Para esa mañana el inspector Montes había elegido una vistosa corbata de seda morada, sin duda muy cara, que lucía sobre una camisa lila; el efecto era elegante pero con un tufillo a poli de Miami que resultaba chocante. Lo mismo debieron de pensar los policías que subían con ellos en el ascensor. A Amaia no se le escapó el gesto pomposo que uno de ellos hizo al otro al salir. Miró a Montes, pues era probable que él también se hubiera dado cuenta; sin embargo, repasaba los apuntes de su PDA envuelto en una nube de perfume de Armani y ajeno en apariencia al efecto que causaba.
La puerta de la sala de reuniones estaba cerrada, pero antes de que pudiera tocar la manilla, un policía de uniforme abrió desde dentro como si hubiera estado apostado allí mismo esperando su llegada. Se hizo a un lado dejándoles ver una sala de juntas amplia y luminosa en la que la inspectora Salazar encontró más gente de la que esperaba. El comisario se sentaba a la cabecera y a su derecha dos sitios permanecían vacíos. Les indicó que se acercaran y mientras avanzaban por la sala fue haciendo las presentaciones.
—Inspectora Salazar, inspector Montes, ya conocen al inspector Rodríguez, de la científica, y al doctor San Martín. El subinspector Aguirre, de drogas, el subinspector Zabalza y el inspector Iriarte, de la comisaría de Elizondo. Casualmente ellos no se encontraban ayer en Elizondo cuando se halló el cadáver.
Amaia les tendió la mano y saludó con un gesto a los que ya conocía.
—Inspectora Salazar, inspector Montes, les he reunido aquí porque tengo la sospecha de que el caso de Ainhoa Elizasu va a traer más cola de la que cabría esperar —dijo el comisario mientras se volvía a sentar y les indicaba que lo hicieran ellos también—. Esta mañana el inspector Iriarte se ha puesto en contacto con nosotros para hacernos unas revelaciones que quizá puedan ser de importancia para la evolución del caso que les ocupa.
El inspector Iriarte se inclinó hacia delante poniendo sobre la mesa un par de manazas dignas de un aizkolari[4].
—Hace un mes, exactamente el cinco de enero —dijo consultando sus notas en una pequeña agenda de tapas negras de cuero que casi resultaba invisible entre sus manos—, un pastor de Elizondo que llevaba a sus ovejas a beber al río halló el cadáver de una chica, Carla Huarte, de diecisiete años. Desapareció la noche de fin de año después de estar en la discoteca Cras Test de Elizondo con sus amigos y su novio. Hacia las cuatro de la mañana salió con él y tres cuartos de hora más tarde regresó el chico solo; le dijo a un amigo que habían discutido y que ella se había bajado del coche enfadada y se había ido andando. El amigo le convenció para ir a buscarla, volvieron una hora más tarde pero no encontraron ni rastro de la chica. Dicen que no les preocupó demasiado, porque la zona estaba muy frecuentada por parejitas y porreros; además, la chica era muy popular, así que supusieron que alguien la había recogido. En el coche del novio hallamos cabellos de la chica y una tira de sujetador de las de silicona.
Iriarte tomó aire y miró a Montes y a Amaia antes de proseguir:
—Y aquí viene la parte que puede interesarles. Carla apareció en una zona a unos dos kilómetros del lugar donde hallaron a Ainhoa Elizasu. Estrangulada con un cordel de embalar, la ropa rasgada de arriba abajo.
Amaia miró a Montes alarmada.
—Recuerdo ese caso de leerlo en la prensa. ¿Tenía el pubis rasurado? —preguntó.
Iriarte miró al subinspector Zabalza, que respondió:
—Lo cierto es que no tenía pubis, toda esa zona aparecía arrancada a mordiscos de lo que parecían ser animales; en el informe de la autopsia aparecen documentadas dentelladas de al menos tres tipos de animales y algunos pelos que corresponden a un jabalí, un zorro y lo que podría ser un oso.
—¡Por Dios! ¿Un oso? —exclamó Amaia sonriendo incrédula.
—No estamos seguros, mandamos los moldes al Instituto de Estudios Plantígrados del Pirineo y aún no hemos obtenido respuesta, pero…
—¿Y el pastelillo?
—No había pastelillo… Aunque quizá sí lo hubo. Eso explicaría los mordiscos en la zona púbica, pues los animales se sentirían muy atraídos por un aroma dulce y desconocido.
—¿Tenía mordiscos en más lugares del cuerpo?
—No, no había más mordiscos, aunque sí marcas de pezuñas.
—¿Y restos de vello púbico arrojados cerca del cadáver? —inquirió Amaia.
—Tampoco, pero deben tener en cuenta que el cadáver de Carla Huarte estaba parcialmente sumergido en el río, desde los tobillos hasta las nalgas, y que en los días posteriores a su desaparición llovió torrencialmente. Si hubo algo, el agua se lo llevó.
—¿No le llamó eso la atención ayer cuando examinó a la niña? —preguntó Amaia dirigiéndose al forense.
—Desde luego —afirmó San Martín—, pero la cosa no está tan clara, son sólo similitudes. ¿Sabe cuántos cadáveres veo al cabo del año? En muchos casos hay elementos comunes sin que tengan ninguna conexión. De cualquier modo, sí que llamó mi atención, pero antes de decir nada tenía que consultar mis notas de la autopsia. En el caso de Carla, todo apuntaba a una agresión sexual por parte del novio. La chica iba hasta arriba de drogas y alcohol, tenía varios chupones en el cuello y la marca de un mordisco en un pecho que se correspondía con la dentadura del novio; además, hallamos restos de piel del sospechoso bajo sus uñas, y se correspondía con un profundo arañazo que él tenía en el cuello.
—¿Había semen?
—No.
—¿Qué dijo el chico? Por cierto, ¿cómo se llama? —preguntó Montes.
—Se llama Miguel Ángel de Andrés. Y dijo que había tomado coca y éxtasis además de alcohol —Aguirre sonrió—, y me inclino a creerle. Le detuvimos el día de Reyes y también iba hasta arriba, dio positivo para cuatro tipos de droga, incluida cocaína.
—¿Dónde está esa joya ahora? —preguntó Amaia.
—En la cárcel de Pamplona, en espera de juicio acusado de agresión sexual y homicidio, sin fianza… Tenía antecedentes por el tema de las drogas —dijo Aguirre.
—Inspectores, creo que se impone una visita a la cárcel para interrogar de nuevo a Miguel Ángel de Andrés. Quizá no mintió cuando dijo que no había matado a la chica.
—Doctor San Martín, ¿puede facilitarnos el informe de la autopsia de Carla Huarte? —preguntó Montes.
—Desde luego.
—Nos interesan sobre todo las fotografías que se tomaron en el escenario.
—Se las facilitaré cuanto antes.
—Y no estaría de más volver a inspeccionar la ropa que llevaba la chica, ahora ya sabemos qué buscar —apuntó Amaia.
—El inspector Iriarte y el subinspector Zabalza llevaron este caso en la comisaría de Elizondo. Inspectora Salazar —intervino el comisario—, usted es de allí, ¿verdad?
Amaia asintió.
—Ellos les prestarán toda la ayuda que necesiten —dijo el comisario poniéndose en pie y dando por finalizada la reunión.