…Menos 84 y contando…

Richards pensó con agria ironía que el camarero había tomado al pie de la letra sus palabras sobre los libros. Debía de haberse guiado por una única norma: sólo valían los de más de tres dedos de grosor. Richards disponía ahora de tres libros de los que no había oído hablar jamás; dos de ellos eran dos clásicos titulados Dios es inglés y No como un extraño, y el tercero era un enorme tomo escrito tres años antes y titulado El placer de servir. Richards hojeó este primero y arrugó la nariz. Un chico pobre progresa en la General Atomics. Asciende de limpia-motores a vendedor de ropa. Acude a clases nocturnas (¿con qué?, se preguntó Richards. ¿Con fichas de Monopoly?). Se enamora de una bella muchacha (al parecer, la sífilis todavía no le ha hecho caer la nariz a pedazos) en una orgía en el bloque. Tras presentar unas calificaciones asombrosas, es promocionado a técnico auxiliar. Después, un contrato matrimonial por tres años y…

Richards lanzó el libro a un rincón. Dios es inglés era un poco mejor. Se sirvió un bourbon con hielo y se dispuso a leer.

Cuando oyó la discreta llamada, estaba en la página trescientas y muy enfrascado en la trama. Una de las botellas estaba vacía, y acudió a abrir la puerta con la otra en la mano. Había vuelto el vigilante.

—Los recibos, señor Richards —murmuró el tipo, cerrando de nuevo la puerta.

Sheila no había escrito nada, pero le enviaba una foto de Cathy. Contempló el retrato y las fáciles lágrimas del alcohol asomaron en sus ojos. Lo guardó en el bolsillo y miró el otro recibo. En el reverso de una multa de tráfico, Charlie Grady había garabateado:

Gracias, gusano. Que revientes

CHARLIE GRADY

Richards emitió una risita y dejó caer al suelo el papel.

—Gracias, Charlie —dijo a la habitación vacía—. Necesitaba algo así.

Volvió a mirar la foto de Cathy, tomada cuando sólo era una recién nacida de cuatro días, minúscula, con las mejillas encendidas y llorando a voz en grito, sumergida en una ropa de cuna blanca que había hecho la propia Sheila. Sintió que le volvían las lágrimas y se obligó a pensar en la nota de agradecimientos del bueno de Charlie. Se preguntó si sería capaz de apurar la segunda botella antes de caer dormido y decidió comprobarlo.

Casi lo consiguió.