Había pasado un fisio-año desde aquella noche en el 482.° durante la cual comprendió tantas cosas. Ahora, tomando tiempo normal, se encontraba casi a 2.000 Siglos en el futuro de Noys Lambent, tratando de averiguar, por medio de sobornos e influencias, lo que le reservaba el destino a ella en una nueva Realidad.
Aquello era una falta grave, pero no le importaba. En el pasado fisio-mes se había convertido en un criminal a sus propios ojos. No podía escapar de aquel hecho. No sería más criminal por rematar la cadena de delitos, y podía ganar mucho al hacerlo.
Ahora, como parte de sus maniobras traicioneras (Harlan no vaciló en aplicarse tal calificativo), estaba frente a la barrera que lo separaba del Tiempo normal del 2456.°. La entrada en el Tiempo normal era mucho más complicada que el paso de la Eternidad a los Tubos. Para entrar en el Tiempo normal, las coordenadas que definían el punto de destino en la superficie de la Tierra tenían que ser elegidas cuidadosamente, así como el momento exacto del Tiempo normal escogido dentro del Siglo. Sin embargo, y a pesar de su tensión interior, Harlan manejó los mandos con la facilidad y seguridad de la experiencia y el talento.
Harlan se encontró en la sala de máquinas que ya había visto en la pantalla de observación de la Eternidad. En aquel fisio-momento, el Sociólogo Voy estaría sentado tranquilamente detrás de aquella pantalla observando la Ejecución que iba a desarrollarse.
Harlan no tenía prisa. La sala permanecería vacía durante los próximos 156 minutos. Desde luego, el programa espacio-temporal solo le concedía 110 minutos, dejando los restantes 46 para el margen acostumbrado de seguridad. Aquel margen estaba previsto para casos de emergencia, pero no se esperaba que un Ejecutor tuviera necesidad de utilizarlos. Un Ejecutor que cometiese fallos no duraba mucho como Especialista.
Harlan no contaba con usar más de dos de aquellos 110 minutos. Ajustó su generador de campo de pulsera y se rodeó de un aura de fisio-tiempo (una emanación, como si dijéramos, de la Eternidad) para protegerse de cualquier efecto del Cambio de Realidad, y dio un paso hacia la pared. Tomó un pequeño envase de su lugar en el estante y lo colocó en el otro lugar, previamente seleccionado, en el estante inferior.
Hecho el cambio, volvió a entrar en la Eternidad de una forma que le pareció tan prosaica como atravesar una puerta. Si un Temporal hubiera estado observando a Harlan, sencillamente le habría visto desaparecer.
El pequeño envase continuó donde lo había colocado. No jugaba un papel inmediato en la historia del Mundo. Una mano humana, horas más tarde, se dirigió a buscarlo, pero no lo encontró. Una investigación consiguió localizarlo media hora más tarde, pero, entretanto, una máquina se había detenido por falta del combustible contenido en aquel envase, y otro hombre se había irritado por aquella detención. Una decisión que no habría tomado en la anterior Realidad, ahora fue tomada sin vacilar. Un encuentro no tuvo lugar; un hombre que habría muerto, vivió un año más, bajo otras circunstancias; otro que habría vivido, murió mucho antes.
Como una piedra arrojada a un estanque, la Ejecución fue extendiendo sus efectos y alcanzó el máximo en el Siglo 2481, a veinticinco Siglos de la Ejecución. La intensidad del Cambio de Realidad declinó a partir de aquel punto. Los teóricos decían que los efectos del Cambio se extendían hasta el infinito en el hipertiempo, sin llegar nunca a cero, pero que a cincuenta Siglos de distancia de la Ejecución, el Cambio se hacía demasiado pequeño para ser observado ni aun por los mejores Programadores, y que allí alcanzaba su límite práctico.
