12
El principio de la Eternidad

Harlan no creyó que Twissell pudiera decir nada capaz de sorprenderle. Pero se había equivocado.

Dijo:

—Mallansohn, ¡él!

Twissell, que había terminado su cigarrillo, hizo aparecer otro y continuó:

—Sí, Mallansohn. ¿Quiere que le dé un rápido resumen de la vida de Mallansohn? Es éste: Nació en el Setenta y ocho, pasó algún tiempo en la Eternidad y murió en el Veinticuatro.

Twissell apoyó la mano en el brazo de Harlan y su arrugado rostro se iluminó con otra de sus imperturbables sonrisas.

—Pero vámonos de aquí, muchacho. El fisio-tiempo pasa incluso para nosotros y hoy no somos completamente dueños ni de nosotros mismos. ¿Quiere acompañarme a mi despacho?

Salió de allí el primero y Harlan lo siguió, sin fijarse en las puertas y correderas por donde pasaban.

Harlan trataba de relacionar aquella nueva noticia con su propio problema y su plan de acción. Pasado el primer momento de desorientación, su decisión se hizo más firme que antes. Después de todo, aquello no cambiaba nada, excepto para reforzar su posición en la Eternidad, facilitando la satisfacción de sus exigencias y asegurando el regreso de Noys a sus brazos.

¡Noys!

¡Por el Gran Cronos! ¡No debían hacerle ningún daño! Ella parecía ahora la única parte real de su existencia. Al lado de ella, toda la Eternidad no era sino una débil fantasía por la que no valía la pena vivir.

Cuando llegaron al despacho del Programador Twissell, no pudo recordar por qué caminos habían pasado y cómo había llegado allí. Aunque miró a su alrededor y se esforzó en hallar real el despacho, aún seguía pareciéndole otra parte de un sueño ya pretérito.

El despacho de Twissell era una larga y limpia sala, aséptica como la porcelana. Una pared del despacho estaba cubierta desde el suelo hasta el techo y de pared a pared con las micro-unidades calculadoras que, juntas, formaban la Computaplex más completa que existía en la Eternidad en manos de un particular, y en realidad una de las mayores en servicio. La pared opuesta estaba ocupada por estanterías llenas de microfilms. Entre las dos, lo que quedaba de la sala era poco más que un corredor con espacio para dos sillas, un escritorio, aparatos de registro y proyección y un objeto extraño que Harlan nunca había visto, y cuyo uso no comprendió hasta que Twissell dejó caer los restos de un cigarrillo en su interior.

El cigarrillo se apagó silenciosamente y Twissell, con su acostumbrada habilidad de prestidigitador, hizo aparecer otro en sus manos.

Harlan pensó: «Ahora, a resolver mi problema».

Empezó a hablar un poco demasiado alto, un poco demasiado atrevido:

—Lo de la muchacha en el Cuatrocientos ochenta y dos…

Twissell arrugó la frente e hizo un gesto rápido con una mano como si quisiera apartar un objeto desagradable de su vida.

—Ya lo sé, ya lo sé. No será molestada, ni tampoco usted. Todo saldrá bien. Yo me encargaré de ello.

—¿Quiere decir que…?

—Ya le he dicho que conozco este asunto. Si ello le ha tenido preocupado, quede tranquilo.

Harlan se quedó mirando al anciano, estupefacto. ¿Eso era todo? Aunque estaba convencido de poseer un poder enorme, no había esperado una demostración tan evidente.

Pero Twissell estaba hablando de nuevo.

—Permítame que le cuente una historia —empezó, casi en el tono que podía emplearse para dirigirse a un Aprendiz novato—. No creí que esto fuese necesario, y quizá no lo sea, pero su penetración e investigaciones le han hecho acreedor a ello.

