Cuatro horas.
Es lo que tardó el caballo más veloz del mundo en llegar de Alaska a la bahía de San Francisco, avanzando recto sobre el agua por la costa del noroeste.
También es lo que Percy tardó en recuperar del todo la memoria. El proceso había empezado en Portland cuando había bebido la sangre de gorgona, aunque su vida pasada había seguido resultándole desesperadamente vaga. Pero, mientras regresaban al territorio de los dioses del Olimpo, Percy lo recordó todo: la guerra con Cronos, su decimosexto cumpleaños en el Campamento Mestizo, su entrenador Quirón el centauro, su mejor amigo Grover, su hermano Tyson y, sobre todo, Annabeth: dos estupendos meses de citas y, luego, BUM. Había sido abducido por la alienígena conocida como Hera. O Juno… como se llamara.
Ocho meses de su vida robados. La próxima vez que Percy viera a la reina del Olimpo, iba a darle un guantazo divino.
Sus amigos y su familia debían de estar volviéndose locos. Si el Campamento Júpiter estaba en un aprieto tan grave, no quería imaginarse a lo que debían de estar enfrentándose en el Campamento Mestizo sin él.
Y lo que era aún peor: salvar los dos campamentos solo sería el principio. Según Alcioneo, la auténtica guerra tendría lugar muy lejos, en la tierra natal de los dioses. Los gigantes pensaban atacar el Monte Olimpo original y destruir a los dioses para siempre.
Percy sabía que los gigantes no podrían morir a menos que los semidioses y los dioses lucharan juntos. Nico di Angelo se lo había dicho. Annabeth también lo había mencionado en agosto, cuando había especulado sobre la posible participación de los gigantes en la nueva Gran Profecía: lo que los romanos llamaban la Profecía de los Siete. (Era lo malo de salir con la chica más lista del campamento: aprendías cosas.)
Entendía el plan de Juno: unir a los semidioses romanos y griegos para crear un equipo de élite formado por héroes, y luego convencer a los dioses para que lucharan codo con codo con ellos. Pero primero tenían que salvar el Campamento Júpiter.
El litoral empezó a resultarle familiar. Dejaron atrás a toda velocidad el faro de Mendocino. Poco después, las puntas del monte Tamalpais y el cabo de Marin surgieron de la niebla. Arión pasó como un rayo por debajo del Golden Gate y llegaron a la bahía de San Francisco.
Atravesaron Berkeley embalados hasta las colinas de Oakland. Cuando llegaron a la cumbre por encima del túnel de Caldecott, Arión se puso a dar sacudidas como un coche averiado y se paró con el pecho palpitante.
Hazel le acarició cariñosamente los costados.
—Lo has hecho estupendamente, Arión.
El caballo estaba tan cansado que no podía ni replicar: «Pues claro. ¿Qué esperabas?».
Percy y Frank se bajaron del carro de un salto. A Percy le habría gustado que hubieran tenido unos asientos cómodos o que les hubieran servido una comida durante el vuelo. Le temblaban las piernas. Tenía las articulaciones tan entumecidas que apenas podía caminar. Si entraba en combate en ese estado, el enemigo lo apodaría Jackson el Viejo.
Frank no tenía mucho mejor aspecto. Se dirigió cojeando a la cima de la colina y contempló el campamento.
—Tenéis que ver esto, chicos.
Cuando Percy y Hazel se reunieron con él, a Percy se le cayó el alma a los pies. La batalla había dado comienzo, y no progresaba favorablemente. La Undécima Legión estaba formada en el Campo de Marte, tratando de proteger la ciudad. Los escorpiones disparaban contra las filas de los nacidos de la tierra. Aníbal el elefante derribaba monstruos a un lado y al otro, pero los defensores eran mucho menos numerosos.
Reyna volaba a lomos de su pegaso Scipio alrededor del gigante Polibotes tratando de mantenerlo ocupado. Los lares habían formado unas relucientes filas moradas contra una multitud de fantasmas negros y vaporosos con armaduras antiguas. Semidioses veteranos de la ciudad se habían unido a la batalla y empujaban su muro de escudos contra el ataque de unos centauros salvajes. Águilas gigantes daban vueltas sobre el campo de batalla, librando un combate aéreo con dos señoras con serpientes en el pelo vestidas con chalecos verdes de empleadas de supermercado: Esteno y Euríale.
La legión estaba aguantando lo más fuerte del ataque, pero su formación se rompía. Cada cohorte era una isla en un mar de enemigos. La torre de asedio de los cíclopes disparaba brillantes balas de cañón verdes contra la ciudad y abrían cráteres en el foro y derruían las casas. Mientras Percy observaba, una bala de cañón impactó contra el Senado y la cúpula se desplomó parcialmente.
—Llegamos tarde —dijo Hazel.
—No —contestó Percy—. Todavía están luchando. Podemos conseguirlo.
—¿Dónde está Lupa? —preguntó Frank, con la voz embargada de desesperación—. Ella y los lobos… deberían estar aquí.
Percy recordó su estancia con la diosa loba. Había llegado a respetar sus enseñanzas, pero también había aprendido que los lobos tenían sus limitaciones. No eran guerreros capacitados para luchar en primera línea. Solo atacaban cuando su número era muy superior, y normalmente al abrigo de la oscuridad. Además, la primera norma de Lupa era la autosuficiencia. Ayudaba a sus crías todo lo que podía, les enseñaba a luchar… pero al final se convertían en depredadores o presas. Los romanos tenían que luchar solos. Tenían que demostrar lo que valían o morir. Ese era el modo de obrar de Lupa.
—Hizo lo que pudo —dijo Percy—. Retrasó al ejército cuando se dirigía al sur. Ahora depende de nosotros. Tenemos que llevar el águila de oro y las armas a la legión.
