15

Haven y Cacia, apoyadas en la pared de piedra caliza, observaban a Will y a Phillip. El chico acababa de despertarse y estaba hambriento. Devoraba su desayuno; Will, en cambio, no tenía apetito. Había sido duro ver a Phillip dormir toda la noche. Cuando habían terminado de cenar, se había quedado traspuesto antes de que Will pudiera sonsacarle ninguna información. Pero lo había dejado descansar. Suponía que en algún momento conocería los hechos, y ese momento había llegado.

—¿Has dormido? —le preguntó Cacia.

—He oído muchos ronquidos procedentes de la otra habitación —señaló Will—. ¿Quién más hay aquí abajo?

Cacia ignoró la pregunta.

—Te puedo traer más comida, Phillip —le dijo al chico.

—No, ya está bien.

—¿Y tú, Will? ¿Estás seguro de que no quieres tomar nada?

Will le sonrió.

—En el improbable caso de que estemos aquí para la cena, me lo pensaré.

—Bien —dijo ella—. Prometí que te contaría la historia, así que vamos a ello. Haven, explícale por qué te pusiste en contacto con Phillip.

La chica era demasiado tímida para mirar a Will a los ojos, así que habló mirando al suelo.

—Pensaba… —dudó—, no, sabía que era el único que podía ayudarme. Nuestra profesora nos hizo leer su redacción, la que ganó ese premio. Se ha dicho de todo acerca del horizonte. Por aquí ha sido horrible. Ha habido niños que se han deprimido y eso. Una chica de Kirkby Stephen, un curso mayor que yo, se ha ahorcado, y dos chicos de Kendal han hecho lo mismo. En Socco todo el mundo está tarumba con eso. Les asusta lo que pueda pasar el próximo mes de febrero. No podía quedarme aquí sentada sin hacer nada.

Haven terminó llorando. A Will le impactó la rotundidad con que había dicho «sabía».

—¿Cómo pensabas que podía ayudarte Phillip? —preguntó.

—Porque es el hijo de Will Piper. Fue usted el que averiguó todo lo de la Biblioteca, ¿no? Usted sabe qué hacer en estos casos.

—¿De qué casos estamos hablando? —inquirió Will.

—Es hora de que te enseñemos algo —intervino Cacia—. Necesito que prometas que, si os quito los grilletes, no nos haréis daño ni intentaréis escapar.

—Te puedo prometer que no os haré daño —respondió Will.

—Mira —dijo Cacia, muy seria—, puedo pedir a Kheelan que baje a vigilaros con la escopeta, pero prefiero que no esté aquí porque… limitaría la experiencia. Además, los hombres están todos fuera, os atraparían enseguida.

Will asintió con la cabeza.

—Vale, tienes mi palabra. ¿Y tú, Phillip, estás de acuerdo?

—Prefiero hacer el amor a la guerra. Además, me apetece una visita guidada.

Will rio y levantó la muñeca para que Cacia introdujera la llave.

Pese a su promesa, se le pasó por la cabeza agarrar a Phillip y salir corriendo. Se dirigirían al almacén, subirían a toda prisa la escalera, saldrían del hangar y, corriendo como locos, cruzarían los campos hasta la carretera, donde intentarían parar un coche. Pero podía salirles mal y, con los Lightburn peinando la granja, las posibilidades no eran buenas. Lo habría intentado si hubiera estado solo, pero no podía arriesgarse a que Phillip saliera herido. Además, sentía una curiosidad de mil demonios, así que siguió obediente a Cacia por la puerta más cercana.

Había una estancia pequeña que no parecía tener ninguna función especial, salvo la de proporcionar acceso a otras tres puertas. La iluminaba una sola bombilla colgada del techo.

Cacia señaló una de las tres puertas cerradas.

—¿Alguno necesita ir al baño?

Phillip fue primero y, cuando hubo terminado, pasó Will.

Era un cuartito del tamaño de un retrete excavado en la piedra caliza, un callejón sin salida maloliente. Había una tubería de agua que venía de arriba y entraba por un agujero en un viejo lavabo de porcelana oxidado. El váter se vaciaba, así que supuso que había cisterna. Como vía de escape no sería una primera opción, pero algo estaba claro: lo que se trajeran entre manos allí era una operación seria y de mucho tiempo atrás.

De nuevo en la antesala, Will señaló una de las otras dos puertas.

—¿Esta? —dijo.

—No —contestó Cacia—. Luego. Primero esta.

—¿Tú ya habías estado por aquí? —preguntó Will a Phillip.

—No. Pero Haven me lo ha contado.

Cacia la abrió y envió a Haven a la absoluta oscuridad a encender las luces. Antes de ver, Will lo olió. Un aroma fuerte e intenso a piel y a moho, un olor a antigüedad. Un segundo antes de que las luces se encendieran, ya sabía lo que vería, y luego, con la enfermiza incandescencia amarilla, sus ojos lo confirmaron.

Era una biblioteca.