Contempló a Harlan, dubitativo, y dijo:

—Ya sabe que aún no puedo acabar de creer que haya llegado a saber todo esto por sus propios medios. —Y luego continuó—: El hombre a quien la mayor parte de la Eternidad conoce como Vikkor Mallansohn, dejó una autobiografía antes de morir. En realidad no se trata de un diario, ni es una biografía. Consiste en una guía, legada a los Eternos, que él sabía que algún día tenían que existir. Estaba encerrada en un campo estático Temporal que solo podía ser abierto por los Programadores de la Eternidad, y que por ello permaneció intacto hasta tres siglos después de su muerte, hasta que se inició la Eternidad y el Jefe Programador Henry Wadsman, el primero de los grandes Eternos, lo abrió. El documento ha pasado a los sucesivos Jefes Programadores en el mayor de los secretos, a lo largo de una línea que termina en mí. Le llamamos la Memoria de Mallansohn. La Memoria nos cuenta la historia de un hombre llamado Brinsley Sheridan Cooper, nacido en el Setenta y ocho, que ingresó en la Eternidad a los veintitrés años, habiendo estado casado por algo más de un año, pero que aún no había tenido ningún hijo. Una vez ingresado en la Eternidad, Cooper fue instruido en matemáticas por un Programador llamado Laban Twissell, y en Sociología Primitiva por un Ejecutor llamado Andrew Harlan. Después de una enseñanza completa en ambas materias y otros temas, tales como ingeniería Temporal, fue enviado al Siglo Veinticuatro para enseñar ciertas técnicas necesarias a un científico Primitivo llamado Vikkor Mallansohn. Llegado al Veinticuatro pasó primero por un lento proceso de adaptación a aquella sociedad. En aquella tarea le fue útil la enseñanza recibida del Ejecutor Harlan, así como los minuciosos consejos del Programador Twissell, quien había previsto con increíble acierto los problemas con los que iba a enfrentarse. Después de dos años, Cooper encontró a Vikkor Mallansohn, un excéntrico científico recluido en una casa de campo de California, sin amigos ni parientes, pero dotado de una inteligencia atrevida y libre de prejuicios. Cooper se hizo amigo de él poco a poco, le acostumbró con grandes precauciones a la idea de haber encontrado a un viajero del futuro, y empezó a enseñarle las matemáticas que debía conocer. Con el paso del tiempo, Cooper adoptó las costumbres del otro, aprendió a hacer experimentos con la ayuda de un anticuado generador eléctrico movido por un motor Diesel y con instrumentos eléctricos que le independizaban de las redes de electricidad. Pero los progresos eran muy lentos y Cooper comprendió que él no era el maravilloso maestro que había creído ser, Mallansohn se volvió cada día más excéntrico y se mostraba menos dispuesto a cooperar, hasta que un día murió en un accidente ocurrido al caer por un barranco de la salvaje y montañosa región donde vivían. Cooper, después de semanas de desesperación, enfrentado con la ruina del trabajo de toda su vida y, al parecer, con la ruina de la Eternidad, decidió hacer uso de un recurso supremo. No dio parte a las autoridades de la muerte de Mallansohn. En vez de hacerlo, se dedicó a propagar la construcción de un Campo Temporal con los elementos primitivos de que disponía. Los detalles ya no importan. Después de infinitos trabajos e ingeniosas improvisaciones, Cooper alcanzó su propósito y presentó el generador al Instituto Tecnológico de