6

Gloria odiaba cada segundo que pasaba en Oaks Garden, donde todo parecía haberse confabulado en su contra.

Había empezado con las terribles compañeras de habitación, que le hacían la vida imposible. Quizá la envidiaban porque su madre era famosa, aunque era probable que solo buscasen un chivo expiatorio con el que desahogarse. Gloria lo ignoraba y tampoco reflexionaba sobre ello en profundidad, pero de lo que no era capaz, en absoluto, era de pagar con la misma moneda las burlas e insultos de las chicas o hacer al menos caso omiso. A fin de cuentas, ella era muy consciente de que no era guapa y de que el uniforme no le sentaba bien, y en la escuela cada día se le demostraban, sin la menor piedad, su estupidez y falta de talento.

Pero el internado —si bien tenía como punto fuerte de su pedagogía el fomento de las bellas artes— no era precisamente un baluarte de talentos creativos. La mayoría de las demás alumnas pintarrajeaban sobre la tela con tanta torpeza como Gloria, y solo con mucha ayuda conseguían trazar una perspectiva más o menos correcta de una casa o un jardín. Gabrielle Wentworth tocaba el violín fatal y Melissa no le iba a la zaga con el violonchelo. Las muchachas con auténtica vena artística eran las menos; en el mejor de los casos sentían cierta afición por la música o la pintura. Lilian Lambert, por ejemplo, no tenía el menor reparo en tocar Annabel Lee a su profesora de piano y se sorprendía de que la señorita Tayler-Bennington no saltara loca de entusiasmo después. Lily no tenía mucho más talento que Gloria, pero se divertía en las clases de música tanto como la mayoría de las otras niñas. De acuerdo, las lecciones individuales para dominar un instrumento musical eran un fastidio, pero cantar en el coro, por ejemplo, les gustaba a todas menos a Gloria. No obstante, ninguna otra discípula había sido sometida en la primera clase a una tortura comparable a la que había padecido la hija de Kura-maro-tini Martyn.

Gloria ya vaciló un poco cuando la señorita Wedgewood, la directora del coro, la llamó a la tarima para que fuera de las primeras en cantar delante de la clase.

—¡La hija de la famosa señora Martyn! —Los ojos de la señorita Wedgewood resplandecieron—. Te estaba esperando. Nos faltan contraltos y, con que aportes la mitad de la voz de tu madre, ya nos serás de gran ayuda. ¿Nos cantas un la?

Tecleó la nota en el piano y Gloria intentó cantarla. Lo habían probado tres niñas antes que ella con un éxito moderado, tras lo cual la señorita Wedgewood les había adjudicado con un leve gemido distintas voces del coro. Sin embargo, ninguna voz había sonado tan angustiada como la de Gloria, a quien ya le resultaba de por sí horroroso tener que cantar sola delante de la clase y junto a un piano. La alusión a su madre había hecho el resto. La muchacha no logró emitir nota alguna, y en todo caso ninguna correcta, desde luego, pese a tener una voz bien modulada y agradable; era incapaz de cantar bien ni la canción más sencilla y allí sola, sobre la tarima, deseó que la tierra se la tragase.

—¡Realmente no te pareces en nada a tu madre! —observó decepcionada la señorita Wedgewood, y envió a Gloria a la última fila.

También había ido a parar allí Gabrielle, quien a partir de ese momento aprovechó cualquier oportunidad para hacer responsable de los errores a Gloria. Cuando las contraltos desafinaban se suponía que era porque Gloria confundía a las demás, y eso a pesar de cantar tan bajo que sus compañeras apenas si la oían. La única que tal vez la habría defendido era Lilian, pero ella cantaba a grito pelado entre las primeras voces.

