…Menos 18 y contando…

Media hora más tarde, la voz de Holloway llegó de nuevo hasta él por el intercomunicador. Parecía excitado.

—Richards, el control de Harding Rojo nos informa de que hay un mensaje emitido por ondas de alta intensidad para usted. Es de la Dirección de Concursos. Me han comunicado que le interesará lo que van a explicarle por Libre-Visión.

—Gracias.

Posó la mirada en la desconectada pantalla del Libre-Visor y estuvo a punto de pulsar el botón de puesta en marcha, pero retiró la mano como si el respaldo del asiento de delante, con su pantalla incorporada, estuviera abrasando. Una curiosa mezcla de temor reverente y de sensación de haber vivido ya la escena se apoderó de él. Era como estar de nuevo en el principio de todo el asunto. Sheila con su rostro delgado y cansado, el olor a col de la cocina de la señora Jenner, al fondo del pasillo. El estruendo de los concursos. Caminando hacia los billetes. El baño de los cocodrilos. Y los gritos de Cathy. Nunca habría un nuevo hijo, por supuesto. Ni siquiera aunque pudiera volver atrás, borrar todo lo sucedido y regresar al comienzo. Hasta aquella única hija enferma había tenido poquísimas probabilidades de ser engendrada.

—Conecte eso —dijo McCone—. Quizá quieran ofrecernos un…, un trato.

—¡Cállese! —exclamó Richards.

Esperó un poco más, dejando que el temor reverente le inundara como agua pesada. Qué curioso presentimiento.

El dolor era insoportable. La herida todavía le sangraba, y sentía las piernas débiles y lejanas. No estaba seguro de que le sostuvieran cuando llegara el momento de poner fin a aquella mascarada.

Con un gruñido, se inclinó hacia delante y pulsó el botón. El Libre-Visor cobró vida con una increíble nitidez, producto de la amplificación de la señal. El rostro que llenaba la cámara, en actitud de paciente espera, era muy negro y muy conocido para Richards. Era Dan Killian, sentado tras su escritorio arriñonado de caoba, con el símbolo de la Dirección de Concursos grabado.

—¡Hola! —dijo en voz baja Richards.

Estuvo a punto de caer de su asiento cuando Killian se incorporó, sonrió y dijo:

—Hola a usted, señor Richards.