California, exactamente como debía hacer el gran Mallansohn, según lo previsto. Ya conoce la historia por sus propios estudios. Ya sabe la desconfianza y la burla con que fue recibido, el tiempo que lo tuvieron en observación en un sanatorio para enfermos mentales, su huida de allí mientras el generador estaba a punto de ser destruido, la ayuda que le prestó aquel camarero de bar cuyo nombre nunca llegó a saberse, pero que ahora es uno de los grandes héroes de la Eternidad. Y también la demostración final que hizo ante el profesor Zimbalist, cuando consiguió que un ratoncillo blanco viajase adelante y atrás en el Tiempo. No quiero aburrirle repitiendo todas estas cosas. Cooper usó el nombre de Mallansohn durante todo este período, porque le daba una personalidad definida y le convertía en un miembro auténtico de la sociedad del Siglo Veinticuatro. El cuerpo del verdadero Mallansohn nunca fue hallado. Durante el resto de su vida se dedicó a cuidar de su generador y ayudó a los científicos del Instituto en la tarea de construir otro generador más potente. No se atrevió a hacer más. No podía enseñarles las ecuaciones de Lefebvre sin darles a conocer tres Siglos de procesos matemáticos que aún estaban por venir. Tampoco podía insinuar su verdadero origen. No se atrevió a hacer más de lo que había hecho el verdadero Vikkor Mallansohn, en la Historia que él conocía. Los hombres que trabajaron con él tuvieron una decepción al encontrarse con un sabio capaz de inventar algo tan importante y que, sin embargo, no podía explicar cómo funcionaba su aparato. Y Cooper también se sintió frustrado porque preveía, sin que le fuera posible acelerarlos, los trabajos e investigaciones que conducirían, paso a paso, hasta los experimentos clásicos de Jan Verdeer, que servirían de base al gran Antoine Lefebvre para plantear las ecuaciones fundamentales de la Realidad. Y cómo después de aquello se establecería la Eternidad. Sólo hacia el final de su larga vida, en una ocasión en que se encontraba contemplando una puesta de Sol en el Pacífico (la escena está descrita extensamente en su Memoria), Cooper llegó a comprender, al fin, que él era Vikkor Mallansohn, un sustituto. El nombre podía no ser el suyo, pero el hombre descrito en la Historia como Mallansohn era, en realidad, Brinsley Sheridan Cooper. Excitado por aquella idea y por todo lo que implicaba, deseoso de acelerar y asegurar la Eternidad, escribió su Memoria y la colocó en un Campo estático Temporal, en el salón de su casa. De este modo se cerraba el círculo. La intención de Cooper-Mallansohn al escribir su Memoria naturalmente no fue tenida en cuenta. Cooper debe vivir su vida exactamente como estaba previsto. La Realidad Primitiva no permite ningún cambio. En este momento del fisio-tiempo, el Cooper a quien conocemos no sabe nada de lo que le espera. Cree que solo ha de enseñar a Mallansohn y luego regresar a la Eternidad. Continuará creyéndolo hasta que los años le enseñen lo contrario y un día se siente a escribir su Memoria. El propósito del círculo en el tiempo es el de establecer el conocimiento del viaje temporal y de la naturaleza de la Realidad, a fin de construir la Eternidad antes de su tiempo natural. Por sí misma, la Humanidad no habría aprendido la verdad sobre el tiempo antes de que los avances tecnológicos en otras direcciones hicieran inevitable el suicidio de la raza.

