actualmente y la gente sólo piensa en Quentin, si es que piensa en alguien.

—¿En quién? —preguntó Shea.

—Quentin. El profesor Horace Quentin. Una de las víctimas. Si hablas de los tres supervivientes, te miran sin entender.

—Vamos, Mark, reconócelo —medió Moore—. El profesor Quentin era uno de los grandes científicos del mundo y nosotros tres no somos nadie.

—Sobrevivimos. Seguimos siendo los únicos que han sobrevivido.

—¿Y qué? Mira, John Hester iba a bordo, y él también era un científico importante. No tanto como Quentin, pero importante. Yo estaba junto a él en esa última cena, cuando el meteoro chocó con nosotros. Bueno, pues sólo porque Quentin murió en el accidente mismo, la muerte de Hester se olvidó. Nadie recuerda que Hester murió en el Reina de Plata. Sólo se acuerdan de Quentin. También a nosotros nos han olvidado, pero al menos estamos vivos.

—Te diré una cosa —dijo Brandon después de una pausa, durante la cual la explicación de Moore no surtió ningún efecto—, somos náufragos una vez más. Hace veinte años éramos náufragos frente a Vesta. Hoy somos náufragos del olvido. Ahora los tres estamos reunidos de nuevo, y lo que ocurrió antes puede volver a ocurrir. Hace veinte años, Warren nos llevó hasta Vesta. Resolvamos este nuevo problema.

—¿Lo de vencer al olvido, quieres decir? —preguntó Moore—. ¿Hacernos famosos?

—Claro. ¿Por qué no? ¿Conoces un mejor modo de celebrar un vigésimo aniversario?

—No, pero me gustaría saber por dónde quieres empezar. No creo que la gente recuerde el Reina de Plata, excepto por Quentin, así que tendrás que pensar en alguna forma de evocar el accidente. Sólo para empezar.

Una expresión pensativa cruzó el chato semblante de Shea.

—Algunas personas se acuerdan del Reina de Plata. La compañía de seguros lo recuerda, y eso es extraño, ahora que tocáis el tema. Hace diez u once años, estuve en Vesta y pregunté que si los restos de la nave aún estaban allí. Me dijeron que sí, que nadie tenía intención de llevárselos. Así que pensé en echarles un vistazo y fui hacia allá con un motor de reacción sujeto a la espalda. En la gravedad de Vesta, sólo se necesita un motor de reacción. De todos modos, sólo pude ver la nave a lo lejos. Estaba rodeada por un campo de fuerza.

Brandon enarcó las cejas.

—¿El Reina de Plata? ¿Y por qué?

—Regresé y pregunté el porqué. No me lo explicaron, y me dijeron que no sabían que yo pensaba ir allí. Me dijeron que pertenecía a la compañía de seguros.

Moore movió la cabeza afirmativamente.

—Claro. Se quedaron con los restos después de pagar. Yo firmé la cesión, renunciando a los derechos de mi prima de salvamento cuando acepté el cheque de la indemnización. Y supongo que vosotros también.

—¿Pero por qué el campo de fuerza? —se extrañó Brandon—. ¿Por qué tanto secreto?

—No lo sé.

—Esos restos no valen nada, excepto como chatarra. Costaría demasiado transportarlos.

—Exacto —asintió Shea—. Pero lo más extraño es que se traían trozos desde el espacio, y había una pila de piezas retorcidas. Pregunté y me dijeron que siempre aterrizaban naves con más restos y que la compañía de seguros pagaba un precio fijo por cada fragmento del Reina de Plata, así que las naves que volaban en las inmediaciones de Vesta siempre buscaban algo. En mi último viaje, fui a ver de nuevo el Reina de Plata y la pila era mucho más grande.

A Brandon le brillaron los ojos.

—¿Quieres decir que todavía siguen buscando?

—No lo sé. Tal vez ya no lo hagan. Pero la pila era mucho mayor que hace diez años, así que en ese momento todavía buscaban.

Brandon se reclinó en la silla y cruzó las piernas.

—Vaya, eso es muy raro. Una austera compañía de seguros gasta dinero y explora el espacio de las inmediaciones de Vesta para hallar piezas de una nave destruida veinte años atrás.

—Tal vez intenta probar que hubo sabotaje —aventuró Moore.

