El esfuerzo le abrió la herida del costado por tercera vez, pero la cafetera no se rompió. Richards se preguntó si estaría reforzada (¿con vitamina C, quizás?) para que no se rompiera en caso de caer al suelo debido a una turbulencia en vuelo. El golpe provocó una efusión de sangre sorprendentemente intensa de la cabeza de Donahue, que cayó en silencio sobre su mesa de mapas. Un reguero de sangre corrió sobre las cartas de navegación plastificadas hasta gotear de ellas al suelo.
—Roger cinco, C-uno-cuatro-nueve-ocho —decía una voz estentórea por la radio.
Richards tenía aún la cafetera en la mano, manchada de sangre y de cabellos de Donahue.
La dejó caer al suelo, pero no se produjo ningún estrépito. Allí había moqueta y la burbuja de cristal de la cafetera rodó por ella como un globo ocular inyectado en sangre que le hiciera un guiño. De improviso, evocó nuevamente la fotografía de Cathy muerta en su cunita y sintió un escalofrío.
Levantó por la cabellera el peso muerto de Donahue y revolvió los bolsillos de su chaqueta azul de vuelo. La pistola estaba allí. Se disponía a dejar caer la cabeza de Donahue sobre la mesa de mapas otra vez, pero se detuvo y la levantó un poco más. La boca de Donahue quedó colgando, desencajada, con un aire malévolo, casi de deficiente mental. La sangre inundaba su cavidad bucal.
Richards limpió la sangre de una de sus fosas nasales y observó su interior. Al fondo, apenas perceptible, vio una mezcla de sangre y masa encefálica.
—Control de tierra llamando a C-uno-cuatro-nueve-ocho —dijo la radio.
—¡Eh, eso es para ti! —oyó gritar a una voz desde el compartimento anexo—. ¡Donahue…!
Richards salió al pasillo cojeando. Se sentía muy débil. Friedman levantó la cabeza y le dijo:
—¿Quiere decirle a Donahue que mueva el culo y conteste…?
Richards le disparó justo encima del labio superior. Los dientes salieron despedidos como cuentas de un collar roto. Cabellos, sangre y sesos quedaron estampados como una mancha de Rorschach en la pared tras la silla, donde una foto en tres dimensiones mostraba a una chica tendida sobre una cama de caoba barnizada, con unas piernas inmensas eternamente extendidas ante el espectador.
En la cabina de los pilotos se oyó una exclamación ahogada y Holloway hizo un esfuerzo desesperado e inútil para cerrar la portezuela. Richards advirtió que el piloto tenía una pequeña cicatriz en la frente, en forma de signo de interrogación. Era una cicatriz típica de un chiquillo aventurero que hubiera caído al suelo desde la rama de un árbol donde jugaba a ser piloto.
Disparó contra Holloway y le dio en pleno vientre. Holloway soltó un gemido de sorpresa, las piernas dejaron de sostenerle y cayó al suelo de bruces.
Duninger, en el asiento del copiloto, se volvió hacia Richards con el rostro blanco como la luna.
—No me mate, ¿eh? —murmuró.
Sus pulmones no soltaron el aire suficiente para que la frase sonara a afirmación.
—¿Que no? —respondió suavemente Richards, al tiempo que disparaba.
Algo estalló y despidió una llamarada con breve violencia detrás de Duninger cuando éste cayó hacia delante. Silencio.
—Control de tierra llamando a C-uno-cuatro-nueve-ocho —repitió la radio.
Richards se sintió indispuesto de repente, y devolvió una buena cantidad de café mezclado con bilis. La contracción muscular le abrió la herida todavía más, y el costado empezó a latirle dolorosamente.
Se acercó cojeando a los instrumentos, que seguían moviéndose en un interminable y complejo tándem. Había demasiados controles y medidores, pensó.
—¿No tendrían algún canal de comunicaciones abierto permanentemente en un vuelo de tanta importancia? Sí, seguramente sí.
—Adelante —dijo Richards sin mucha convicción.
—¿Tenéis conectado el Libre-Visor ahí arriba, C-uno-cuatro-nueve-ocho? Nos ha llegado una última transmisión bastante confusa. ¿Sigue todo bien?
—Muy bien —respondió Richards.
—Dile a Duninger que me debe una cerveza —replicó la voz crípticamente.
Después, sólo quedó el crujido de la electricidad estática de fondo.
Otto se había hecho cargo del autobús.
Richards inició el regreso al compartimento de pasajeros para terminar su trabajo.