Harlan escuchó atentamente, absorto ante la visión de un poderoso círculo en el Tiempo, cerrado sobre sí mismo y que atravesaba a la Eternidad en parte de su curso. Casi llegó a olvidarse de Noys en aquel momento.

—Entonces, durante todo este tiempo, ¿usted sabía lo que debía hacer, todo lo que yo haría y todo lo que he hecho? —preguntó.

Twissell, que parecía perdido en sus pensamientos, después de relatar la historia, volvió lentamente a la realidad. Sus cansados ojos se clavaron en Harlan y contestó con un tono de reproche:

—Desde luego que no. Quedan varias décadas de fisio-tiempo entre la estancia de Cooper en la Eternidad y el momento en que escribió su Memoria. Sólo podía relatar lo que él mismo había visto y lo que aún recordase. Compréndalo.

Twissell suspiró y aventó con la mano una nube de azulado humo que se disolvió en pequeños torbellinos.

—Todo se fue desarrollando perfectamente. Primero me encontraron a mí y me llevaron a la Eternidad. Al cumplirse el fisio-tiempo prescrito me convertí en Jefe Programador, me entregaron la memoria y me encargaron de la ejecución de este asunto. La memoria decía que yo estaba al frente del proyecto, de modo que tuve que ser yo mismo. De nuevo, al llegar el fisio-tiempo requerido, usted apareció en el cambio de una Realidad, cuando ya habíamos observado a sus anteriores homólogos cuidadosamente, y luego surgió Cooper. Pude completar los detalles usando mi sentido común y nuestros servicios de cálculo. Por ejemplo, tuvimos que preparar cuidadosamente al Instructor Yarrow para su papel sin descubrir ni la más pequeña parte de la verdad. Él, a su vez, debía estimular con precaución el interés de usted en los Tiempos Primitivos. Fue preciso un control muy estricto para que Cooper no aprendiera nada que no hubiese aprendido antes por referencia a su Memoria —Twissell sonrió amargamente—. Sennor se divierte con estas cosas. Lo llama la reversión de la causa y el efecto. Conociendo el efecto, se puede producir la causa. Afortunadamente, yo no tengo tiempo para sutilezas de esta clase. Me complació, muchacho, el ver que se había convertido en un excelente Observador y Ejecutor. La Memoria no lo mencionaba, pues Cooper no tuvo oportunidad de observar el trabajo de usted, o de calificar su mérito. Aquello me convenía. Yo podía usarle en un trabajo corriente sin llamar la atención hacia su misión primordial. Incluso su reciente trabajo con el coordinador Finge se ajusta a las líneas generales de la Memoria. Cooper menciona allí un período en el que usted estuvo ausente, durante el cual sus estudios matemáticos progresaron tanto que él deseaba que usted regresara para poder contárselo. Una vez, sin embargo, usted me espantó.

Harlan contestó en seguida:

—¿Se refiere a la vez que me llevé a Cooper en la cabina?

—¿Cómo lo ha adivinado? —preguntó Twissell.

—Fue la única vez que estuvo realmente irritado conmigo. Ahora supongo que aquello iría contra algo de lo que dice la Memoria de Mallansohn.

—En realidad, no. Era que la Memoria no habla de las cabinas. Me pareció que la omisión de un aspecto tan importante de la Eternidad solo podía significar que Cooper casi no había tenido ninguna experiencia con las cabinas. Por eso me propuse mantenerle apartado de los Tubos tanto como fuese posible. Cuando me enteré de que usted se lo había llevado hacia el hipertiempo, me irritó en gran manera, pero después de aquello no sucedió nada anormal. Las cosas continuaron igual que antes, de modo que aquello no tuvo importancia.

El anciano Programador se frotó las manos lentamente, mientras contemplaba al joven Ejecutor con una mirada llena de sorpresa y curiosidad.

—Y mientras tanto usted ha adivinado la verdad. Esto me asombra. Habría jurado que ni siquiera un Programador de gran experiencia sería capaz de hacer las deducciones acertadas, si no tenía más información que la que tuvo usted. Pero que lo haya logrado un Ejecutor parece sobrenatural.

Twissell se inclinó hacia delante, y golpeó ligeramente la rodilla de Harlan.

—La Memoria de Mallansohn no dice nada de usted, después de la marcha de Cooper, naturalmente.

—Lo comprendo, señor —dijo Harlan.

—Por lo tanto, estamos en situación de hacer lo que queramos con su propio porvenir. Ha demostrado poseer un talento que no debemos despreciar. Creo que reúne condiciones para ser algo más que un simple Ejecutor. En este momento no le prometo nada, pero hágase cargo de que la categoría de Programador está dentro de sus posibilidades.

A Harlan le era fácil mantener el rostro sin expresión. Tenía muchos años de práctica.

Pensó: «Un soborno».

Pero nada debía quedar al azar. Sus deducciones, quiméricas y sin fundamento al principio, concebidas por casualidad durante una noche de insomnio, se habían convertido en razonables como resultado de sus investigaciones en la biblioteca. Después de lo que le había dicho Twissell, eran certidumbre. Sin embargo, se había equivocado en un detalle. Cooper era el mismo Mallansohn.

Aquello reforzaba su posición, pero igual que se había equivocado en aquello podía estar equivocado en otras cosas. Por lo tanto, no debía dejar nada al azar. ¡Tenía que asegurarse!

