…Menos 3 y contando…

Allí estaba. Una enorme mole rectangular que se alzaba en la noche como una silueta negra por encima de todo lo demás. La luz de la luna la había vuelto de alabastro.

Movió el timón ligeramente. El suelo se inclinó hacia la izquierda. Richards se tambaleó en el asiento del piloto y estuvo a punto de caer de él. Movió el timón a la inversa, corrigió en exceso la posición y el aparato se inclinó a la derecha. El horizonte iba arriba y abajo descontroladamente.

«Ahora los pedales. Sí, mucho mejor.»

Presionó el timón hacia delante, con cautela. Ante sus ojos, un indicador pasó de 2000 a 1500 en un abrir y cerrar de ojos. Llevó el timón hacia atrás. Apenas podía ver nada. El ojo derecho estaba casi del todo inservible. Le pareció extraño que los ojos pudieran funcionar por separado, de uno en uno.

Volvió a presionar el timón. Ahora parecía que el avión flotase, ingrávido. El indicador pasó de 1500 a 1200 y luego a 900. Tiró del timón una vez más.

—C-uno-cuatro-nueve-ocho —dijo de nuevo la voz por la radio. Esta vez parecía muy alarmada—. ¿Algo va mal? ¡Conteste…!

—Sigue hablando, muchacho —gruñó Richards.