A Gloria ya no le servía de consuelo que Lilian fuera con ella a la escuela. Ambas acudían a distintas aulas y cursos, y solo se encontraban en el coro y en el jardín durante el descanso. Allí, sin embargo, Lilian se vio rodeada de otras niñas ya en los primeros días. Pronto hizo amigas con las que cometía travesuras, y aunque no excluía a Gloria, sino que amistosamente la llamaba para que se uniera a su grupo, la mayor se encontraba desplazada entre ellas. Las alumnas de los niveles inferiores la trataban, como representante de los cursos medios, con una mezcla de admiración, envidia y distancia. Entre las distintas casas de Oaks Garden reinaba la rivalidad; no se realizaban visitas entre sí a no ser que se estuviera tramando alguna travesura. Gloria lo ignoraba, por supuesto, cuando Lilian la invitó a una fiesta de medianoche. Conforme a las instrucciones, Gloria salió a hurtadillas y casi disfrutó tomando pasteles y limonada con las niñas más jóvenes. Lilian la entretuvo con las mismas historias locas que ya la habían fascinado en Kiward Station y al final Gloria rio y parloteó casi con normalidad con las amigas de Lilian. Sin embargo, Gabrielle y las otras compañeras de habitación la sorprendieron al volver, la obligaron a confesar y delataron de inmediato a Lilian a la responsable del ala. La señorita Barnum pilló a las niñas cuando ponían orden al terminar la reunión e impuso medidas de castigo. Así que, naturalmente, culparon a Gloria del triste desenlace de la fiesta.

—¡Yo te creo! —afirmó Lilian, compadeciéndola, durante los «ejercicios correctivos» en el jardín. En Oaks Garden los castigos constituían paseos de horas, habitualmente bajo la lluvia. En realidad no se podía hablar, pero conseguir que Lily mantuviera la boca cerrada era algo imposible—. ¡Esa Gabrielle es mala! Pero ahora las demás no quieren que vengas con nosotras. ¡De verdad que lo siento mucho!

Así pues, Gloria siguió estando sola y su vida quedó limitada al internado. A Lilian le iba mejor. Casi todos los fines de semana una de sus amigas la invitaba a que pasara los días festivos con su familia. Si bien las alumnas de Oaks Garden procedían de toda Inglaterra, más o menos la mitad vivía cerca y solía invitar a las de fuera. De ahí que solo un puñado de infelices permanecieran también el fin de semana en el internado y para ellas no había pasatiempos especiales. Las muchachas solían estar malhumoradas y al menos Gabrielle y Fiona —quienes eran muy amigas, pero venían de lejos— descargaban su malestar contra Gloria.

En cualquier caso, las muchachas tenían que acudir los domingos a misa, donde Gloria se encontraba con la señorita Bleachum. Era el único momento feliz de toda la semana. No obstante, tampoco la joven institutriz parecía especialmente dichosa. Gloria se quedó perpleja cuando el primer domingo la vio al órgano en Sawston.

—No sabía que tocara —dijo con timidez, cuando por fin se reunieron tras el servicio—. ¿No le dijo a la abuela Gwyn que no daba clases de música?

Sarah Bleachum asintió.

—Glory, tesoro, si tuvieras un poco de oído tú misma sabrías por qué —bromeó, pero se contuvo cuando vio que el rostro de la niña se contraía en una mueca de dolor.

En Kiward Station, la falta de dotes musicales de Gloria se había aceptado como un hecho indiscutible, incluso había sido bien recibida. A nadie se le había ocurrido burlarse de ella por esa razón y Gloria había sido la primera en reírse con los demás. Pero ahora, la divertida autocrítica de Sarah parecía herir a la muchacha más que cualquier otro reproche que le hubieran lanzado antes por una tarea mal cumplida.

—No quería ofenderte, Glory —se disculpó de inmediato Sarah—. ¿Qué te sucede? ¿Tienes problemas en la escuela porque careces de talento, como yo?

Gloria se esforzaba por contener las lágrimas.

—¡A usted no le falta talento! ¡Hasta toca en la iglesia!

Sarah suspiró. Había discutido varias veces con Christopher acerca de si debía intervenir en la iglesia del pueblo. Hasta el momento, la señorita Tayler-Bennington, la profesora de música de Oaks Garden, había tocado los domingos el órgano y, cómo no, lo hacía mucho mejor que Sarah, a quien eso no se le daba bien. Sin embargo, Christopher insistió en que Sarah «se integrara», como decía él, en la congregación. En general la presentaba como su prima, pero, naturalmente, no faltaban rumores sobre su inminente enlace. Casi todas las mujeres con quienes hablaba Sarah se referían de forma más o menos directa a ello, y a esas alturas ya se habían formado una idea del papel que desempeñaría en la comunidad la futura esposa del pastor. Sarah se hizo cargo dócilmente de las reuniones para estudiar la Biblia y de la escuela dominical, pero pese a su indiscutible talento pedagógico, su entrega no fue correspondida.

—Sarah, querida, las señoras se quejan —señaló Christopher apenas pasadas dos semanas—. Haces de la lectura de la Biblia un estudio científico. Todas esas historias del Antiguo Testamento…, ¿tiene que ser así?