—¿Después de veinte años? Aunque lo probaran, no recuperarían el dinero. Es un asunto liquidado.

—Quizás hayan dejado de buscar hace años.

Brandon se levantó con aire decidido.

—Preguntemos. Aquí hay algo raro, y el acuaverde Jabra y este aniversario me han embriagado lo suficiente como para querer averiguarlo.

—Claro —dijo Shea—, pero ¿a quién le preguntamos?

—A Multivac —respondió Brandon.

Shea abrió los ojos.

—¡Multivac! Oye, Moore, ¿tienes un terminal de Multivac aquí?

—Sí.

—Nunca he visto ninguno y siempre he querido verlos.

—No es gran cosa, Mike. Parece una máquina de escribir. No confundas un terminal de Multivac con Multivac mismo. No conozco a nadie que haya visto Multivac.

Moore sonrió ante la idea. No creía que jamás llegara a conocer a ninguno de los pocos técnicos que se pasaban la mayor parte de sus días laborales en un lugar oculto en las entrañas de la Tierra, cuidando de un superordenador de un kilómetro y medio de longitud que era depositario de todos los datos conocidos por el hombre y que dirigía la economía humana, guiaba las investigaciones científicas, contribuía a tomar decisiones políticas y tenía millones de circuitos libres para responder a preguntas personales que no atentaran contra la intimidad.

Mientras subían al segundo piso por la rampa de potencia, Brandon comentó:

—He pensado en instalar un terminal Multivac para los niños. Las tareas escolares y todo eso, ya sabéis. Pero no quiero que se convierta en una especie de sostén caro y vistoso. ¿Cómo te las apañas tú, Warren?

—Primero me enseñan las preguntas —respondió Moore—. Si yo no las apruebo, Multivac no las ve.

El terminal de Multivac era en efecto una especie de máquina de escribir.

Moore fijó las coordenadas que abrían su sector de la red de circuitos planetarios.

—Ahora, escuchad un momento. Quiero dejar constancia de que me opongo a esto y sólo os sigo el juego porque es el aniversario y porque soy tan bobo como para sentir curiosidad. ¿Cómo expreso la pregunta?

Brandon dijo:

—Pregunta esto: ¿Sigue Seguros Transespaciales buscando restos del Reina de Plata en las cercanías de Vesta? Eso únicamente requiere un sí o un no.

Moore se encogió de hombros y tecleó, mientras Shea observaba con admiración reverente.

—¿Cómo responde? —preguntó—. ¿Habla?

Moore sonrió.

—Oh, no, no puedo gastar tanto dinero. Este modelo imprime la respuesta en un papel que sale por esa ranura.

Mientras hablaba, salió una tira de papel. Moore lo cogió y le echó un vistazo.

—Vamos a ver. Multivac dice que sí.

—¡Ja! —exclamó Brandon—. Te lo dije. Ahora pregunta por qué.

—Es una tontería. Es evidente que esa pregunta atenta contra la intimidad. Sólo sale un papel amarillo que te pide que especifiques tus razones.

—Pregunta y averígualo. La búsqueda de los fragmentos no es secreta. Tal vez la razón tampoco lo sea.

Moore se encogió de hombros. Tecleó: «¿Por qué Seguros Transespaciales está llevando a cabo este proyecto de búsqueda de fragmentos del Reina de Plata que se mencionó en la pregunta anterior?».

Un papel amarillo salió casi de inmediato: «Especifique razones para solicitar información requerida».

—De acuerdo —insistió Brandon, sin amilanarse—. Dile que somos los tres supervivientes y que tenemos derecho a saberlo. Adelante. Díselo.

Moore lo tecleó con una frase neutra y surgió otro papel amarillo: «Razón insuficiente. Imposible dar respuesta».

—No creo que tengan derecho a mantener eso en secreto —se obstinó Brandon.

—Eso depende de Multivac —replicó Moore—. Juzga las razones presentadas y decide si se ve afectada la ética de la intimidad. El Gobierno mismo no podría atentar contra esa ética sin una orden judicial, y los tribunales rara vez se pronuncian en contra de Multivac. ¿Qué piensas hacer?

Brandon se puso de pie y, según su costumbre, empezó a pasear por la habitación.

