…Menos 21 y contando…

Richards se sorprendió a sí mismo a punto de caer adormilado y se asustó. El monótono ronroneo de los motores resultaba traicionero e hipnótico. McCone advertía perfectamente lo que estaba sucediendo y su postura en el asiento se hizo más y más lobuna. Amelia también se había dado cuenta y estaba encogida en un asiento delantero, cerca de la cocina del aparato, contemplándoles a ambos.

Richards apuró otras dos tazas de café, pero no le sirvieron de mucho. Cada vez le era más difícil concentrarse en el mapa y en los comentarios monocordes de Holloway respecto a aquel vuelo fuera de la ley.

Por último, Richards se llevó el puño al costado donde le había herido la bala. El dolor fue inmediato e intenso, como un jarro de agua fría en el rostro. Por las comisuras de sus tensos labios escapó un gemido silbante, medio susurrado, mientras la sangre manaba de nuevo de la herida, empapándole la camisa y manchándole la mano.

Amelia emitió un grito de espanto.

—Pasaremos sobre Albany en unos seis minutos —le informó Holloway—. Si se asoma a la ventanilla, la verá aparecer por la izquierda.

—Tranquilo —murmuró Richards, sin dirigirse a nadie en concreto. O, más bien, hablando consigo mismo—. Tranquilo, relájate.

«¡Dios mío!, ¿acabará pronto todo esto?» Sí. Muy pronto. Eran las ocho menos cuarto.