—Pensé en leerles fragmentos de la Biblia en que aparecen mujeres —se disculpó Sarah—. Y los del Antiguo Testamento son los más bonitos.

—¿Los más bonitos? ¿Cómo el de Débora, que entra en combate con un general? ¿O el de Jael, que mata a su rival con un mazo? —Christopher meneó la cabeza.

—Bueno, las mujeres del Antiguo Testamento eran un poco…, hum…, algo más enérgicas que las del Nuevo —reconoció Sarah—. Pero alcanzaron grandes metas. Ester, por ejemplo…

Christopher frunció el ceño.

—Dime, Sarah, ¿simpatizas con las sufragistas? Lo que dices suena un poco subversivo.

—Es la Biblia —señaló Sarah.

—¡Pero hay fragmentos más bonitos!

Christopher colocó con énfasis las manos sobre el Nuevo Testamento y al domingo siguiente se apresuró a demostrar a su prima cómo imaginaba él que debía tratarse el tema «Mujer y Biblia».

—¡Más preciosa que la más costosa de las perlas es una mujer buena y virtuosa! —comenzó el sermón. Luego trató someramente los pecados de Eva, para alabar después al hombre que podía calificar de propia a una buena esposa—. ¡El encanto de la mujer conforta al hombre, su inteligencia es el alivio de sus miembros!

Las mujeres de la congregación se ruborizaron como cumpliendo una orden secreta, pero paladearon la alabanza y se dejaron cautivar después por la sumisión de María a la voluntad del Señor y por las virtudes maternales de esta. Christopher acabó ganándose el aplauso general.

—En la próxima reunión leerás con ellas el Magnificat y les contarás cómo se bendijo a la Virgen —indicó animoso a Sarah—. Tampoco es un fragmento tan largo como esas historias bíblicas. A las mujeres les gusta hablar de otras cosas.

En efecto, en las reuniones de lectura de la Biblia se charlaba más que rezaba, y el reverendo era uno de los temas favoritos. Todas las mujeres soñaban con él y lo ponían por las nubes a causa de las buenas obras que había realizado para la comunidad.

—Aunque seguro que será usted una buena esposa para el reverendo —concluyó la señora Buster, la casera de Sarah, con cierta insolencia.

Christopher había alojado a su prima en casa de la anciana viuda, en una habitación cómoda y limpia. Sin embargo, la señora Buster dejaba a sus huéspedes poco espacio para la privacidad. Cuando le apetecía hablar, Sarah siempre tenía que estar a su disposición. La joven, al final, se libraba de ella dando largos paseos, la mayoría bajo la lluvia.

Pero las diferencias graves entre Sarah y la comunidad surgieron cuando Christopher le encomendó la dirección de la escuela dominical. Sarah amaba las ciencias naturales, y responder a las preguntas de sus escolares siempre conforme a la verdad constituía uno de sus principios pedagógicos más sólidos.

—Pero ¿se puede saber en qué estabas pensando? —preguntó Christopher iracundo, después de que la primera clase de Sarah a los niños levantara furibundas protestas entre los padres—. ¿Les has contado a los niños que descendemos del mono?

Sarah se encogió de hombros.

—Billy Grant quería saber si Dios realmente creó a todos los animales en seis días, una teoría que Charles Darwin ha rebatido. Le he explicado que en la Biblia se ofrece una historia muy bonita que nos ayuda a comprender mejor el milagro de la creación. Pero luego he contado a los niños lo que sucedió de verdad.

Christopher se tiraba de los pelos.

—¡Eso no está en absoluto demostrado! —exclamó indignado—. Y por mucho que tú estés convencida de ello, no es materia para una clase cristiana de domingo. ¡A ver si en el futuro eres más prudente con lo que cuentas a los niños! Aquí no estamos en el otro extremo del mundo, donde tal vez se toleran tales deprimentes teorías…

Sarah no quería reconocerlo, pero cuanto más se imaginaba como futura esposa del párroco, más anhelaba regresar precisamente a ese otro extremo del mundo. Hasta el momento siempre se había tenido por una buena cristiana, pero de forma paulatina iba creciendo en ella el temor de que eso no fuera suficiente. Parecía como si su fe careciera de firmeza y estaba segura de que tampoco le bastaba con amar al prójimo para andar ocupándose cada día de asuntos que en parte eran solo nimiedades y que a menudo no eran más que preocupaciones sin fundamento de los miembros de la comunidad. Le había resultado más satisfactorio el trato con niños, y se diría que la pequeña Gloria padecía auténticos problemas.

