…Menos 58 y contando…

—En el primer control nos fue de muy poco —murmuró Bradley mientras Richards intentaba recuperar la sensibilidad del brazo mediante masajes. Era como si tuviera clavadas centenares de agujas invisibles—. Ese policía estuvo a punto de abrir el maletero. A punto…

Exhaló una gran bocanada de humo. Richards no respondió.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Bradley a continuación.

—Mejor. Toma mi billetero. Con el brazo dormido todavía no alcanzo.

Bradley hizo un gesto para que se olvidara del asunto.

—Más tarde —dijo—. Ahora quiero contarte cómo lo hemos planeado Rich y yo.

Richards encendió otro cigarrillo con la colilla del anterior. Poco a poco, iban relajándose una docena de calambres en su cuerpo.

—Hay reservada una habitación para ti en un hotel de la calle Winthrop. El sitio se llama Winthrop House. Suena bien, ¿verdad? Te llamas Ogden Grassner. ¿Lo recordarás?

—Sí. Pero me van a reconocer inmediatamente.

Bradley tanteó con la mano el asiento trasero, tomó una caja y la dejó caer en el regazo de Richards. Era alargada, de color marrón, e iba atada con una cuerda. A Richards le pareció un envoltorio típico de las tiendas de alquiler de trajes para recepciones. Dirigió a Bradley una mirada de interrogación.

—Ábrela.

Obedeció. Había un par de gafas gruesas, de vidrios azulados, sobre un retal de tela negra. Richards dejó las gafas sobre el tablero de instrumentos y sacó el traje. Era una sotana de sacerdote. Debajo de ella, en el fondo de la caja, había un rosario, una Biblia y una estola púrpura.

—¿De sacerdote? —preguntó Richards.

—Exacto. Cámbiate aquí mismo. Yo te ayudaré. En el asiento de atrás hay un bastón. No te hagas el ciego, pero sí el corto de vista. Tropieza con las cosas. Estás en Manchester para una reunión del Consejo de las Iglesias sobre la drogadicción. ¿Lo tienes todo?

—Sí —afirmó Richards. Empezó a desabrocharse la camisa y se detuvo, titubeante—. ¿Debajo de eso se llevan pantalones?

Bradley soltó una carcajada.