…Menos 1 y contando…

Ahora, el avión cruzaba el canal, gigantesco y rugiente, como sostenido por la mano divina. Un adicto al push alzó la mirada desde el portal donde estaba sentado y creyó estar viendo una alucinación, el último sueño de la droga, que venía para llevárselo consigo, quizás al paraíso de la General Atomics, donde la comida sería gratis y los reactores atómicos estarían libres de radiaciones.

El rugido del aparato hizo que mucha gente saliera a la puerta de su casa y estirara el cuello hacia arriba como una pálida llama. Los escaparates de cristal vibraron y cayeron hechos añicos. En las calles, con sus calzadas como pistas de boliche, la basura de las cunetas formó intensos remolinos. Un policía dejó caer la cachiporra, se llevó las manos a la cabeza y soltó un grito, pero no alcanzó a oír su propia voz.

El avión seguía descendiendo, y pasaba ahora sobre los tejados como un murciélago plateado; la punta del ala de estribor pasó apenas a cinco metros de los almacenes Glamour Column.

En todo Harding, los Libre-Visores quedaron en blanco a causa de la interferencia, y la gente se quedó contemplando las pantallas con estúpida y atemorizada incredulidad.

El trueno llenó el mundo.

Killian levantó la vista de su escritorio y contempló la cristalera de pared a pared de su despacho.

La parpadeante panorámica de la ciudad, desde South City a la parte alta, había desaparecido. Toda la cristalera apenas abarcaba la silueta del Lockheed TriStar que se le venía encima. Las luces de posición brillaban intermitentemente, y durante una fracción de segundo, durante un desquiciado momento de horror, sorpresa e incredulidad absolutos, vio a Richards que le miraba. Su rostro estaba bañado de sangre, y sus ojos negros ardían como los de un demonio.

Richards sonreía.

Y le dirigía un gesto de burla.

—… ¡Oh, Dios…! —fue lo único que Killian tuvo tiempo de decir.