…Menos 25 y contando…

Los dos agentes de vigilancia en la entrada oriental del aeropuerto observaron el enorme avión de pasajeros que corría por la pista aumentando de velocidad. Sus luces de posición, verdes y anaranjadas, parpadeaban en la creciente oscuridad, y el aullido de los motores les ensordecía.

—Se van. ¡Se van!

—¿Adónde? —dijo el otro.

Contemplaron la oscura silueta que se separaba del suelo.

Los motores transformaron su rugido en un sonido curiosamente plano, como el de una pieza de artillería haciendo prácticas en una fría mañana. El avión ascendió en un ángulo empinado; un monstruo real, tangible y prosaico, como un dado de mantequilla en un plato, pero sobrecogedor como el mismo hecho de volar.

—¿Crees que tiene ese explosivo?

—¡Diablos, yo qué sé!

El rumor del avión les llegaba ahora en ciclos cada vez más difusos.

—Pero te diré una cosa —dijo el primer policía, apartando la vista de las luces distantes y subiéndose el cuello de la chaqueta—. Me alegro de que lleve con él a ese cerdo de McCone.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal?

—Siempre que no tenga que contestarla…

—¿Te gustaría verle activar ese detonador?

Su interlocutor permaneció en silencio un largo instante. El rumor del avión se hizo más y más lejano, hasta desaparecer en el zumbido interno de los nervios en plena actividad.

—Sí.

—¿Crees que lo hará?

Una amplia sonrisa brilló en la oscuridad:

—Amigo mío, creo que va a ser una explosión sonada.