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Lo que el 9 de febrero de 2027 significa para mí

por Phillip Piper

A partir de hoy, quedan trescientos noventa y cuatro días para el «Gran día», el «Horizonte», el «Último día de clase», como lo llaman muchos chavales. Todos se preguntan qué pasará y la gente piensa todo tipo de chifladuras. ¿Nos borrará del mapa un asteroide del tamaño de Rhode Island? ¿Nos tragará un agujero negro? ¿Nos freirán los rayos gamma del sol? ¿O será el 10 de febrero un día más? Yo no soy distinto de los que piensan en el destino de la humanidad salvo en una cosa: mi padre es Will Piper, el hombre que habló al mundo acerca del 9 de febrero de 2027.Me cuesta un poco terminar esta redacción porque mi padre está muy enfermo. Ha tenido un infarto y está en el hospital. Sé que es FDR, pero eso no implica que se vaya a poner bien. Nadie sabe si volverá a caminar o a hablar o si podrá respondernos. Lo tienen conectado a un respirador en la UCI. Le están dando una medicina nueva, a ver si le ayuda. Pero sé que, si estuviera consciente, no pararía de darme la vara para que entregase la redacción a tiempo, así que eso es lo que voy a hacer.

Yo ni siquiera había nacido cuando se descubrió todo esto, en 2009 y 2010. Me enteré de todo, y del papel que había desempeñado mi padre, a los doce años, creo. Escribió un libro, que no he leído, lo reconozco. Pero sí vi la película, La biblioteca de los muertos. Me encantó, aunque se me hizo raro ver a actores haciendo de mis padres. Mi madre siempre decía que ojalá ella fuera tan guapa como la actriz que interpretaba su personaje, pero mi padre nunca quería hablar de la película. Decía que era una patraña plagada de inexactitudes y que ojalá no les hubiera dejado hacerla. La verdad es que él nunca ha sido de esos a los que les gusta ser el centro de atención.

En 2009, mi padre era agente del FBI en Nueva York. Se metió en un caso de un tipo al que llamaban «el asesino del Juicio Final». Un hombre de Nevada enviaba postales a personas de Nueva York anunciándoles el día en que iban a morir y los nueve murieron en la fecha exacta. Nadie se imaginaba lo que estaba pasando porque no había nada que relacionara a las víctimas, y los «asesinatos» eran distintos. Mi padre llevaba el caso, y mi madre, que entonces no era mi madre, era agente especial. Formaban equipo, y supongo que podría decirse que aún lo forman.

Nada tenía sentido y siempre acababan en un callejón sin salida. Pero mis padres, muy listos, averiguaron que las postales venían de un genio de la informática llamado Mark Shackleton, que trabajaba en un laboratorio de alto secreto del gobierno, en Área 51, Nevada. Y no solo eso: mi padre conocía a ese tío porque habían sido compañeros de cuarto en su primer año de universidad. En 2009 todo el mundo creía que Área 51 era una especie de arsenal secreto o un sitio donde se estudiaban los ovnis. La verdad resultó aún más asombrosa.

Área 51, como todo el mundo sabe ya, es la Cripta donde se guarda la famosa Biblioteca de Vectis. En el año 777, el séptimo día del séptimo mes, nació en Inglaterra, en un lugar llamado Vectis (hoy la isla de Wight), un bebé que era el séptimo hijo del séptimo hijo. El niño creció y se convirtió en una especie de sabio obsesionado con escribir listas de las fechas de nacimiento y muerte de gente de todo el mundo, personas a las que no conocía. Unos monjes de una abadía lo acogieron y vieron que lo que hacía era milagroso. Fundaron una orden secreta para que cuidara de él y fueron reclutando a mujeres para que dieran a luz a sus hijos y a los hijos de sus hijos. A lo largo de los siglos, miles de estos sabios crearon una inmensa biblioteca subterránea: más de setecientos mil libros que contenían las fechas de nacimiento y muerte de todas las personas del mundo hasta el 9 de febrero de 2027.Nadie sabe cómo lo hicieron. Algunos dicen que debían de tener una especie de conexión psíquica con el universo o con Dios. Supongo que nunca lo sabremos. Pero en el siglo XIII sucedió algo. De pronto, cuando trabajaban en las páginas del 9 de febrero de 2027, dejaron de escribir nombres. En su lugar, escribieron Finis Dierum, que en latín significa «el fin de los días». Luego todos se quitaron la vida.

Después de eso, los monjes sellaron la Biblioteca y nadie supo de su existencia hasta que unos arqueólogos británicos la encontraron en 1947. Winston Churchill se la regaló a los estadounidenses, que vieron que podía resultarles muy útil. El gobierno estadounidense creó Área 51 para alojarla e invirtió mucho tiempo y dinero en encontrar un modo de aprovechar los datos con fines políticos y militares. Por ejemplo, sabiendo que cincuenta mil personas de nombre paquistaní iban a morir un día determinado, se podía planificar perfectamente la respuesta estadounidense a la crisis. Durante cincuenta años, nadie ajeno al gobierno supo de la existencia de la Biblioteca, hasta que mi padre lo averiguó.