Pese a la impaciencia, en absoluto disimulada, de Christopher —tras el servicio de los domingos algún miembro de la comunidad solía invitarlos a él y a Sarah a comer y al reverendo no le gustaba llegar tarde—, la institutriz se retiró al menos por unos minutos con la niña y la escuchó. Ambas coincidieron en dirigirse al cementerio situado tras la iglesia. No era un lugar que invitara, pero al menos allí podrían disfrutar de cierta intimidad. Sarah no quería admitir lo que Gloria bien sabía: las dos buscaban desesperadamente lugares así donde retirarse.

—Solo saco malas notas, señorita Bleachum —se lamentó Gloria, pensando en que eso interesaría más a la profesora que las diarias vejaciones de la perversa Gabrielle—. No sé cantar ni leer las partituras. Para mí, todo suena igual. El dibujo tampoco se me da bien, aunque… hace un par de días vi una rana, una de color verde hierba, señorita Bleachum, con unas ventosas diminutas en las patas, y la dibujé. Como hacía mi bisabuelo Lucas: primero un dibujo grande de la rana y luego otro pequeño de las patas. ¡Mire, señorita Bleachum! —Gloria mostró orgullosa un dibujo al carboncillo, ya algo emborronado, que dejó impresionada a Sarah. Las clases de perspectiva parecían haber dado fruto: la niña había plasmado al animal con una fidelidad sorprendente.

»Pero la señorita Blake-Sutherland dice que es asqueroso, que no tengo que dibujar cosas asquerosas, e insiste en que el arte tiene que reflejar la belleza. A Gabrielle le han puesto un sobresaliente porque ha dibujado una flor, pero no parecía una flor de verdad…

Sarah Bleachum gimió. Gloria no carecía de talento, ni mucho menos, pero la distancia artística le resultaría siempre incomprensible.

—Aunque es probable que la señorita Blake-Sutherland no lo sepa —siguió Gloria—. Es que en Inglaterra no se enseña botánica, ni tampoco zoología, o en cualquier caso, no mucho. La geología es aburrida, para bebés. Y no hay latín; en cambio el francés…

—Pero sí te di clases de francés —la interrumpió Sarah con mala conciencia. Hacía un año largo que había empezado a enseñarle a Gloria esa lengua, pero tal vez en Oaks Garden las niñas lo aprendieran desde los primeros cursos.

Gloria se lo confirmó. Ella iba muy atrasada y tenía pocas perspectivas de ponerse al nivel del resto, sin embargo, eso le dio una idea a Sarah Bleachum.

—A lo mejor podría darte clases particulares —sugirió—. El sábado o el domingo por la tarde. ¿Te gustaría o te resultaría excesivo?

Gloria resplandeció.

—¡Sería maravilloso, señorita Bleachum! —Escapar de Gabrielle y Fiona una tarde los fines de semana le parecía fantástico—. Escriba a la abuela Gwyn para que le pague.

Sarah se negó.

—Lo haré con mucho gusto, Glory. Solo tenemos que hablar con la señorita Arrowstone. Si ella se niega…

Pese a que Christopher se lo desaconsejó, al día siguiente Sarah se puso en camino hacia el internado dispuesta a plantar cara a la señorita Arrowstone. La directora del internado no se había mostrado nada entusiasmada con la sugerencia.

—Señorita Bleachum, creí entender que estábamos de acuerdo en que la niña tenía que independizarse. Gloria se comporta como una solitaria, no se lleva bien con sus compañeras de clase y se niega a estudiar. Seguramente algunos de los contenidos del curso le son ajenos, ¡pero otras veces simplemente se niega a obedecer! ¡La profesora de historia sagrada la trajo a mi presencia hace poco porque en una redacción defendió las tesis darwinistas! ¡En lugar de escribir sobre el pecado original, se enzarzó en no sé qué sobre el origen de las especies! La reprendí severamente y la castigué.

Sarah se ruborizó.

—¡Esa niña ha crecido totalmente fuera de este mundo! —declaró la señorita Arrowstone, indignadísima—. Y sin duda usted es en parte culpable de ello. Aunque, claro, seguro que la pequeña se asilvestró en esa granja de ovejas y probablemente unas cuantas clases particulares no fueran suficientes. Por añadidura, las relaciones familiares ahí en Nueva Zelanda…, ¿es cierto lo que cuenta Lilian? ¿Qué su abuelo era de hecho un ladrón de ganado?