Ningún ser humano en el Tiempo pudo advertir que se hubiera producido un Cambio. La mente cambiaba al igual que la materia, y solo los Eternos permanecían en el exterior para ser testigos del Cambio.
El Sociólogo Voy estaba contemplando la azulada escena del 2481.°, que antes había reflejado la intensa actividad de un espaciopuerto. No levantó la vista cuando entró Harlan. Apenas murmuró algo que pudiera tomarse por un saludo.
Era evidente que un cambio había asolado el espaciopuerto. Su vitalidad había desaparecido, los pocos edificios que se veían ya no eran las poderosas construcciones que habían sido. Se veía una nave espacial abandonada, con el casco cubierto de herrumbre. No se veía a nadie. No había movimiento.
La sonrisa de Harlan brilló por un momento y luego desapareció. Era un RMD, el Resultado Máximo Deseado. Y había ocurrido en el acto. Los cambios no se producían siempre en el preciso instante de la Ejecución. Si los cálculos tenían un pequeño grado de error, podían pasar horas o días antes de que el Cambio se manifestase (contando, desde luego, en fisio-tiempo). Esto solo ocurría una vez descartados todos los posibles grados de libertad. Mientras existiera una posibilidad matemática de acontecimientos alternativos, el Cambio no se producía.
Harlan se envanecía de que, cuando él calculaba el CMN, cuando era su mano la que realizaba la Ejecución, las variaciones aleatorias se anulaban inmediatamente y el Cambio se producía en el acto.
—¡Era tan hermoso! —dijo Voy lentamente.
La frase hirió los oídos de Harlan; era como si quisiera rebajar la belleza de su propio trabajo.
—No lamentaría que los viajes interplanetarios desaparecieran completamente de la Realidad —dijo.
—¿No? —inquirió Voy.
—¿Para qué sirven? Nunca duran más de un milenio o dos. La gente se cansa. Regresan a casa y las colonias quedan abandonadas. Luego, después de cuatro o cinco milenios, o cuarenta o cincuenta, prueban de nuevo para fracasar otra vez. Es desperdiciar la inteligencia y el esfuerzo humano.
—Es usted un filósofo —dijo Voy secamente.
Harlan enrojeció. Pensó: «¿De qué me sirve hablar con ellos?».
—¿Qué hay del Análisis individualizado? —dijo, con un súbito cambio de tema.
—¿Qué quiere que haga?
—¿Vamos a ver al Analista? Seguramente, a estas horas tendrá el trabajo casi terminado.
El Sociólogo dejó que una sombra de desagrado cruzase su rostro, como si pensara: «Eres muy impaciente, ¿no?».
—Acompáñeme y vamos a verlo —dijo Voy en voz alta.
La placa en la puerta del despacho decía: «Nerón Feruque», lo que llamó la atención de Harlan por su ligera similitud con los nombres de un par de gobernantes del área Mediterránea durante los Tiempos Primitivos. (Sus clases semanales con Cooper habían aguzado en gran manera su interés por la Historia Primitiva.)
Sin embargo, el hombre sentado detrás de la mesa no se parecía a ninguno de los dos gobernantes, tal como Harlan los recordaba. Era delgado, casi cadavérico, con la piel fuertemente estirada sobre una prominente nariz.
Tenía los dedos largos y sus muñecas eran huesudas. Mientras acariciaba su pequeña calculadora, parecía la Muerte pesando un alma en su balanza.
Harlan miró la calculadora con ansiedad. Aquella máquina era el corazón y los músculos del Análisis individualizado. Cuando se le daban los datos de una biografía individual y las ecuaciones de un Cambio de Realidad, empezaba a trepidar, burlona, por un tiempo variable entre un minuto y un día, y por último escupía un formulario que detallaba todas las posibles vidas alternativas de la persona estudiada (bajo la nueva Realidad), asignando a cada una un índice de probabilidad.
El Sociólogo Voy presentó a Harlan. Feruque contempló con animosidad el emblema del Ejecutor, inclinó la cabeza y no pronunció palabra.
