7

Nancy pasó la primera hora de histeria después de descubrir que Phillip había desaparecido llamando a sus amigos y a los padres de estos. Nadie sabía nada ni lo había visto la noche anterior.

Will llamó a la policía de Reston y al hospital local. No sabían nada de ningún Phillip Piper. Un sargento reconoció el nombre de Will y se ofreció a iniciar un protocolo de persona desaparecida si el chico no había vuelto por la tarde, pero le aseguró que un noventa y nueve por ciento de los jóvenes que no dormían en casa una noche pasaban la siguiente en su cama sanos y salvos.

—No me lo trago —le dijo Nancy a Will—. Una madre sabe eso. Tú lo sabes. Phillip no es de los que actúan así.

—Ayer tuvimos una especie de discusión —confesó Will a media voz.

—¿Por qué no me lo dijiste? —replicó ella, furiosa—. ¿Por qué fue?

—Por haber dejado la lucha. Pero con Phillip siempre hay algo más.

—¿Qué le dijiste? Te juro, Will, que como le dijeras algo que le haya empujado a huir jamás te lo perdonaré.

Will suspiró. Siempre era el malo de la película, ¿no? Pero Nancy estaba hecha polvo, así que procuraría no tomárselo a mal.

—No fue una gran discusión, Nance. Ni siquiera debería haberla llamado así. Me sorprendería que esa fuera la razón por la que está montando este numerito.

Estaban en el cuarto de Phillip. Ella hurgaba en su mesa y sus cajones.

—¿Falta alguna cosa? —preguntó él.

—Bastantes. Su NetPen, unos vaqueros, camisas, quizá algo de ropa interior, una mochila.

—¿Tenía dinero en efectivo?

—Puede. No lo sé. Suele comprar con el NetPen.

—¿Cuánto tenía en la cuenta?

—Varios miles. Ha ahorrado lo que ha sacado trabajando, de su cumpleaños, de Navidad. Durante años.

—Tú eres cotitular de su cuenta, ¿verdad? Me refiero a que todavía es menor de edad.

Ella asintió enérgicamente con la cabeza, sacó su NetPen, desplegó la pantalla y empezó a emitir comandos de voz. Al verla, a Will se le hizo un nudo en la garganta y perdió la noción del tiempo. Fue como si volvieran a trabajar juntos en un caso, solo que aquello no era un caso. Se trataba de su hijo.

—Mierda —dijo ella con voz áspera—. Sacó dos mil ochocientos dólares a las seis y cinco de la tarde.

—¿De dónde?

Nancy parecía a punto de perder los nervios.

—De un cajero. En el aeropuerto de Dulles. No podemos ocuparnos de esto solos, Will. Voy a llamar a la oficina.

El director Parish autorizó que se diera absoluta prioridad al caso de Phillip sobre la base de que la desaparición sospechosa de un miembro de la familia de cualquiera de sus principales agentes era un acto de terrorismo en potencia mientras no se probara lo contrario. Además, a su juicio, tampoco podía ignorar la coincidencia en el tiempo con el caso del Juicio Final chino.

A media tarde su casa estaba repleta de agentes de la oficina de Washington. La agente especial al mando, Linda Ciprian, era una mujer de la que Nancy había sido mentora personal durante más de diez años, y las dos hablaron en el salón, procurando dar con la dosis idónea de preocupación personal y conducta profesional.

Will, plantado en el cuarto de su hijo como una estatua grande, observaba en silencio cómo una pareja de agentes jóvenes y de buen parecer registraban con cuidado las pertenencias de Phillip.

Uno de ellos encontró una pipa de marihuana en un calcetín.

—¿Su hijo toma drogas, señor Piper?

Will se encogió de hombros.

—No sabría decirte.

El agente la olió.

—Hay residuos.

—Alucino —dijo Will.

—¿Nunca ha notado que este cuarto oliera a hierba?

—Vivo en Florida. No estoy mucho por aquí.

El agente bajó la mirada.

—Entiendo.

El otro agente le preguntó qué sitios de SocMedia usaba el chaval. ¿FB? ¿Socco? ¿Light Saber?

Will le preguntó cuáles tenían imágenes en 3D.

Todos, fue lo que le respondió, incrédulo, el agente, como si aquella pregunta fuera propia de un troglodita.

Interrogando a Will sobre lo que recordaba de los sitios que Phillip había visitado cuando él lo había visto conectado, el agente decidió que usaba Socco. Desplegó la pantalla de su NetPen para localizar la página pública de Phillip. Después de que Nancy confirmara que no tenía ni idea de cuáles eran su nombre de usuario y su contraseña, el agente obtuvo una orden electrónica de un juez federal de guardia y la envió al departamento de seguridad de Socco. En menos de una hora se completó el manido proceso judicial y el agente pudo acceder a las páginas privadas de Phillip.

—¡Bingo! —dijo con voz triunfante—. Ayer por la tarde, a las 14.35, estuvo chateando con un desconocido llamado Hawkbit. A las 14.42, estaban tunelizando.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Will.

