Reapareció en el hotel Brant, un establecimiento medio del East Side. Aquella parte de la ciudad entraba gradualmente en un nuevo período de esplendor. Sin embargo, el Brant estaba a menos de dos kilómetros de la arruinada ciudad interior de Manhattan, que también era la mayor del mundo. Mientras se registraba en el hotel, volvió a pensar en las palabras de despedida de Dan Killian: «Permanezca cerca de los suyos».
Tras dejar el taxi, había caminado hasta Times Square. No quería inscribirse en ningún hotel durante la madrugada, y pasó cinco horas y media, desde las 3.30 hasta las 9, en un espectáculo de perversiones ininterrumpidas. Había deseado desesperadamente dormir un poco, pero las dos veces que echó una cabezada despertó súbitamente al notar unos suaves dedos que le subían por la cara interior del muslo.
—¿Cuánto tiempo se quedará, señor? —preguntó el recepcionista mientras releía el John G. Springer con que se había registrado.
—No lo sé —respondió Richards con pretendida afabilidad—. Depende de los clientes, ¿sabe?
Pagó sesenta Nuevos Dólares por dos días de habitación y tomó el ascensor al piso 23. La habitación ofrecía una vista sombría del escuálido East River. También estaba lloviendo en Nueva York.
La habitación estaba limpia pero poco cuidada; un grifo y el depósito del retrete hacían unos ruidos constantes y enervantes que Richards no consiguió silenciar ni siquiera intentando reparar el mecanismo.
Pidió que le subieran el desayuno: un huevo escalfado con una tostada, zumo de naranja y café. Cuando el camarero llamó a la habitación con la bandeja, Richards le dio una discreta propina.
Terminado el desayuno, sacó la cámara de vídeo y la contempló. Justo debajo del visor había una pequeña chapa metálica con la palabra INSTRUCCIONES. Debajo, Richards pudo leer lo siguiente:
1. Introduzca el cartucho de cinta en la ranura A hasta que oiga un «clic».
2. Prepare el objetivo enfocando correctamente.
3. Pulse el botón B para grabar imagen y sonido.
4. Cuando suene la señal, la cinta saltará automáticamente.
Tiempo de grabación, 10 minutos.
«Bien —pensó Richards—. Me verán dormir.»
Colocó la cámara en el escritorio y la enfocó hacia la cama. La pared aparecía vacía y sin rasgos identificables, y Richards se convenció de que nadie podría localizar dónde se hallaba por los detalles de la cama o de la habitación. Desde aquella altura, el ruido de la calle era mínimo, pero dejó la ducha abierta por si acaso.
Deliberadamente, estuvo a punto de apretar el botón y entrar en el campo de visión de la cámara con todo su disfraz. Podía quitárselo en parte, pero era imposible hacer lo mismo con el cabello gris. Se puso por capucha la funda de la almohada, pulsó el botón, avanzó hasta la cama y se sentó de cara a la cámara.
—¡Cu-cu! —exclamó con voz hueca para la inmensa audiencia que vería y escucharía la cinta aquella noche con horrorizado interés—. Vosotros no podéis verlo, pero me estoy riendo de todos vosotros, cerdos comemierdas.
Se tendió hacia atrás, cerró los ojos e intentó no pensar en nada. Cuando sonó el zumbador y saltó la cinta, diez minutos después, se durmió enseguida.