Mark Shackleton tenía sus propias ideas en cuanto a qué hacer con esos datos. Quería sacarles dinero y por eso inventó el Juicio Final como parte de su plan. Mi padre descubrió que la Biblioteca existía y le paró los pies. Se hizo con una copia de la base de datos de los nacimientos y muertes de todos los habitantes de Estados Unidos hasta 2027. Si tu muerte no estaba registrada en la base de datos, se te consideraba FDR, fuera de registro. Se buscó a él, nos buscó a mi madre y a mí, y a algunos parientes. Todos éramos FDR. Escondió la base de datos en Los Ángeles a modo de seguro de vida.

Durante un tiempo, mi padre guardó el secreto de Área 51 por un acuerdo al que llegó con el gobierno. No creo que le hiciera mucha gracia, pero quería protegernos, a mí y al resto de la familia (yo nací en 2010); además, siempre pensó que, si la gente supiera la fecha de su muerte, podría perder la cabeza y liarlo todo. Él y yo nunca hemos hablado de esto, pero en la película su personaje lo pasa fatal por haber decidido guardar silencio. Creo que eso es cierto. Pero cuando yo era niño unos jubilados de Área 51 se pusieron en contacto con él. Eran parte de un grupo llamado Club 2027, que intentaba averiguar qué sucedería en ese año.

Uno de los libros de la Biblioteca de Vectis, de 1527, fue a parar a una casa de subastas de Londres. Querían que mi padre lo recuperara. Era el único libro que faltaba de la Biblioteca de Área 51, y pensaban que podría contener algunas respuestas sobre 2027. Tenían razón. En su interior había escondido un soneto escrito por un joven William Shakespeare. Mi padre fue a Inglaterra y, en una vieja casa llamada Cantwell Hall, siguió las pistas del soneto y averiguó lo del fin de los días y lo de que los sabios se habían suicidado. También se enteró de que el conocimiento de la Biblioteca de Vectis había influido en algunas figuras históricas famosas, como Calvino y Nostradamus, por no hablar de William Shakespeare.

En Área 51 había un cuerpo de seguridad, agentes del gobierno a los que llamaban «vigilantes» que fueron enviados para detener a mi padre y casi lo lograron. Intentaron envenenar a toda mi familia con monóxido de carbono. Yo estuve a punto de morir, pero mataron a mis abuelos, a los que no llegué a conocer. Mi madre y yo nos escondimos, y mi padre se fue a Los Ángeles a recuperar la base de datos oculta. Los vigilantes le dispararon y él huyó a la casa del cabecilla del Club 2027 en Las Vegas. Allí lo capturaron, pero mi madre lo salvó y eso moló mucho.

Mi padre le dio la base de datos a Greg, el marido de mi hermanastra, que era periodista del Washington Post, porque, después de pensarlo mucho, decidió que la gente tenía derecho a saber lo que sabía el gobierno. Greg escribió un artículo sensacional sobre la Biblioteca y mi padre, muy a su pesar, se convirtió en una celebridad. Mi madre siguió trabajando en el FBI. Aún sigue allí.

La base de datos no se hizo pública. El gobierno demandó al periódico y el caso llegó al Tribunal Supremo. Así que la gente no se enteró de la fecha de su muerte, pero todo el mundo sabe lo del 9 de febrero de 2027.Es curioso, pero nunca habría dedicado mucho tiempo a pensar en el 9 de febrero, a pensar en ello de verdad, hasta que mi padre se puso tan enfermo. Desde que soy lo bastante mayor para entender las cosas, no ha muerto ni se ha puesto gravemente enfermo nadie cercano a mí. Ha hecho falta que a mi padre le diera un infarto para que eso cambiara. Ahora soy consciente de lo frágil que es la vida y de cómo, así, sin más, nos la pueden arrebatar. Ahora me da miedo lo que le pueda pasar y, lo admito, me da miedo lo que me pueda pasar, lo que pueda ocurrirles a mi madre, a mis amigos, a todos los habitantes del planeta.

No tengo respuestas. Aunque sea hijo de Will Piper, estoy tan perdido como cualquier otro sobre lo que nos va a pasar. Pero esto es lo que pienso. Pienso que deberíamos procurar hacer especiales todos y cada uno de esos trescientos noventa y cuatro días. Deberíamos intentar ser superamables unos con otros, intentar no ser unos capullos, intentar sonreír mucho, e intentar no protestar y quejarnos de todo o estar superdeprimidos. Deberíamos vivir al máximo cada día y disfrutar. Tal y como yo lo veo, nos quedan trescientos noventa y cuatro días horribles o trescientos noventa y cuatro días geniales. Yo voy a por los geniales.

Creo que eso es lo que Will Piper elegiría también.