—De acuerdo. Entonces, deduzcámoslo por nuestra cuenta. Es algo tan importante como para justificar tanta molestia. Hemos convenido en que no intentan hallar pruebas de sabotaje, pues han pasado veinte años. Pero Transespaciales debe de estar buscando algo tan valioso que merece la pena. ¿Qué podría ser tan valioso?

—Mark, eres un soñador —comentó Moore.

Brandon no le prestó atención.

—No pueden ser alhajas, dinero ni títulos. No podría haber suficiente como para compensar el coste de la búsqueda. Ni siquiera aunque el Reina de Plata fuera de oro puro. ¿Qué podría ser más valioso?

—No puedes juzgar el valor, Mark. Una carta podría valer un céntimo como papel y, sin embargo, significar cien millones de dólares para una empresa, según lo que se dijera en la carta.

Brandon asintió vigorosamente.

—Correcto. Documentos. Papeles valiosos. ¿Quién podría tener papeles que valieran miles de millones en ese viaje?

—¿Cómo saberlo?

—¿Qué me decís del profesor Horace Quentin? ¿Qué opinas, Warren? La gente lo recuerda porque era importante. ¿Qué pasa con los papeles que quizá llevaba consigo? Detalles de un nuevo descubrimiento, tal vez. Demonios, si al menos lo hubiera visto durante la travesía, tal vez me hubiera dicho algo mientras charlábamos. ¿Alguna vez lo viste tú, Warren?

—Que yo recuerde, no. Al menos no hablé con él. Así que una charla queda descartada en mi caso. Aunque quizá me haya cruzado con él sin saberlo.

—No, no creo —intervino Shea, repentinamente pensativo—. Creo recordar algo. Había un pasajero que jamás abandonaba su cabina. El camarero lo comentaba. Ni siquiera salía a comer.

—¿Quentin? —preguntó Brandon, dejando de caminar para mirar ávidamente al veterano del espacio.

—Tal vez, Brandon. Quizá fuera él. No recuerdo que nadie dijese que lo era. Pero debía de ser un tipo importante, porque en una nave espacial nadie se preocupa de llevar la comida a una cabina a menos que el pasajero sea alguien importante.

—Y Quentin era el tipo más importante a bordo; —señaló Brandon, con satisfacción—. Así que llevaba algo en la cabina. Algo muy valioso. Algo que tenía oculto.

—Tal vez sufría de mareo espacial —objetó Moore—, sólo que…

Frunció el ceño y guardó silencio.

—Adelante —le urgió Brandon—. ¿También recuerdas algo?

—Puede ser. Te he dicho que me senté junto al doctor Hester en esa última cena. Comentó que estaba deseando conocer al profesor Quentin durante el viaje y que no había tenido suerte.

—¡Claro! —exclamó Brandon—. ¡Porque Quentin no salía de la cabina!

—Hester no dijo eso. Pero nos pusimos a hablar de Quentin. ¿Qué fue lo que dijo? —Moore se apoyó las manos en las sienes, como exprimiéndose para extraer un recuerdo de veinte años atrás—. No me acuerdo de las palabras exactas, pero comentó que Quentin era un histrión, un esclavo del melodrama o algo parecido, y que se dirigían a una conferencia científica a Ganímedes y Quentin ni siquiera había anunciado el título de su ponencia.

—Todo encaja —dijo Brandon; echando a andar nuevamente—. Había hecho un gran descubrimiento y lo mantenía en secreto porque pensaba revelarlo en la conferencia de Ganímedes con un gran efecto teatral. No salía de la cabina porque temía que Hester quisiera sonsacarle algo, y lo hubiera hecho, sin duda. Y entonces la nave chocó contra esa roca y Quentin murió. Seguros Transespaciales investigó, oyó rumores sobre el descubrimiento y pensó que si lograba controlarlo recobraría sus pérdidas y mucho más. Así que se apropió de la nave y desde entonces están buscando los papeles de Quentin entre los restos.

Moore sonrió afectuosamente.

—Mark, es una hermosa fábula. Disfruto esta velada con sólo ver cómo inventas tanto a partir de nada.

—A partir de nada, ¿eh? Vamos a preguntarle de nuevo a Multivac. Este mes te pagaré la cuenta.

—No te preocupes, no hace falta. Pero, si no te molesta, subiré la botella de Jabra. Necesito un sorbo más para alcanzarte.