—¡Pero Arión se ha quedado sin fuerzas! —dijo Hazel—. Y nosotros no podemos cargar con todo esto.
—Puede que no nos haga falta.
Percy oteó las cumbres. Si Tyson había recibido el mensaje que le había enviado en el sueño, la ayuda podía estar cerca. Silbó lo más fuerte que pudo, como si estuviera pidiendo un taxi en Nueva York, que se habría oído desde Times Square a Central Park.
Unas sombras se movieron en los árboles. Una enorme figura negra saltó de la nada: un mastín del tamaño de un todoterreno, con un cíclope y una arpía montados a su lomo.
—¡Un perro infernal!
Frank retrocedió atropelladamente.
—¡No pasa nada! —Percy sonrió—. Son amigos.
—¡Hermano!
Tyson se apeó de su montura y corrió hacia Percy. Percy intentó prepararse, pero fue inútil. Tyson se estrelló contra él y lo asfixió de un abrazo. Durante unos segundos, Percy solo pudo ver puntos negros y grandes trozos de franela. Luego Tyson lo soltó y se rió de dicha, mirando a Percy con su enorme ojo marrón de niño.
—¡No estás muerto! —dijo—. ¡Me gusta cuando no estás muerto!
Ella revoloteó hasta el suelo y empezó a arreglarse las plumas.
—Ella ha encontrado a un perro —anunció—. Un perro grande. Y a un cíclope.
¿Se estaba ruborizando? Antes de que Percy pudiera decidirse, su mastín negro se abalanzó sobre él y lo derribó al suelo, ladrando tan fuerte que hasta Arión retrocedió.
—Hola, Señorita O’Leary —dijo Percy—. Sí, yo también te quiero, chica. Buena perra.
Hazel emitió un sonido estridente.
—¿Tienes un perro infernal que se llama Señora Leary?
—Es una larga historia —Percy consiguió levantarse y limpiarse la baba del perro—. Puedes preguntarle a tu hermano…
Le tembló la voz al ver la expresión de Hazel. Casi se había olvidado de que Nico di Angelo había desaparecido.
Hazel ya le había contado a Percy que Tánatos les había aconsejado buscar las Puertas de la Muerte en Roma, y él tenía sus propios motivos para querer encontrar a Nico: para retorcerle el pescuezo por haber fingido que no conocía a Percy cuando había llegado al Campamento Júpiter. Aun así, era el hermano de Hazel, y la conversación sobre su búsqueda tendría que esperar a otro momento.
—Lo siento —dijo—. Sí, es mi perra, la Señorita O’Leary. Tyson, estos son mis amigos, Frank y Hazel.
Percy se volvió hacia Ella, que estaba contando todas las barbas de una de sus plumas.
—¿Estás bien? —preguntó—. Estábamos preocupados por ti.
—Ella no es fuerte —dijo ella—. Los cíclopes son fuertes. Tyson encontró a Ella. Tyson ha cuidado de Ella.
Percy arqueó las cejas. Ella se estaba ruborizando.
—Tyson, estás hecho un seductor —dijo.
Tyson se puso del mismo color que el plumaje de Ella.
—Esto… No —se inclinó y susurró con nerviosismo, lo bastante alto para que los demás le oyeran—: Es guapa.
Frank se dio unos golpecitos en la cabeza como si temiera que su cerebro hubiera sufrido un cortocircuito.
—A todo esto, hay una batalla en curso.
—Es verdad —convino Percy—. Tyson, ¿dónde está Annabeth? ¿Hay más ayuda en camino?
Tyson hizo un mohín. Su gran ojo marrón se empañó.
—El gran barco no está listo. Leo dice que mañana o dentro de dos días. Entonces vendrán.
—No disponemos ni de dos minutos —dijo Percy—. Está bien, el plan es el siguiente.
Señaló lo más rápido posible quiénes eran los buenos y quiénes los malos en el campo de batalla. Tyson se alarmó al descubrir que en el ejército del gigante había cíclopes y centauros malos.
—¿Tengo que atacar a hombres poni?
—Limítate a espantarlos —le aconsejó Percy.
—Esto… Percy —Frank miró a Tyson con inquietud—. Es solo que… no quiero que nuestro amigo resulte herido. ¿Es Tyson un guerrero?
Percy sonrió.
—¿Que si es un guerrero? Frank, estás delante del general Tyson, del ejército de los cíclopes. Y, por cierto, Tyson, Frank es descendiente de Poseidón.
—¡Hermano!
Tyson estrujó a Frank entre sus brazos.
Percy contuvo la risa.
—En realidad, es más bien un tataratatara…. Da igual. Sí, es tu hermano.
—Gracias —masculló Frank a través de un bocado de franela—. Pero si la legión confunde a Tyson con un enemigo…
—¡Ya lo tengo!
Hazel fue corriendo al carro y sacó el casco romano más grande que encontró, junto con un viejo estandarte romano con las iniciales SPQR bordadas.
Se los dio a Tyson.
—Póntelos, grandullón. Así nuestros amigos sabrán que estás en nuestro equipo.
—¡Viva! —dijo Tyson—. ¡Estoy en vuestro equipo!
El casco era de un tamaño ridículo, y se puso la capa hacia atrás, como un babero.
—Servirá —dijo Percy—. Ella, tú quédate aquí. Permanece en un lugar seguro.
—Seguro —repitió Ella—. A Ella le gusta estar segura. La seguridad de los grupos. Cajas de seguridad. Ella irá con Tyson.
—¿Qué? —dijo Percy—. Oh… está bien. Como quieras. Pero procura no resultar herida. Y tú, Señorita O’Leary…
—¡GUAU!
—¿Te apetece tirar de un carro?