Harlan dijo:
—¿Ha terminado ya con el Análisis individualizado de la señorita?
—No. Cuando termine ya se lo diré. Era uno de aquellos que despreciaban a los Ejecutores hasta llegar a ser groseros.
Voy dijo:
—Cuidado, Analista.
Las cejas de Feruque eran tan blancas que parecían invisibles. Eso aumentaba su parecido con una calavera. Sus ojos se movieron en donde uno creería ver cuencas vacías, y dijo:
—Ya ha matado a las naves interplanetarias, ¿no?
—Las hemos retrasado un Siglo —dijo Voy.
Feruque hizo una mueca y ahogó un comentario despectivo.
Harlan cruzó los brazos y contempló fijamente al Analista, hasta que éste desvió la mirada, confuso.
Harlan pensó: «Sabe que él también tiene la culpa».
Feruque se dirigió a Voy:
—Oiga, ya que está aquí, ¿qué quiere que haga con las peticiones de suero anti-cáncer? No somos el único Siglo que tiene el anti-cáncer. ¿Por qué vienen aquí todas las peticiones?
—Los demás Siglos que lo poseen están tan agobiados como nosotros, y usted lo sabe —dijo Voy.
—Pues que dejen de enviar peticiones.
—¿Cómo se consigue eso?
—Fácil. Que el Gran Consejo deje de admitirlas.
—Yo no tengo influencia con el Gran Consejo —dijo Voy.
—Pero tiene influencia con el Viejo.
Harlan escuchó la conversación con indiferencia. Pero al menos servía para distraerle de la ruidosa calculadora. Entendió que lo de «Viejo» se refería al Programador encargado de aquella Sección.
—He hablado con el Jefe —dijo el Sociólogo— y ya se ha dirigido al Gran Consejo.
—Tonterías. Ha enviado una instancia de rutina. Debe luchar por eso. Es una cuestión de importancia básica.
—Estos días el Gran Consejo Pantemporal no está dispuesto a considerar cambios en su política básica. Conocerá los rumores que están corriendo.
—¡Ah, sí! Que preparan un asunto importante. Siempre que se presenta un problema desagradable, empiezan a rumorear que el Consejo tiene algo importante entre manos.
Si Harlan hubiera estado de humor, se habría sonreído ante aquellas palabras.
Feruque permaneció callado unos momentos y luego continuó:
—Lo que la mayoría de la gente no comprende es que el suero anti-cáncer no es una cuestión como las semillas vegetales o los motores electrónicos. Verdad es que cada semilla ha de ser vigilada por sus posibles efectos perniciosos en la Realidad, pero lo del anti-cáncer tiene que ver con las vidas humanas, y esto es cien veces más difícil de analizar.
»¡Piénselo! Considere cuántas personas mueren al año de cáncer en cada Siglo de los que no poseen sueros anti-cáncer de una u otra clase. Ya imaginará si los enfermos tienen ganas de morir. Por eso los Gobiernos Temporales de esos Siglos no paran de enviar instancias a la Eternidad: “Por favor, envíennos setenta y cinco mil ampollas de suero para los enfermos absolutamente indispensables a nuestra civilización. Incluimos los datos biográficos”.
Voy asintió rápidamente.
—Ya lo sé. Ya lo sé.
Pero Feruque necesitaba desahogar su resentimiento.