—Dios —dijo, y entró despacio.

La reacción de Phillip fue más prosaica.

—¡Joder!

La estancia de piedra caliza era cavernosa y fría como una bodega. Un pasillo central atravesaba la sala, recto como una flecha, hasta donde alcanzaba la vista. A ambos lados había estanterías de madera que cubrían la pared de arriba abajo, cada una de unos cinco metros de altura. El ancho de la sala era más fácil de calcular que su longitud: unos cincuenta o sesenta metros, perfectamente divididos por el pasillo.

Las estanterías que tenían más cerca estaban desiertas y, mientras padre e hijo seguían en silencio a madre e hija hacia el interior, quedó claro que allí había suficientes estanterías vacías para contener miles y miles de libros.

—Hay sitio de sobra —dijo Will.

A Haven no le sorprendió que Will comprendiera la situación.

—Cuando se llene, hará mucho que yo me habré ido —dijo—. Y Cacia. Entonces será responsabilidad de otros.

Phillip avanzó deprisa, como un cachorro juguetón, y Cacia le dio alcance. El chico llegó hasta la primera estantería llena. Cuando Will quiso acercarse ya había sacado uno de los libros de la estantería.

Era un volumen grueso y pesado, encuadernado en piel fresca, con el fuerte olor de un par de zapatos nuevos, no el olor rancio del ambiente. En el lomo llevaba un número grabado a mano: 2566.

—Eso es el año, ¿verdad? —preguntó Phillip.

—Sí —contestó Haven.

Phillip abrió el libro por una página del centro, al azar, mientras Will miraba por encima de su hombro.

En la página había dos hileras de nombres, unos cien por fila. Nombres escritos a mano con bolígrafo negro. Will detectó algunos en inglés, español, chino, portugués. Al lado estaba la fecha, 24 de agosto de 2566, y las palabras natus o mors.

—Aún usan el latín —observó Will.

—No sabemos por qué —dijo Cacia—. Hay muchas cosas que no sabemos.

—No utilizáis pergamino —advirtió él con ironía.

—Qué va —repuso ella—. Folios del súper. Pero al menos nos esmeramos con la encuadernación. Excelente piel de oveja de Yorkshire.

Will meneó la cabeza.

—Una segunda Biblioteca. Otra condenada Biblioteca. No hay horizonte, ¿no?

—Por eso necesitaba ponerme en contacto con Phillip —intervino Haven—. ¡El mundo debía saberlo! Antes de que más personas se hicieran daño.

Cacia suspiró.

—El mundo no debía saber nada, Haven. No somos quienes deben contárselo. Nuestro único deber es para con la Biblioteca.

—¿Dónde están los libros de 2027? —preguntó Will.

Cacia señaló el pasillo.

—Al final del todo.

—¿Empiezan el 9 de febrero de 2027?

—Así es.

Will meneó la cabeza, asombrado.

—¿Por qué aquí? ¿Por qué en Yorkshire?

Phillip devolvió el libro a la estantería y empezó a avanzar hacia el fondo, seguido por los demás.

—No hay nada escrito, solo lo que se ha transmitido oralmente en el seno de nuestra familia, y quién sabe lo que será cierto y lo que no. Pero se cuenta que hubo una joven, una Lightburn, que estuvo en la isla de Wight, en la abadía de Vectis, a finales del siglo XIII. Estaba embarazada y huyó a su hogar, aquí, en los valles. Dicen que se llamaba Clarissa, pero no hay forma de saber si es verdad. También se dice que su hijo se llamaba Adam. Los Lightburn de entonces entendieron que debían vivir al servicio de la Biblioteca. Nosotros asumimos esa misma responsabilidad hoy, ¿verdad, Haven?

La chica masculló un «sí».

—Entonces, la anotación de Vectis «Fin de los Días» significaba otra cosa —señaló Will.

—El fin de los días de Vectis, supongo. Clarissa debió de ser una joven terca que provocó la ruina de la abadía. Confío en que mi Haven no nos haya traído idéntico destino con su terquedad.

La niña se echó a llorar, pero algo la hizo parar de repente. Phillip le había cogido la mano y se la apretaba con fuerza.

Al principio, Cacia ignoró los avances del muchacho.

—Durante más de setecientos años, los Lightburn hemos sido bibliotecarios. A eso nos dedicamos. Para eso hemos venido al mundo. Aquí hay muchos libros, un millón, quizá, tal vez más. Nunca los hemos contado. No los leemos. Los guardamos. Estos libros vienen de Dios y nosotros somos personas temerosas de Dios. No fuimos conscientes de la importancia de nuestra labor hasta que destapaste lo de Área 51. Por entonces, no hablábamos de otra cosa. Nos vino bien saberlo.

—Me alegra haber sido de utilidad —dijo Will.

—A ver, vosotros dos. —Cacia llamó la atención a los jóvenes—. Haven, es hora de que les enseñemos lo que hay detrás de la otra puerta.