…Menos 86 y contando…

La recepcionista saltó apresuradamente de su trinchera al ver salir a Richards y le entregó un sobre. Llevaba una nota en el exterior:

Señor Richards:

Sospecho que una de las cosas que no mencionará durante nuestra entrevista es el hecho de que usted necesita dinero imperiosamente, en este momento. ¿Me equivoco?

Pese a los rumores que corren en sentido contrario, la Dirección de Concursos no da adelantos. No debe usted considerarse un «concursante», con todo el oropel que la palabra conlleva. No es usted un astro de la Libre-Visión, sino apenas un obrero al que se le paga extremadamente bien por efectuar un trabajo peligroso.

Sin embargo, la Dirección de Concursos no tiene establecida ninguna norma que me prohíba concederle un préstamo personal. En este sobre encontrará un diez por ciento de su sueldo anticipado…, no en Nuevos Dólares, debo advertírselo, sino en Certificados de Concursos canjeables por dólares. Si decide enviar esos certificados a su esposa, como sospecho que hará, ella verá que tienen una ventaja sobre los Nuevos Dólares: un médico de verdad los aceptará como moneda legal, mientras que un curandero no.

Sinceramente,

DAN KILLIAN

Richards abrió el sobre y sacó un grueso fajo de cupones con el símbolo de la Comisión de Concursos en ambas caras del papel. En total tenía cuarenta y ocho cupones de diez dólares cada uno. Richards sintió que le invadía una absurda oleada de gratitud para con Killian. No tenía la menor duda de que éste deduciría los 480 dólares del dinero adelantado y, además, era una cantidad condenadamente barata para asegurar un buen espectáculo, conseguir que el patrocinador siguiera satisfecho y llevarse una buena tajada.

—¡Mierda! —masculló.

La recepcionista sacó la cabeza de su madriguera con ojillos atentos.

—¿Decía algo, señor Richards?

—No. ¿Dónde están los ascensores?