Percy se alegró de que Contracorriente hubiera vuelto a su bolsillo. A juzgar por la expresión de Reyna, podía ser que tuviera que defenderse.
Ella entró en el principia como un huracán, con su capa morada ondeando y sus galgos trotando a sus pies. Percy estaba sentado en una de las sillas de los pretores, que había acercado a la parte destinada a las visitas, un acto que tal vez no fuera lo correcto. Empezó a levantarse.
—Quédate sentado —gruñó Reyna—. Partiréis después de comer. Tenemos mucho de que hablar.
Dejó caer su daga tan fuerte que el cuenco con golosinas se sacudió. Aurum y Argentum ocuparon sus puestos a la izquiera y a la derecha y clavaron sus ojos de rubíes en Percy.
—¿Qué he hecho mal? —preguntó Percy—. Si es por la silla…
—No eres tú —Reyna frunció el entrecejo—. Odio las sesiones del senado. Cuando Octavio se pone a hablar…
Percy asintió con la cabeza.
—Tú eres una guerrera. Octavio es un orador. Si lo colocas al frente del senado, se hace rápidamente con el poder.
Ella entornó los ojos.
—Eres más listo de lo que pareces.
—Vaya, gracias. He oído que Octavio podría salir elegido pretor, suponiendo que el campamento sobreviva.
—Eso nos lleva a la hecatombe del juicio final y a las medidas con las que podrías ayudar a evitarlo —dijo Reyna—. Pero antes de que deposite el destino del Campamento Júpiter en tus manos, tenemos que aclarar unas cuantas cosas.
Se sentó y colocó un anillo sobre la mesa: una sortija de plata con un grabado de una espada y una antorcha, como el tatuaje de Reyna.
—¿Sabes qué es esto?
—El símbolo de tu madre —contestó Percy—. La… esto… diosa de la guerra —intentó recordar el nombre, pero no quería equivocarse: sonaba como Bolonia. ¿O salami?
—Belona, sí —Reyna lo escrutó atentamente—. ¿No recuerdas dónde has visto este anillo antes? ¿De verdad no te acuerdas de mí ni de mi hermana Hylla?
Percy negó con la cabeza.
—Lo siento.
—Debió de ser hace cuatro años.
—Poco antes de que vinieras al campamento.
Reyna frunció el entrecejo.
—¿Cómo lo…?
—Tienes cuatro rayas tatuadas. Cuatro años.
Reyna se miró el antebrazo.
—Claro. Parece mucho tiempo. Supongo que no te acordarías de mí aunque no hubieras perdido la memoria. Yo era solo una cría: una ayudante entre muchas otras en el balneario. Pero hablaste con mi hermana poco antes de que tú y la otra, Annabeth, destruyerais nuestro hogar.
Percy intentó recordar. Lo intentó de veras. Por algún motivo, Annabeth y él habían visitado un balneario y habían decidido destruirlo. No se imaginaba por qué. ¿Tal vez no les había gustado el masaje de tejido profundo? ¿O quizá les habían hecho mal la manicura?
—Tengo una laguna —dijo—. Como tus perros no me han atacado, espero que me creas. Digo la verdad.
Aurum y Argentum gruñeron. A Percy le daba la impresión de que estaban pensando: «Por favor, miente. Por favor, miente».
Reyna dio un golpecito al anillo de plata.
—Creo en tu sinceridad —dijo—. Pero en el campamento no todo el mundo opina lo mismo. Octavio piensa que eres un espía. Piensa que Gaia te ha enviado para averiguar nuestros puntos débiles y distraernos. Cree en las antiguas leyendas sobre los griegos.
—¿Antiguas leyendas?
La mano de Reyna estaba posada a mitad de camino entre la daga y las golosinas. Percy tenía la sensación de que si hacía un movimiento repentino, ella no cogería los dulces.
—Hay quien cree que los semidioses griegos todavía existen —explicó Reyna—, héroes que siguen las formas antiguas de los dioses. Existen leyendas de batallas entre héroes romanos y griegos en épocas relativamente modernas: la guerra de Secesión, por ejemplo. Yo no tengo ninguna prueba que lo demuestre, y si nuestros lares saben algo, se niegan a decirlo. Pero Octavio cree que los griegos siguen entre nosotros, tramando nuestra perdición, colaborando con las fuerzas de Gaia. Cree que tú eres uno de ellos.
