…Menos 55 y contando…

El lunes transcurrió exactamente igual al domingo —el mundo del trabajo ya no tenía un día festivo en especial— hasta las seis y media de la tarde.

A esa hora, el padre Ogden Grassner pidió a la cocina del hotel (cuyos platos, que habrían parecido execrables a cualquiera que se hubiera criado con algo mejor que hamburguesas rápidas y píldoras de concentrados, le parecían sabrosos y apetitosos a Richards) que le subieran un buen filete y una botella de vino, y se instaló para presenciar las imágenes de El fugitivo. La primera parte, dedicada a su caso, fue muy similar a los dos días anteriores. El sonido de las cintas quedaba ahogado por el griterío del público del estudio. Bobby Thompson se mostró, a la vez, comedido y virulento. En Boston se estaba procediendo a un registro casa por casa. Cualquier persona que diera albergue al fugitivo sería condenada a muerte. Richards emitió una carcajada carente de humor cuando se produjo la primera pausa para los anuncios. No estaba mal; en cierto modo, hasta resultaba entretenido. Se dijo que podía soportar cualquier cosa menos una repetición de las imágenes de los policías muertos.

La segunda mitad del programa fue notablemente distinta. Esta vez, Thompson sonreía abiertamente.

—Y ahora, después de haber visto las cintas remitidas por ese monstruo que se esconde bajo el nombre de Ben Richards, tengo el placer de comunicarles una buena noticia…

Habían cogido a Laughlin.

Había sido visto el viernes en Topeka, pero una búsqueda intensiva por toda la ciudad durante el sábado y el domingo no había dado resultado. Richards creía que Laughlin había burlado el bloqueo igual que él. Sin embargo, el lunes por la tarde, hacía apenas unas horas, dos chicos le habían visto ocultarse en un cobertizo del departamento de Autopistas. Durante la huida, Laughlin se había roto la muñeca derecha.

La cámara mostró a los niños, Bobby y Mary Cowles, y su amplia sonrisa. A Bobby Cowles le faltaba un diente. Richards se preguntó, amargamente, si el ratoncito le habría dejado algún regalo.

Thompson anunció con orgullo que Bobby y Mary, «ciudadanos número uno de Topeka», estarían en el programa la noche siguiente para recibir los Certificados de Mérito, el suministro de por vida de cereales a cargo de un patrocinador, y un cheque de mil Nuevos Dólares para cada uno, entregados por Hizzoner, gobernador de Kansas. El anuncio provocó un estruendo de júbilo entre los asistentes.

A continuación aparecieron las imágenes del cuerpo acribillado y roto de Laughlin siendo sacado del cobertizo, que había quedado reducido a astillas por el fuego concentrado. Entre el público del estudio hubo una mezcla de júbilo, abucheos y silbidos.

Richards apartó la mirada, asqueado. Unos dedos finos e invisibles parecían oprimirle las sienes.

En la distancia, el Libre-Visor seguía informando de que el cuerpo estaba expuesto en la rotonda del edificio de la cámara legislativa de Texas. Ya había, una larga cola de ciudadanos desfilando ante el cadáver. En una entrevista, uno de los policías que habían participado en la caza dijo que Laughlin no había planteado demasiados problemas.

«Mejor para ti», pensó Richards mientras recordaba a Laughlin, su voz áspera y el aire decidido y burlón de sus ojos.

Ahora ya sólo quedaba un gran espectáculo. Y el centro del mismo era Ben Richards. Se le pasaron las ganas de engullir el filete.