Harlan dijo tranquilamente, casi con indiferencia:

—También yo tengo una gran responsabilidad, ahora que conozco la verdad.

—¿Y por qué?

—¿Hasta qué punto es sólida la situación? Supongamos que ocurriese algo inesperado, y que yo no asistiera a una clase en la que debiera enseñarle a Cooper algo vital.

—No le comprendo.

(Eran imaginaciones de Harlan, o en los ojos del anciano Programador había aparecido una chispa de alarma.)

—Quiero decir que el círculo puede romperse. Déjeme explicarle. Si alguien me envía al hospital de un golpe inesperado en la cabeza, en un momento en que la Memoria diga claramente que estoy bien y en plena actividad, podemos esperar que toda la trama se deshaga. O supongamos que, por alguna razón, yo decida deliberadamente no seguir las instrucciones de la Memoria. ¿Qué pasaría entonces?

—¿Quién le ha metido estas ideas en la cabeza?

—Parece lógico. Creo entender que yo mismo puedo romper el círculo con una acción descuidada o deliberada, y entonces ¿cuál será el resultado? ¿Destruir la Eternidad? Es posible. Y si es así —añadió Harlan tranquilamente— creo que debe decírmelo para que yo evite el cometer ninguna imprudencia. Aunque supongo que se necesitarían unas circunstancias bastante extraordinarias para que yo cometiese alguna torpeza en un proyecto de tanta importancia.

Twissell rió, pero la risa sonó falsa y forzada en los oídos de Harlan.

—Todo esto es teórico, muchacho —dijo—. Nada de lo que dice puede suceder, pues no sucedió antes. El círculo no se romperá.

—Puede romperse —dijo Harlan—. La muchacha del Cuatrocientos ochenta y dos…

—Está segura —exclamó Twissell, poniéndose en pie con impaciencia—. Esta clase de conversaciones no tienen fin, y ya he tenido muchas discusiones con el resto de la Comisión encargada de este proyecto. Mientras tanto, aún tengo que hablarle del asunto para el que lo llamé aquí, y el fisio-tiempo pasa rápidamente. ¿Quiere acompañarme?

Harlan se sintió satisfecho. La situación era clara, y su poder innegable. Twissell sabía que Harlan podía decir en cualquier momento: «No quiero saber nada de Cooper». Twissell sabía que Harlan podía, en cualquier momento, destruir la Eternidad, al dar a Cooper información previa respecto a la Memoria. Harlan era un buen Ejecutor y sabía cómo inducir un cambio.

Harlan sabía lo suficiente para conseguir lo que deseaba. Twissell creyó impresionarle con la importancia de su misión, pero si el Programador creía mantener a raya a Harlan de aquella manera, estaba equivocado.

Harlan había lanzado una amenaza clara respecto a la seguridad de Noys, y la expresión de Twissell cuando había contestado: «Está segura», demostraba que había tomado nota de la amenaza.

Harlan se levantó y siguió a Twissell.

Entraron en una sala que Harlan no conocía. Era enorme y completamente despejada. Su único acceso estaba al final de un estrecho corredor bloqueado por una pantalla de energía, que no se abatió hasta que el rostro de Twissell fue identificado claramente por el sistema de seguridad.

La mayor parte de la sala estaba ocupada por una esfera que casi llegaba al techo. Tenía una escotilla abierta, mostrando una escalera de cuatro peldaños que conducía a una plataforma interior brillantemente iluminada.

Varias voces sonaron en el interior y mientras Harlan miraba, un par de piernas aparecieron por la escotilla, bajando por la escalera. Un hombre saltó al exterior y otro par de piernas le siguió. El primero de ellos era Sennor, del Gran Consejo Pantemporal, y el que salió detrás de él era otro de los que formaron el grupo en la mesa del almuerzo aquel mediodía.

Twissell pareció contrariado al verlos. Su voz, sin embargo, era contenida.

—¿Aún sigue aquí la Comisión? —preguntó.