Sarah Bleachum no pudo contener una sonrisa.

—El bisabuelo de Lilian —corrigió—. Gloria no está emparentada con James McKenzie.

—Pero ha crecido en la familia de ese cuestionable héroe popular, ¿no es así? Todo es demasiado turbio… ¿Y quién es ese tal Jack? —Mientras hablaba, la señorita Arrowstone sacó del cajón de su escritorio una hoja de papel de carta.

Sarah reconoció la caligrafía grande y algo picuda de Gloria y enseguida se puso furiosa.

—¿Acaso lee usted la correspondencia de las niñas? —preguntó ofendida.

La señorita Arrowstone se la quedó mirando con severidad.

—No a fondo, señorita Bleachum. Pero esta…

En Oaks Garden se animaba a las alumnas a escribir a sus hogares de forma periódica y a tal actividad se reservaba la última hora de clase de la tarde del viernes. Se repartía papel de carta y había una encargada de vigilar que no solo mantenía el silencio, sino que respondía preguntas acerca del modo correcto de escribir palabras complicadas. Eso era necesario en los cursos inferiores: las niñas de la edad de Lilian Lambert lo escribían todo seguido, sin puntos ni comas. En la clase de Gloria, en cambio, la hora de escritura solía transcurrir de forma tranquila. Las muchachas escribían sosegadamente. Muy pocas tenían grandes cosas que contar, aunque, eso sí, habían aprendido a hinchar al máximo los acontecimientos más nimios: una buena nota por un dibujo, un nuevo ejercicio en clase de violín…

Gloria, por su parte, se quedaba en blanco frente a la hoja de papel. Por mucho que se esforzara, en su mente no se formaban palabras que describieran su pena. A lo sumo se reconstruían las imágenes que habían definido la semana: el lunes por la mañana, cuando encontró la blusa de la escuela que el día anterior había planchado con esmero, arrugada debajo de todos los vestidos que se había quitado Gabrielle por la noche. La niña había recibido la visita de sus padres y había regresado tarde de una excursión a la habitación compartida: estaba cansada, pero no tan agotada como para no idear una broma pesada. Gloria ya se había ganado una reprimenda de la responsable de su zona. Nunca pasaba la inspección del vestuario. Las blusas blancas parecían arrugarse en contacto con su cuerpo pese a haberlas planchado justo antes de ponérselas. Tal vez se debiera al blazer, que nunca acababa de ajustársele bien. ¿O simplemente era que Gloria se movía más o de otro modo que las otras niñas? Tal vez la responsable se fijaba especialmente en ella. Un par de alumnas más jóvenes, entre las que se contaba Lilian, tampoco daban la impresión de vestir de modo impecable, pero ofrecían un aspecto agradable o al menos divertido. Gloria, por el contrario, veía en la mirada de la señorita Coleridge la impresión tan fea y desgarbada que causaba.

—¡Una vergüenza para esta casa! —afirmaba la señorita Coleridge, y ponía a Gloria unos puntos de castigo. Gabrielle reía satisfecha.

O el martes, cuando tocaba cantar en el coro. La directora se había presentado en la clase y había insistido en que hicieran cantar en público a un par de las nuevas. Entre ellas se encontraba, claro está, Gloria (probablemente el evento se había organizado a causa de ella). La señorita Arrowstone quería saber si la hija de la famosa señora Martyn tenía tan pocas expectativas como afirmaba la señorita Wedgewood. Como era de esperar, el fracaso de Gloria fue rotundo, y también esta vez la riñeron por su mala postura en la tarima.

—¡Gloria, una jovencita debe comportarse como una dama! ¡Enderézate, levanta la cabeza, mira a los espectadores! De este modo también la voz adquiere un sonido más melodioso…

Gloria escondió la cabeza entre los hombros. No quería que la vieran. Y tampoco era una dama.

Al final se interrumpió en medio de la canción, bajó llorando de la tarima y fue a esconderse en el jardín. Cuando volvió a aparecer en la cena se ganó otros puntos de castigo.