—¿Es eso lo que tú crees?
—Yo creo que has venido de alguna parte —dijo ella—. Eres importante, y peligroso. Dos dioses se han interesado especialmente por ti desde que has llegado, así que me cuesta creer que trabajes contra el Olimpo… o contra Roma —se encogió de hombros—. Claro que podría equivocarme. Tal vez los dioses te han mandado para poner a prueba mi juicio. Pero creo… creo que has sido enviado para compensar la pérdida de Jason.
Jason… Allí donde Percy fuera en aquel campamento oía ese nombre.
—Por la forma en que hablas de él… —dijo Percy—. ¿Erais pareja?
Los ojos de Reyna lo atravesaron como los ojos de un lobo hambriento. Percy había visto suficientes lobos hambrientos en su vida para reconocer aquella mirada.
—Podríamos haberlo sido —dijo Reyna—, con el tiempo. Los pretores trabajan codo con codo. A menudo se involucran románticamente. Pero Jason solo fue pretor durante unos meses antes de desaparecer. Desde entonces, Octavio ha estado dándome la lata, haciendo campaña a favor de unas nuevas elecciones. Yo me he resistido. Necesito un compañero en el poder… pero prefiero a alguien como Jason. Un guerrero, no un intrigante.
Reyna permaneció a la espera. Percy se dio cuenta de que le estaba haciendo una invitación silenciosa.
Se le secó la garganta.
—Ah… ¿Te refieres a…? Ah.
—Creo que los dioses te han enviado para que me ayudes —dijo Reyna—. No sé de dónde vienes, como tampoco lo sabía hace cuatro años. Pero creo que tu llegada es una especie de resarcimiento. Una vez destruiste mi hogar. Ahora te han enviado para que lo salves. No te guardo rencor por el pasado, Percy. Mi hermana todavía te odia, es cierto, pero el destino me trajo al Campamento Júpiter. Las cosas me han ido bien. Lo único que te pido es que trabajes conmigo por el futuro. Pienso salvar este campamento.
Los perros metálicos lo miraban furiosamente, con sus bocas petrificadas en un gruñido. A Percy le empezó a costar mucho más sostener la mirada de Reyna.
—Mira, te ayudaré —le prometió—. Pero soy nuevo aquí. Tienes a muchas personas válidas que conocen el campamento mejor que yo. Si tenemos éxito en la misión, Hazel y Frank se convertirán en héroes. Podrías pedírselo a uno de ellos…
—Por favor —dijo Reyna—. Nadie obedecerá a una hija de Plutón. Hay algo en esa chica… Circulan rumores sobre el sitio del que viene… No, no servirá. En cuanto a Frank Zhang, tiene buen corazón, pero es totalmente ingenuo e inexperto. Además, si los otros se enteraran de la historia de su familia…
—¿La historia de su familia?
—El caso es que tú eres el que tiene auténtico poder en esta misión, Percy. Eres un veterano curtido. He visto de lo que eres capaz. Un hijo de Neptuno no sería mi primera elección, pero si consigues regresar de la misión, la legión se podría salvar. La pretoría será tuya si te interesa. Juntos, tú y yo podríamos ampliar el poder de Roma. Podríamos reunir un ejército, buscar las Puertas de la Muerte y derrotar a las fuerzas de Gaia de una vez por todas. Tendrías en mí a una compañera muy atenta. Tendrías en mí a una… amiga.
Pronunció la palabra como si se pudiera interpretar de varias formas, y él pudiera elegir una de ellas.
Percy empezó a dar golpecitos en el suelo con los pies, deseoso de escapar.
—Reyna… me siento honrado y todo eso. En serio. Pero tengo novia. Y no deseo poder, ni una pretoría.
Percy temía hacerla enfadar. En cambio, ella se limitó a arquear las cejas.
—¿Un hombre que rechaza poder? —dijo—. No es un comportamiento muy romano por tu parte. Piénsalo. Dentro de cuatro días tengo que tomar una decisión. Si vamos a rechazar una invasión, debemos tener dos pretores fuertes. Yo te preferiría a ti, pero si fracasas en tu misión, o no vuelves, o rechazas mi oferta… En fin, trabajaré con Octavio. Pienso salvar este campamento, Percy Jackson. Las cosas están peor de lo que crees.
