…Menos 7 y contando…

—¡Oh, Dios mío! —gimió Amelia Williams.

Richards echó un vistazo a su propio cuerpo, despreocupadamente. Todo su costado derecho, desde las costillas hasta la pantorrilla, era una mancha brillante de sangre fresca.

—¿Quién hubiera dicho que el tipo tenía tanta sangre en sus venas? —murmuró al verse.

McCone apareció de pronto en el compartimento de primera clase, con una pistola en la mano. Al ver a Richards, se plantó ante él. Ambos dispararon al mismo tiempo.

McCone desapareció tras la cortina que separaba primera y segunda clase. Richards cayó sentado al suelo. Se sentía muy cansado, y tenía un gran agujero en el vientre, por el cual se veían los intestinos.

Amelia se había puesto a chillar desaforadamente con las manos tirando de las mejillas como si éstas fueran de plástico.

McCone volvió a aparecer en el compartimento, tambaleándose. En la boca lucía una sonrisa. Parecía que le faltaba media cabeza, arrancada del resto por el disparo, pero aun así sonreía.

Disparó dos veces. La primera bala se incrustó en la pared por encima de la cabeza de Richards. La segunda fue a dar justo bajo la clavícula de éste.

Richards volvió a disparar. McCone dio un par de pasos tambaleándose, como si estuviera ebrio. La pistola se le escurrió de entre los dedos y de pronto pareció que el tipo se ponía a observar el compacto techo de polietileno blanco del compartimento de primera clase, comparándolo quizá con el de segunda. Por fin, cayó al suelo. El olor a pólvora y a carne quemada era penetrante y vivo, tan característico como el aroma a manzana de las prensas para sidra.

Amelia seguía chillando. Richards se admiró de lo saludable que sonaba la voz de la mujer.