—Cuando uno lee los datos biográficos, cada uno de ellos es un héroe. Cada hombre será una pérdida insoportable para su mundo. De modo que uno los analiza. Hay que calcular qué pasaría con la Realidad si cada uno siguiera viviendo y, ¡por Cronos!, si diferentes combinaciones de hombres continuaran viviendo. Durante el mes pasado he estudiado quinientas setenta y dos instancias. Diecisiete, fíjese, solo diecisiete Análisis individualizados resultaron exentos de cambios de Realidad perniciosos. Y tenga en cuenta que no hubo ni un solo caso de Cambio de Realidad favorable. Pero el Consejo dice que en los casos neutrales se autoriza el envío del suero. Por humanidad ya se sabe. Por consiguiente, este mes se curarán, exactamente, diecisiete personas de los diferentes Siglos. ¿Y qué sucede? ¿Son más felices los Siglos por eso? Desde luego que no. Un hombre se cura y una docena del mismo país, del mismo Tiempo, mueren. Todos preguntan: ¿Por qué ha tenido que ser Fulano? Quizá los tipos a quienes no dimos suero eran mejores, quizás eran filántropos amados por todos, mientras que el único a quien asistimos apela a su madre anciana siempre que le sobra tiempo para dejar de pegar a sus hijos. Las gentes desconocen los Cambios de Realidad, y nosotros no podemos explicárselo. Estamos creando problemas y dificultades para nosotros mismos, Voy, a menos que el Gran Consejo decida estudiar todas las peticiones y aprobar solo aquellas que resulten en un Cambio de Realidad favorable. Eso es. O el curarlos produce algún bien para la Humanidad o, de lo contrario, no debemos hacerlo. No debemos seguir diciendo: Lo haremos siempre que no cause ningún daño.
El Sociólogo le escuchó con un gesto de amargura en su rostro y al final dijo:
—Si fuera usted el enfermo de cáncer…
—Eso es estúpido, Voy. Nosotros no tomamos nuestras decisiones fundándonos en tales ideas. En tal caso nunca habría un Cambio de Realidad. Algún pobre diablo siempre sale perdiendo, ¿no es así? Suponga que es usted ese pobre diablo, ¿eh? Y otra cosa. Recuerde que cada vez que realizamos un Cambio de Realidad es más difícil encontrar otro favorable en lo sucesivo. Cada fisio-año, la probabilidad de que un Cambio fortuito resulte pernicioso aumenta continuamente. Eso significa que la proporción de personas que podemos curar se hace siempre más pequeña. Siempre disminuye. Pronto podremos curar solo a uno cada fisio-año, incluso teniendo en cuenta los casos neutrales. Recuerde lo que le digo.
Harlan no sentía el menor interés por todo aquello. Era la clase de quejas que se escuchaban siempre entre los Eternos. Los Psicólogos y los Sociólogos, en sus raros estudios sobre la Eternidad, lo llamaban identificación. Los hombres tendían a identificarse con el Siglo con que se relacionaban profesionalmente. Las luchas de éste, demasiado a menudo, se convertían en sus propias luchas.
La Eternidad combatía al demonio de la identificación por todos los medio a su alcance. Nadie podía ser destinado a una Sección alejada menos de dos Siglos del suyo natal. Para hacer la identificación más difícil, se daba preferencia a los Siglos con culturas muy diferentes de la natal. Harlan recordó a Finge, destinado al 482.°. Además, los destinos eran cambiados en forma rotativa tan pronto como se observaban reacciones sospechosas. Harlan no apostaría ni diez grafen del Siglo 50 por las posibilidades de que Feruque continuara en aquel puesto un fisio-año más.
Y sin embargo, los Eternos seguían experimentando el absurdo deseo de tener un hogar estable en el Tiempo. Por alguna razón ignorada, aquello afectaba con mayor intensidad a los Siglos que poseían la navegación espacial. Era algo que merecía ser investigado, y lo habría sido a no intervenir la crónica resistencia de la Eternidad a examinar su propia organización.
Un mes antes, Harlan habría despreciado a Feruque como a un estúpido sentimental, un descontento que reaccionaba frente a la pérdida de las naves antigravitacionales en la nueva Realidad, lanzando invectivas contra los Siglos que necesitaban el suero anti-cáncer.
Tendría que denunciarle. Así lo exigía el reglamento. Las reacciones de aquel hombre ya no eran seguras.