—También yo —se apuntó Shea.

Brandon se sentó ante la máquina de escribir. Los dedos le temblaban de ansiedad cuando tecleó: «¿Cuál era la índole de las últimas investigaciones del profesor Horace Quentin?».

Moore había regresado con la botella y unos vasos cuando salió la respuesta; esa vez, en papel blanco. Era una respuesta larga y en letra pequeña, y enumeraba artículos científicos publicados en revistas de veinte años atrás.

Moore le echó una ojeada.

—No soy físico, pero parece que estaba interesado en la óptica.

Brandon sacudió la cabeza con impaciencia.

—Pero todo eso está publicado. Queremos algo que aún no hubiera publicado.

—Nunca averiguaremos nada sobre eso.

—La compañía de seguros lo averiguó.

—Ésa es sólo tu teoría.

Brandon se acariciaba la barbilla con mano trémula.

—Déjame hacerle una pregunta más a Multivac.

Se sentó de nuevo y tecleó: «Quiero el nombre y el número de tubo de los colegas aún vivos del profesor Horace Quentin, los que se contaban entre sus allegados en la universidad donde él enseñaba».

—¿Cómo sabes que enseñaba en una universidad? —preguntó Moore.

—Si no es así, Multivac nos lo dirá.

Salió un papel. Sólo contenía un nombre.

—¿Piensas llamar realmente a ese hombre? —preguntó Moore.

—Claro que sí. Otis Fitzsimmons, con un número de tubo de Detroit. Warren, ¿puedo…?

—Adelante. Sigue siendo parte del juego.

Brandon marcó la combinación en el teclado del tubo de Moore. Respondió una voz femenina. Brandon preguntó por el profesor Fitzsimmons y hubo una breve pausa. Luego, contestó una voz vieja y chillona:

—Profesor Fitzsimmons —dijo Brandon—, represento a Seguros Transespaciales en el tema del difunto profesor Horace Quentin…

—Por amor de Dios, Mark —susurró Moore, pero Brandon lo contuvo con un gesto perentorio.

Hubo una pausa tan larga como si hubiera un fallo en las comunicaciones, pero finalmente la vieja voz respondió:

—¿Otra vez? ¿Después de tantos años?

Brandon chascó los dedos en un incontenible gesto de triunfo, pero conservó el aplomo.

—Seguimos intentando averiguar, profesor, si usted recuerda nuevos detalles sobre algo que el profesor Quentin llevara consigo en ese último viaje y se relacionara con su último descubrimiento inédito.

—Demonios —fue la enfadada respuesta—, ya le he dicho que no lo sé. No quiero que me molesten más con ese asunto. No sé si había algo. Él hizo insinuaciones, pero siempre las hacía sobre un artilugio u otro.

—¿Qué artilugio, profesor?

—Le digo que no lo sé. Una vez usó un nombre y se lo dije a ustedes. No creo que tenga importancia.

—Ese nombre no figura en nuestra documentación, profesor.

—Bien, pues debería, ¿Cómo era? Ah, sí. Un opticón.

—¿Con ka?

—Con ce o con ka. No lo sé ni me importa. Por favor, no quiero que vuelvan a molestarme por esto. Adiós.

Seguía refunfuñando cuando la línea se perdió.

Brandon estaba complacido.

—Mark —lo reprendió Moore—, eso es lo más estúpido que has podido hacer. Es ilegal usar una identidad fraudulenta en el tubo. Si él quiere crearte problemas…

—¿Por qué iba a hacerlo? Ya lo ha olvidado. ¿No lo entiendes, Warren? Transespaciales ha preguntado por lo mismo. Él insistía en que ya lo había explicado antes.

—De acuerdo. Pero eso ya lo suponías. ¿Qué más sabes ahora?

—También sabemos que el artilugio de Quentin se llamaba opticón.

—Fitzsimmons no parecía muy seguro. De todos modos, como ya sabemos que hacia el final se especializaba en óptica, un nombre como opticón no significa un gran adelanto.

—Y Seguros Transespaciales está buscando el opticón o unos papeles relacionados con él. Tal vez Quentin se guardaba los detalles y sólo tenía un modelo del instrumento. Shea nos ha contado que estaban recogiendo objetos de metal, ¿verdad?

—Había mucho metal en esa pila —asintió Shea.