Luego llegó el miércoles y la historia indecible del pecado original, una herencia que habían dejado Adán y Eva a toda la humanidad y de la que había oído hablar en Haldon, en la escuela dominical, sin prestar demasiada atención. Para Gloria la «herencia» se refería a la calidad de la lana de las ovejas, al instinto de pastoreo de los perros y a las características como monturas de los caballos. Todo ello podía mejorarse con el apareamiento adecuado, pero era evidente que Adán y Eva no habían tenido mucho donde elegir. Y puesto que cuando se hablaba del «paraíso» lo que acudía a su mente era el paisaje sin límites de Kiward Station y todo lo que le habían contado la señorita Bleachum y James McKenzie de las plantas y animales autóctonos, trató ligeramente el Génesis y se introdujo en la evolución de las distintas especies animales en diferentes hábitats. «El ser humano —así concluía— no se desarrolló en Nueva Zelanda. Los maoríes llegaron de Hawaiki, y los pakeha proceden de Inglaterra. Pero tampoco hay ahí monos, así que es probable que los primeros humanos fueran oriundos de África o la India. Sin embargo, el paraíso no estaba ahí, pues no hay manzanas».

Gloria no alcanzaba a entender por qué la habían enviado al despacho de la directora a causa de esta frase y la habían reñido tan severamente. Como castigo tenía que copiar tres veces la historia de la creación, con lo que aprendió que el paraíso se hallaba entre el Éufrates y el Tigris y que en la Biblia no se hablaba de monos. Gloria lo encontró todo un poco raro.

Al final, el jueves, tuvo lugar una clase de piano horrible que Gabrielle empeoró cambiando la partitura de Gloria. Con los apuntes para estudiantes avanzados no tenía nada que hacer y la señorita Tayler-Bennington la castigó por su negligencia haciéndola tocar de memoria. Todas las horas que había estado practicando laboriosamente durante la semana no sirvieron de nada. Sin partitura Gloria no podía tocar. Por la tarde, tuvo que «cumplir» el castigo con un largo y silencioso paseo. Volvía a llover, claro, y Gloria se murió de frío con el uniforme mojado.

Era imposible contar todo esto a su familia. Ni siquiera podía ponerlo por escrito sin echarse a llorar. Gloria pasó la hora, durante la cual estuvo mirando fijamente al frente, sin ni siquiera ver el pupitre del profesor, la pizarra ni a la señorita Coleridge, que se encargaba de la vigilancia.

Cuando al final cogió la pluma, la sumergió de tal modo en la tinta que las gotas cayeron en el papel de carta como lágrimas. Y entonces solo escribió las únicas palabras que tenía en su mente.

«¡Jack, por favor, por favor, llévame a casa!».

—Ya lo ve usted, señorita Bleachum —dijo sin piedad la señorita Arrowstone—. ¿Cómo íbamos a enviar esta «carta»?

Sarah contempló el desconsolado grito de socorro de Gloria. Se mordió los labios.

—Comprendo que tenga usted que ser severa —respondió entonces—. Pero lo único que le pido son unas pocas horas suplementarias de francés. Si mejora en los estudios se integrará más fácilmente. Y el fin de semana no pierde nada.

Sarah estaba decidida a encontrarse en secreto con Gloria si la señorita Arrowstone no daba su consentimiento, pero la directora acabó accediendo.

—Está bien, señorita Bleachum, si el reverendo no tiene nada que oponer…

Sarah estuvo a punto de encolerizarse de nuevo. ¿Qué tenía que ver Christopher con que ella diera clases a Gloria? ¿Desde cuándo necesitaba permiso para recibir a una alumna? Pero se dominó. No ganaría nada poniéndose a la señorita Arrowstone todavía más en contra de ella.

—Por cierto, ¡qué sermón más bonito sobre la posición de la mujer en la Biblia! —observó la directora cuando acompañó a la puerta a la visita—. Si no le importa decírselo… Todas estábamos muy conmovidas…

Gloria llegó demasiado tarde, asustada y llorosa a su primera clase del sábado por la tarde.

—Lo siento, señorita Bleachum, pero antes tenía que escribir una carta —se disculpó—. Hoy por la tarde tengo que entregársela a la señorita Coleridge. Pero yo…

Sarah suspiró.

—Pues entonces vamos primero a por ello —dijo—. ¿Has traído papel de carta?

Querida abuela Gwyn, querido abuelo James, querido Jack:

Saludos desde Inglaterra. Os habría escrito antes, pero tengo mucho que estudiar. Tengo clase de piano y canto en el coro. En la clase de inglés leemos poemas del señor Edgar Allan Poe. También aprendemos poemas de memoria. Hago bastantes progresos en la clase de dibujo. Los fines de semana veo a la señorita Bleachum. El domingo vamos a misa.

Se despide con mucho cariño, vuestra

GLORIA