—Sólo nosotros dos, Rice y yo —dijo Sennor tranquilamente—. Tenemos aquí un maravilloso instrumento. Ha llegado a alcanzar la complejidad de una espacionave.

Rice era un hombre de ancha cintura, con la mirada perpleja del que sabe que tiene razón pero, sin embargo, se halla siempre en desventaja en cualquier polémica. Se frotó su bulbosa nariz y terció en la conversación.

—Últimamente Sennor viene aplicando su capacidad a la cuestión de los viajes espaciales.

La calva de Sennor brilló debajo de los grandes focos.

—Es muy interesante, Twissell —dijo—. Me gustaría conocer su opinión. Los viajes interplanetarios, ¿constituyen un factor positivo o negativo en el cálculo de la Realidad?

—La pregunta no tiene sentido —dijo Twissell con impaciencia—. ¿Qué tipo de viaje espacial, en qué Sociedad, bajo qué circunstancias?

—¡Bah! Seguramente podemos considerar en esta ocasión los viajes interplanetarios en abstracto.

—Solo que su influencia tiene límites bien definidos, ya que se consumen a sí mismos y luego se extinguen.

—Por tanto, son inútiles —dijo Sennor con satisfacción—, y, en consecuencia, son un factor negativo. Opino lo mismo.

—Cooper llegará dentro de unos minutos. Necesitamos estar solos, por favor — dijo Twissell.

—Claro, claro.

Sennor tomó del brazo a Rice y se lo llevó de allí. Su voz continuó en tono recitativo mientras ambos se alejaban:

—Periódicamente, mi querido Rice, todo el esfuerzo mental de la Humanidad se concentra en los viajes espaciales, que por la misma naturaleza de las cosas están condenados a agotarse y desaparecer. Podría plantear las ecuaciones sociológicas necesarias, pero estoy seguro de que me comprende perfectamente. Mientras la mente se ocupa del espacio, descuida el desarrollo de los bienes terrestres. Estoy preparando una tesis para someterla al Gran Consejo, recomendando que todas las Realidades sean cambiadas para eliminar de oficio todas las eras donde existen los viajes interplanetarios.

La voz aguda de Rice contestó:

—No podemos tomar medidas tan drásticas. Los viajes interplanetarios son una válvula de seguridad de gran importancia para algunas civilizaciones. Por ejemplo, considere la Realidad cincuenta y cuatro del Siglo Doscientos noventa, que en este momento acude a mi memoria. En esa civilización…

Las voces dejaron de escucharse y Twissell comentó:

—Sennor es un hombre extraño. Su inteligencia vale tanto como la de dos de nosotros, pero su capacidad se pierde en estos entusiasmos caprichosos.

—¿Cree que pueda tener razón? Me refiero a la cuestión de los viajes interplanetarios.

—Lo dudo. Podríamos juzgar este asunto si Sennor llegara, en realidad, a someter su tesis al Gran Consejo. Pero no lo hará. Se entusiasmará con otra cosa antes de que termine de escribirla y la abandonará. Pero no importa…

Twissell dio un golpe con la palma de la mano en la pared de la esfera, haciéndola vibrar, y luego retiró la mano para quitarse el cigarrillo de los labios.

—¿Sabe qué es esto, Ejecutor? —preguntó.

—Parece una cabina de gran tamaño.

—Exactamente. Lo ha adivinado. Eso es. Entremos.

Harlan siguió a Twissell al interior de la esfera. Tenía capacidad para cuatro o cinco personas, pero su interior no presentaba ningún aspecto extraordinario. El suelo era liso y las curvas paredes estaban provistas de dos ventanas. Eso era todo.

—¿Dónde están los mandos? —preguntó Harlan.

—Funciona por mando a distancia —contestó Twissell.