—Lo dejarían en el espacio si estuvieran buscando papeles, así que de eso se trata, de un instrumento que quizá se llame opticón.

—Aunque todas tus teorías sean correctas, Mark, y estemos buscando un opticón, esa búsqueda es absolutamente inútil —afirmó Moore—. Dudo que más del diez por ciento de los restos permanezcan en la órbita de Vesta. La velocidad de fuga de Vesta es prácticamente inexistente. Sólo un impulso fortuito en una dirección fortuita y a una velocidad fortuita puso en órbita nuestro sector de la nave. El resto desapareció, se esparció por todo el sistema solar en todas las órbitas concebibles en torno del Sol.

—Ellos han recogido fragmentos.

—Sí, el diez por ciento que logró ponerse en la órbita de Vesta. Eso es todo.

Brandon no se daba por vencido.

—Supongamos que estaba allí y no lo encontraron. Alguien pudo habérseles adelantado.

Mike Shea se echó a reír.

—Nosotros estuvimos allí, pero, desde luego, sólo escapamos con el pellejo encima, y dimos gracias por ello. ¿Quién más?

—Correcto, y si alguien más lo encontró, ¿por qué lo mantienen en secreto?

—Tal vez no sabe qué es.

—¿Entonces cómo…? —Moore se interrumpió y se volvió hacia Shea—. ¿Qué has dicho?

Shea se quedó desconcertado.

—¿Quién, yo?

—Has dicho que nosotros estuvimos allí. —Moore entrecerró los ojos. Sacudió la cabeza como para despejarla y susurró—: ¡Gran galaxia!

—¿Qué ocurre? —preguntó Brandon—. ¿Qué pasa, Warren?

—No estoy seguro. Estás volviéndome loco con tus teorías. Tan loco que empiezo a tomarlas en serio. ¿Sabes que sí nos llevamos algunas cosas con nosotros? Además de la ropa y las pertenencias personales. Al menos, yo me llevé algo.

—¿Qué?

—Fue cuando me abría paso por el casco de la nave en ruinas… ¡Santo espacio, es como si estuviera allí, lo veo con tanta claridad…! Cogí algunos objetos y los guardé en el bolsillo de mi traje espacial. No sé por qué. No las tenía todas conmigo y lo hice sin pensar. Y, bueno, me quedé con ellos, como recuerdo. Los traje a la Tierra.

—¿Dónde están?

—No lo sé. Nos hemos mudado varias veces, ya lo sabes.

—No los habrás tirado, ¿verdad?

—No, pero cuando te trasladas de casa se extravían cosas.

—Si no las tiraste, deben de estar en alguna parte de esta casa.

—Si no se han perdido. Juro que no recuerdo haberlas visto en quince años.

—¿Qué cosas eran?

—Una pluma estilográfica, que yo recuerde; una verdadera antigüedad, de las que llevaban un cartucho con tinta. Pero lo que me tiene desconcertado es que el otro objeto era unos prismáticos de no más de quince centímetros de longitud. ¿Entendéis a qué me refiero? ¡Unos prismáticos!

—¡Un opticón! —exclamó Brandon—. ¡Claro!

—Es sólo una coincidencia —agregó Moore, tratando de recobrar la cordura—. Sólo una extraña coincidencia.

Pero Brandon no lo creía así.

—¡Claro que no es una coincidencia! Transespaciales no pudo hallar el opticón entre los restos de la nave ni en el espacio porque lo tenías tú.

—Estás chiflado.

—Vamos, tenemos que encontrar esa cosa. Moore resopló.

—Bien, miraré, si eso es lo que quieres, pero dudo que lo encuentre. Empezaremos por el desván. Es el lugar más lógico.

Shea se rió entre dientes.

—El lugar más lógico suele ser el menos indicado para buscar.

Pero todos enfilaron hacia la rampa de potencia y subieron un piso más.

El desván olía a moho y a desuso. Moore puso en marcha el condensatrón.

—Hace dos años que no condensamos el polvo. Eso os muestra que no vengo con frecuencia. Bien, veamos… De estar en alguna parte, sería en mi colección de soltero. Me refiero a los cachivaches que reunía antes de casarme. Podemos empezar por aquí.

Se puso a hojear el contenido de unas carpetas de plástico mientras Brandon miraba ansiosamente por encima del hombro.