Pero ahora no podía decidirse a hacerlo. Simpatizaba con aquel hombre. Su propio crimen era mucho más grave.
Qué fácil le resultaba volver a pensar en Noys.
Al final consiguió dormirse aquella noche. Cuando despertó, con la habitación de paredes translúcidas bañada de sol, le pareció que había despertado en el interior de una nube en un alegre cielo matinal.
Noys estaba a su lado, sonriente.
—¡Caramba! Sí que te cuesta despertarte.
La primera reacción de Harlan fue tratar de cubrirse con las sábanas, pero no tenía. Poco a poco recordó lo sucedido la noche anterior y sintió cómo se encendían sus mejillas. ¿Qué pensar de lo ocurrido entre ellos?
Pero de súbito recordó algo y se sentó de un salto en la cama.
—Son más de la una, ¿no es cierto? ¡Por Cronos!
—No. Sólo son las once. El desayuno te espera y aún te queda mucho tiempo.
—Gracias —murmuró él.
—Tienes la ducha preparada y la ropa dispuesta.
¿Qué podía decir?
—Gracias —volvió a murmurar.
Evitó su mirada durante el desayuno. Ella se sentó delante de él, sin comer, con la barbilla apoyada en la palma de la mano, su negro cabello peinado hacia un lado, sus largas pestañas enmarcando sus bellos ojos.
Ella contempló todos los gestos de él, mientras Harlan bajaba los ojos y trataba de encontrar la amarga vergüenza que a su modo de ver debía atormentarle.
—¿Adonde tienes que ir a la una? —preguntó al fin.
—Al partido de aeropelota —murmuró él.
—Conque vas al partido. Yo me he perdido toda la temporada gracias a esos tres meses que hemos saltado, ya sabes. ¿Quién ganará el partido, Andrew?
Él sintió un extraño desmayo ante el sonido de su propio nombre. Negó con la cabeza.
—Pero, sin duda sabes el resultado. Habrás estudiado todo este período, ¿no es cierto?
Ahora su obligación era dar una respuesta terminante y fría, pero en vez de ello, explicó débilmente:
—Había mucho Espacio y Tiempo para estudiar. No puedo enterarme de detalles tan insignificantes como los resultados de los partidos.
—¡Bah! Ya veo que no quieres decírmelo.
Harlan no contestó. Clavó el tenedor en el pequeño y jugoso fruto y lo llevó a sus labios.
Al cabo de un rato Noys insistió:
—¿Has podido ver lo que sucedía en esta casa antes de que tú llegases?
—No conozco los detalles, N… Noys. —Le costó pronunciar su nombre por primera vez.
La muchacha dijo suavemente:
—¿No nos has visto? ¿No supiste siempre que…?
Harlan tartamudeó.
—No, no. No puedo verme a mí mismo. Yo no estoy en la Rea… No estoy aquí hasta que llegué. No puedo explicártelo.
Se sentía confuso. En primer lugar, no debía hablar de aquellos asuntos. Después, había estado a punto de pronunciar «Realidad»: entre todas las palabras, la más prohibida en las conversaciones con los Temporales.
Ella enarcó las cejas y sus ojos se agrandaron, sorprendidos.
—¿Estás avergonzado?
—Lo que hemos hecho no está bien.
—¿Por qué no?
Y en el 482.° su pregunta era perfectamente inocente.
—¿Es que los Eternos no debéis hacerlo?
Lo dijo en tono de broma, como si preguntase si no se les permitía comer a los Eternos.
—No uses esta palabra —dijo Harlan—. En cierto sentido nos está prohibido.
—Pues no se lo cuentes a nadie. Yo no lo haré.
Ella se levantó, dio la vuelta a la mesa y se sentó en sus rodillas, apartando la mesita de un caderazo.
Harlan se puso rígido y esbozó un gesto como si quisiera echarla. No llegó a hacerlo.