El agente mostró poca deferencia y menos paciencia.

—No está usted muy al día, ¿verdad, señor Piper?

—Intento no estarlo, agente especial… ¿tú eres Finnerty o Johnson?

—Johnson —replicó él con sequedad.

—Tendríais que llevar una identificación. Sois todos iguales.

—Para un hacker, tunelizar es usar un sistema de encriptación de claves de administración con el fin de poder tener NetChats ultraprivados. El uso de un algoritmo de curva elíptica con clave de más de 604 bits es ilegal, porque no podemos saltárnoslo.

—Ah —dijo Will como lelo.

—¡Eh! —exclamó de pronto el agente Johnson—. Ha utilizado una clave de 620 bits. Eso es un delito en potencia, señor Piper. Está prohibidísimo, y sospecho que su hijo lo sabía.

—Lo que tú digas, colega. ¿Insinúas que no se puede descifrar?

—Imposible.

—¿Y cualquier adolescente puede campar a sus anchas por la red?

—Así está el mundo —dijo el otro agente—. Los terroristas están como cerdos revolcándose en la mierda con el tunelizado. Nos saltamos las claves y los hackers nos salen con otras más largas.

—Enséñame lo que se pueda leer. De ese Hawkbit.

Will leyó la transcripción del chat. Hawkbit era una chica. Gran sorpresa.

De pronto entró Nancy con Linda Ciprian.

—¡Han encontrado su coche! Está en un aparcamiento de estancia prolongada de la terminal internacional de Dulles.

—¿Ha hablado alguien con las compañías aéreas? —preguntó Will.

—Estamos en ello —respondió Ciprian.

—Nancy, Phillip estuvo chateando con una chica a la que conoció ayer y que se hace llamar Hawkbit —explicó Will—. Había leído su redacción y le dijo que él era el único en quien podía confiar. Luego tunelizaron, que acabo de enterarme de que es…

—Sé qué es tunelizar —lo interrumpió Nancy.

—Parece que aquí el raro soy yo. Me da que esa tal Hawkbit lo llamó y nuestro Phillip respondió.

Nancy navegaba con su NetPen.

—Buscar Hawkbit. —Sostuvo en alto la fina pantalla y le enseñó una foto de una flor silvestre amarilla, parecida a la margarita—. Crecen en Europa, en algunas partes de Asia, en Australia y en Nueva Zelanda.

Will suspiró.

—Bueno, con dos mil ochocientos pavos puede ir casi a cualquier parte del mundo, al menos de ida. ¡Ni siquiera nos ha dejado una nota! Cuando lo pille, juro que le voy a dar una buena paliza.

—¿Tienes la dirección IP de Hawkbit? —preguntó Nancy a Johnson.

—Estamos en ello —contestó él—. Parece que es de fuera. Necesitaremos una orden de registro internacional.

—Buscad a un juez y conseguid la firma —dijo ella.

No tardaron en averiguar que Phillip había embarcado en el United Flight 57 de Dulles a Heathrow, que había salido a las 20.20 de la noche anterior. Había comprado un billete de ida y vuelta con la vuelta abierta y pagado en efectivo. El vuelo había aterrizado en Londres a las 8.30, así que les llevaba una ventaja de nueve horas. No parecía haber cogido un vuelo de conexión, así que suponían que seguía en Reino Unido, aunque el salto al continente por el Eurotúnel o en ferry tampoco podía descartarse.

—¿Cómo puede un menor de edad comprar un billete y coger un vuelo internacional? —preguntó Will, incrédulo.

Johnson (o era Finnerty) tenía la respuesta. Phillip se había descargado un formulario de autorización parental del sitio Net de United y había falsificado la firma de Nancy.

Nancy y Will se metieron en su dormitorio y cerraron la puerta.

—Acabo de hablar con Parish. No me deja ir —le comentó Nancy—. Dice que no puede prescindir de mí.

—Que le den —espetó Will.

—También me ha dicho que la evaluación sobre el terreno indica que no se trata de un secuestro ni de un acto terrorista, sino de un adolescente con problemas de relación que se fuga de casa.

—Esos dos payasos gemelos de abajo. Les voy a reventar la cabeza una contra otra —dijo Will dirigiéndose a la puerta.

Ella lo detuvo.

—Will, cálmate. Me ha ofrecido pedir ayuda al MI5 como favor personal. Van a poner un agente en el caso para ver si consiguen averiguar dónde está. Revisar grabaciones de cámaras de seguridad, rastrear su NetPen, cosas así.

—Maldita sea, Nancy —atajó él, furibundo—. ¡No me voy a quedar sentado en el salón esperando a que suene el teléfono! ¡Estamos hablando de Phillip!

—Lo sé, lo sé —dijo ella con tristeza.

—Voy a coger el próximo vuelo a Londres.

—¡No puedes, Will! ¡Hace dos meses y medio estuviste a punto de morirte!

—No me pasará nada. Puedo hacerlo, Nancy. —Abrió el armario para sacar una maleta—. Encontraré a nuestro hijo y lo traeré a casa.