—¿Qué te parece? —dijo Moore—. Mi anuario de la universidad. Era aficionado al audio en esos tiempos, un verdadero fanático. Logré grabar la voz con la imagen de cada estudiante de este álbum. —Acarició con afecto la cubierta—. Cualquiera juraría que aquí están las fotos tridimensionales habituales, pero todas tienen aprisionada la… —Notó que Brandon lo miraba ceñudo—. De acuerdo, seguiré buscando.

Dejó las carpetas y abrió un baúl de pesada y anticuada madera falsa. Separó el contenido de los diversos compartimentos.

—Oye, ¿qué es eso? —preguntó Brandon.

Señaló un pequeño cilindro que salió rodando por el suelo con un pequeño sonido sordo.

—¡La pluma! —exclamó Moore—. ¡Es ésa! Y aquí están los prismáticos. Ninguna de las dos cosas funciona, por supuesto. Ambas están estropeadas. Al menos, supongo que la pluma está rota, porque dentro suena algo que está suelto. ¿Lo oís? No tenía la menor idea de cómo llenarla, así que nunca he sabido si funcionaba. Hace años que no fabrican cartuchos de tinta.

Brandon la sostuvo bajo la luz.

—Tiene unas iniciales.

—¿Si? No recuerdo haberlas visto.

—Están bastante desgastadas. Parecen ser J. K. Q.

—¿Q?

—Exacto, y es una inicial rara para un apellido. La pluma debía de ser de Quentin. Un recuerdo sentimental o un amuleto. Tal vez perteneció a un bisabuelo suyo de la época en que se usaban estas plumas; algún bisabuelo llamado Jason Knight Quentin o Judah Kent Quentin o algo parecido. Podemos comprobar los nombres de los antepasados de Quentin a través de Multivac.

Moore movió la cabeza afirmativamente.

—Creo que sí. Como ves, me has vuelto tan loco como tú.

—Y si es así se demuestra que la cogiste del cuarto de Quentin. Así que también cogerías allí los prismáticos.

—Aguarda. No recuerdo haber cogido las dos cosas en el mismo lugar. No me acuerdo muy bien de mi trayecto por el exterior de la nave.

Brandon cambió de posición los prismáticos bajo la luz.

—Aquí no hay iniciales.

—¿Esperabas alguna?

—No veo nada, excepto esta estrecha marca de unión. —Pasó la uña del pulgar por el fino surco que rodeaba los prismáticos cerca del extremo más grueso. Trató en vano de hacer que girase—. Es de una sola pieza. —Se los puso ante los ojos—. Esto no funciona.

—Ya te he dicho que estaba roto. No tiene lentes…

—Cabe esperar algún desperfecto cuando una nave espacial choca contra un meteoro de cierto tamaño y se hace trizas —intervino Shea.

—De modo que aunque fuera esto… —dijo Moore, de nuevo pesimista—, aunque esto fuera el opticón, no nos serviría de nada.

Tomó los prismáticos y palpó los bordes vacíos.

—Ni siquiera se sabe dónde iban las lentes. No encuentro el surco donde pudieron estar colocadas. Es como si nunca… ¡Eh! —exclamó de pronto.

—¿Qué pasa? —se alarmó Brandon.

—¡El nombre! ¡El nombre del artilugio!

—¿Opticón?

—¡No! Cuando hablaste con Fitzsimmons por el tubo, todos entendimos «un opticón».

—Bueno, eso es lo que dijo.

—Claro —lo secundó Shea—. Yo también le oí.

—Eso creímos. Pero sólo dijo el nombre, una palabra. Anopticón. No dijo «un opticón», dos palabras, sino «anopticón», una sola palabra.

—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó Brandon.

—Enorme. Un opticón seria un instrumento con lentes, pero anopticón tiene el prefijo griego «an-», que significa «no». Las palabras de origen griego lo usan para indicar algo negativo. Anarquía significa «falta de gobierno», anemia significa «falta de sangre», anónimo significa «falta de nombre», y anopticón significa…

—¡Falta de lentes! —exclamó Brandon.

—¡Exacto! Quentin debía de estar trabajando en un aparato óptico sin lentes, y tal vez éste no esté roto.

—Pero no se ve nada al mirar por él —objetó Shea.