Pasó la mano sobre la lisa superficie y continuó:

—Paredes dobles. El espacio comprendido entre ambas se ha utilizado para instalar un Campo Temporal autónomo. Este aparato es, en realidad, una cabina que no depende de los campos de fuerza de los Tubos, y puede pasar del límite extremo de la Eternidad en el hipotiempo. Su estudio y construcción fue posible gracias a valiosas indicaciones que hemos encontrado en la Memoria de Mallansohn. Acompáñeme.

El cuadro de mandos estaba en un extremo de la gran sala, al otro lado de un tabique. Harlan entró y contempló sombríamente las inmensas barras conductoras.

Twissell dijo:

—¿Puede oírme, muchacho?

Harlan, cogido por sorpresa ante aquella pregunta, miró a su alrededor. No se había dado cuenta de que Twissell no le había seguido al interior del cuarto de control. Se acercó a la ventana de inspección, y Twissell le hizo un gesto desde fuera. Harlan contestó:

—Puedo oírle perfectamente, señor ¿Quiere que salga?

—Nada de eso. Está encerrado en el interior.

Harlan se abalanzó sobre la puerta, y su estómago se retorció en una fría y mortal opresión. Twissell tenía razón. ¿Qué había pasado?

—Le satisfará saber, muchacho, que su responsabilidad ha terminado. A usted le pesaba tal responsabilidad; ha hecho muchas preguntas sobre ella, y creo que comprendo lo que quería decirme. Usted no debe tener responsabilidad en este asunto. Es solo mía. Desgraciadamente, usted ha de quedarse en el cuarto de mandos, ya que sabemos que estaba allí al cargo de los instrumentos. Así se describe la escena en la Memoria de Mallansohn. Cooper le verá a través de la ventana y eso será suficiente. Además, tengo que pedirle que haga el contacto final de acuerdo con las instrucciones que le diré. Si cree que esto es demasiada responsabilidad, puede estar tranquilo. Hay otro contacto paralelo con el suyo, que será actuado por otra persona. Si, por cualquier razón, no le es posible hacer funcionar el suyo, él lo hará. Como precaución final, he ordenado cortar la comunicación de sonido desde ese cuarto. Usted podrá oírnos, pero no podrá hablar con nosotros. Por tanto, no tema que cualquier exclamación involuntaria pueda romper el círculo.

Harlan le contemplaba con desesperación al otro lado del grueso cristal.

Twissell continuó:

—Cooper llegará dentro de un momento y su viaje a los Tiempos Primitivos se realizará dentro de las dos próximas fisio-horas. Después de esto, muchacho, el trabajo habrá terminado y quedará usted libre.

Harlan se hundía en la vorágine de una pesadilla. ¿Le había engañado Twissell? ¿Era posible que todo estuviese preparado para conseguir que Harlan entrase voluntariamente en la sala de mandos que ahora era su prisión? Al saber que Harlan conocía su propia importancia, Twissell había improvisado con diabólica inteligencia, distrayéndole con su conversación, calmando sus emociones con palabras, llevándole de aquí para allá, hasta que llegó el momento adecuado para reducirle a la impotencia.

¡Su fácil aceptación de la cuestión de Noys! No le pasaría nada, había dicho Twissell. Todo iría bien.

¡Cómo pudo ser tan ingenuo! Si no tenía intención de hacerle ningún daño, ¿por qué habían puesto la barrera temporal en los Tubos en el 100.000.°? Bastaba aquello para ver quién era Twissell.

Solo su propio deseo de creer lo que le decía hizo posible que el Programador jugase con él durante las últimas fisio-horas, y lo encerrase en el lugar donde ya no le necesitaba, ni siquiera para hacer el último contacto.

De un solo golpe le habían quitado la fuerza de su situación. Sus triunfos eran ahora cartas sin valor, y Noys quedaba para siempre lejos de su alcance. El castigo que pudieran imponerle no le importaba. Nunca volvería a ver a Noys.

Nunca se le había ocurrido que el proyecto pudiera estar tan cerca de su término. Aquello, desde luego, era lo que le había derrotado.

La voz de Twissell resonó, lejana:

—Voy a cortar la comunicación, muchacho.

Harlan se sintió solo, inútil, desesperado…