Percy recordó lo que Frank había dicho acerca de los ataques de monstruos cada vez más frecuentes.
—¿Cómo de mal?
Las uñas de Reyna se clavaron en la mesa.
—Ni siquiera el senado sabe toda la verdad. Le he pedido a Octavio que no haga públicos sus augurios, o cundiría el pánico. Él ha visto un gran ejército marchando hacia el sur, con más soldados de los que podamos derrotar. Están a las órdenes de un gigante…
—¿Alcioneo?
—No lo creo. Si de verdad es invulnerable en Alaska, sería una imprudencia por su parte venir aquí en persona. Debe de ser uno de sus hermanos.
—Estupendo —dijo Percy—. Así que tenemos dos gigantes por los que preocuparnos.
La pretora asintió.
—Lupa y sus lobos intentan retrasarlos, pero el ejército es demasiado fuerte incluso para ellos. El enemigo llegará aquí pronto… para la fiesta de Fortuna, como muy tarde.
Percy se estremeció. Había visto a Lupa en acción. Lo sabía todo de la diosa de los lobos y su manada. Si el enemigo era demasiado poderoso para Lupa, el Campamento Júpiter no tenía ninguna posibilidad de ganar.
Reyna reparó en su expresión.
—Sí, la situación es grave, pero no desesperada. Si consigues devolvernos el águila, si liberas a la Muerte para que podamos matar a nuestros enemigos, tendremos una posibilidad de vencer. Y hay otra más…
Reyna deslizó el anillo de plata a través de la mesa.
—No puedo ofrecerte mucha ayuda, pero tu viaje te llevará cerca de Seattle. Te pido un favor, que también te puede ser de ayuda. Busca a mi hermana Hylla.
—Tu hermana… ¿la que me odia?
—Sí —asintió Reyna—. Le encantaría matarte, pero si le enseñas este anillo como prenda de mi parte, puede que te ayude.
—¿Puede?
—Yo no puedo hablar por ella. De hecho… —Reyna frunció la frente—. De hecho, hace semanas que no hablo con ella. Guarda silencio. Y con esos ejércitos pasando por la zona…
—Quieres que compruebe cómo está —aventuró Percy—. Que me asegure de que está bien.
—En parte, sí. No creo que la hayan vencido. Mi hermana tiene un ejército muy poderoso. Su territorio está bien defendido. Pero si la encontraras, podría ofrecerte una valiosa ayuda. Podría suponer la diferencia entre el éxito y el fracaso de tu misión. Y si le contaras lo que está pasando aquí…
—¿Podría enviar ayuda? —preguntó Percy.
Reyna no respondió, pero Percy vio la desesperación en sus ojos. Estaba aterrada, aferrándose a cualquier posibilidad que pudiera salvar su campamento. A Percy no le extrañaba que deseara su ayuda. Ella era la única pretora. La defensa del campamento reposaba sobre sus hombros.
Percy cogió el anillo.
—La encontraré. ¿Dónde busco? ¿Qué tipo de ejército tiene?
—No te preocupes. Ve a Seattle. Ella te encontrará.
No sonaba muy alentador, pero Percy ensartó el anillo en su collar de cuero con las cuentas y la placa de probatio.
—Deséame suerte.
—Lucha bien, Percy Jackson —dijo Reyna—. Y gracias.
Comprendió que la audiencia había terminado. A Reyna le estaba costando no perder la compostura y mantener la imagen de comandante segura. Necesitaba estar a solas.
Sin embargo, en la puerta del principia, Percy no pudo resistirse y se volvió.
—¿Cómo destruimos tu hogar, ese balneario en el que trabajabas?
Los galgos metálicos gruñeron. Reyna chasqueó los dedos para hacerlos callar.
—Destruiste el poder de nuestra señora —dijo—. Liberaste a unos prisioneros que se vengaron de todos los que vivíamos en la isla. Mi hermana y yo… sobrevivimos. No fue fácil. Pero a la larga, creo que estamos mejor lejos de ese sitio.
—Aun así, lo siento —dijo Percy—. Si os hice daño, lo siento.
Reyna lo miró largamente, como si estuviera intentando traducir sus palabras.
—¿Una disculpa? Un gesto nada romano, Percy Jackson. Serías un pretor interesante. Espero que consideres mi oferta.