—Debe de estar colocado en neutro —señaló Moore—. Habrá algún modo de regularlo.

Igual que Brandon antes, lo sujetó con ambas manos y trató de hacerlo girar en torno del surco. Aumentó la presión, gruñendo.

—No lo rompas —le advirtió Brandon.

—Está cediendo. O bien se supone que es rígido, o bien la corrosión lo ha atascado. —Se detuvo, miró el instrumento con impaciencia y se lo llevó de nuevo al ojo. Dio media vuelta, despolarizó una ventana y miró las luces de la ciudad—. Que me arrojen al espacio —murmuró, con el aliento entrecortado.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —se excitó Brandon.

El atónito Moore le entregó el instrumento y Brandon se lo llevó a los ojos y exclamó:

—¡Es un telescopio!

—¡Déjame ver! —dijo Shea.

Pasaron casi una hora con él, convirtiéndolo en telescopio al hacerlo girar en una dirección y en microscopio al hacerlo girar en la contraria.

—¿Cómo funciona? —preguntaba una y otra vez Brandon.

—No lo sé —repetía Moore. Finalmente dijo—: Estoy seguro de que tiene que ver con campos de fuerza concentrados. Actuamos contra una considerable resistencia de campo. Con instrumentos de mayor tamaño, se requerirá un ajuste de la potencia.

—Un truco bastante ingenioso —comentó Shea.

—Es algo más —agregó Moore—. Apuesto a que representa un giro totalmente nuevo en física teórica. Concentra la luz sin lentes y se puede ajustar para recoger luz en una superficie cada vez más amplia sin cambios en la longitud focal. Estoy seguro de que podríamos reproducir el telescopio de quinientas pulgadas de Ceres en una dirección y un microscopio electrónico en la otra. Más aún, no veo ninguna aberración cromática, así que debe de curvar igualmente la luz de todas las longitudes de onda. Tal vez también curve ondas de radio y rayos gamma. Tal vez distorsione la gravedad, si la gravedad es una especie de radiación. Tal vez…

—¿Vale dinero? —preguntó Shea secamente.

—Muchísimo, si alguien supiera cómo funciona.

—Entonces, no iremos a ver a los de Seguros Transespaciales. Consultaremos primero con un abogado. ¿Cedimos estas cosas con nuestros derechos de la prima de salvamento o no? Ya estaban en tus manos antes de que firmaras el papel. Por otra parte, ¿el papel tiene validez si no sabíamos qué estábamos cediendo? Tal vez se pueda considerar un fraude.

—Más aún —añadió Moore—, tratándose de esto, no sé si debiera poseerlo una compañía privada. Deberíamos consultar a un organismo gubernamental. Si hay dinero en ello…

Pero Brandon se estaba golpeando las rodillas con los puños.

—¡Al demonio con el dinero, Warren! Recibiré de buena gana todo el dinero que me caiga en las manos, pero eso no es lo importante. ¡Seremos famosos, hombre, famosos! Imagina la historia. Un fabuloso tesoro perdido en el espacio. Una empresa gigantesca lleva hurgando en el espacio veinte años para encontrarlo y nosotros, los olvidados, lo tenemos en nuestras manos. Luego, en el vigésimo aniversario de la pérdida, lo encontramos. Si esta cosa funciona, sí la anóptica se transforma en una gran técnica científica, nunca nos olvidarán.

Moore sonrió y se echó a reír.

—Muy bien. Lo has conseguido, Mark. Conseguiste lo que te proponías. Nos has salvado de quedar abandonados en el olvido.

—Lo hicimos entre todos. Mike Shea nos puso en marcha con la información básica necesaria, yo elaboré la teoría y tú tenías el instrumento.

—De acuerdo. Es tarde y mi esposa regresará pronto, así que pongamos manos a la obra. Multivac nos dirá qué organismo sería el apropiado y quién…

—No, no —le interrumpió Brandon—. Primero el rito. El brindis de cierre del aniversario, por favor, y con el cambio apropiado. ¿No me das ese gusto, Warren?

Le pasó la botella de acuaverde Jabra. Moore llenó cada vaso hasta el borde.

—Caballeros, un brindis —dijo solemnemente. Los tres alzaron los vasos—. Caballeros, por los recuerdos del Reina de Plata que supimos guardar.