Ella le besó, y nada le pareció ya vergonzoso. Nada que se refiriese a Noys y a él.
No estaba seguro de cuándo fue la primera vez que hizo algo improcedente para un Observador. Es decir, cuándo empezó a pensar en la naturaleza del problema relativo a la Realidad actual y al Cambio de Realidad que se preparaba.
No era la moral del Siglo, ni la ectogénesis, ni el matriarcado, lo que perturbaba a la Eternidad. Todo aquello estaba en la anterior Realidad y el Gran Consejo lo toleró con ecuanimidad entonces. Finge había dicho que era algo muy sutil y diferente.
El Cambio debía ser, pues, muy sutil, y se refería al grupo social que estaba observando. Esto parecía obvio.
Comprendería a la aristocracia, a los ricos, a las clases superiores, a los que se beneficiaban con aquel sistema.
Lo que le preocupaba es que ciertamente comprendería a Noys.
Durante los tres días fijados en su programa sufrió un estado de creciente aprensión que incluso le amargaba los ratos pasados en compañía de Noys.
—¿Qué te sucede? —preguntó ella un día—. Pareces diferente de como eras en la Eter… en aquel lugar. Pareces preocupado. ¿Es porque piensas en el momento de regresar allí?
—En parte —contestó Harlan.
—¿No tienes otra alternativa?
—Tengo que volver —dijo Harlan.
—De todas maneras, ¿quién se va a fijar si te retrasas un poco?
Harlan casi sonrió ante aquella pregunta.
—No les gustaría que me retrasara —contestó. Sin embargo, se acordó del margen de dos días que le permitía su programa.
Noys ajustó los mandos de un instrumento musical que emitía los acordes suaves pero complicados de la música creada en su interior al compás de intrincadas fórmulas matemáticas. Las notas y los acordes se formaban y combinaban al azar, pero mediante factores ponderados que favorecían solo las combinaciones agradables al oído. Esta música aleatoria no se repetía jamás; como los copos de nieve, no había dos figuras iguales aunque todas fuesen bellas.
Mecido por la armonía del sonido, Harlan contempló a Noys y sus pensamientos se fijaron en ella. ¿En qué se convertiría, en la nueva Realidad? ¿En una pescadera o en una obrera de fábrica, o quizás en la madre de seis hijos, fea, gorda y enferma? Como quiera que fuese, ella nunca recordaría a Harlan. En la nueva Realidad él ya no formaría parte de su vida. Y en cualquier caso, ya no sería la misma Noys.
No estaba simplemente enamorado de una muchacha. (Cosa extraña, Harlan usó por primera vez en sus pensamientos la palabra «enamorado», sin detenerse a reflexionar siquiera sobre su significado.) Estaba enamorado de un conjunto de factores; su modo de vestir, de andar, de hablar, sus frases y sus gestos. Un cuarto de siglo de vida y de experiencia en la Realidad actual habían sido necesarios para llegar a formar todo aquello. Ella no fue la Noys que él amaba en la anterior Realidad de un fisio-año antes. Y tampoco sería la Noys que él amaba, una vez inducida la próxima Realidad.
La nueva Noys posiblemente fuera mejor en algún sentido, pero Harlan estaba seguro de una cosa. Él quería a aquella Noys, la que podía ver en aquel momento, la que vivía en esta Realidad. Si tenía defectos, también amaba esos defectos.
¿Qué podía hacer? ¿Qué camino tomar?
Se le ocurrieron varias ideas, todas ilegales. La primera, conocer la naturaleza del Cambio y luego enterarse cómo afectaría individualmente a Noys. Al fin y al cabo, nunca se podía estar seguro de que…
Un silencio ominoso arrancó a Harlan de sus reflexiones. Estaba en el despacho del Analista. El Sociólogo Voy le miraba de soslayo. Feruque volvía hacia él su rostro de calavera.
El silencio era penetrante.
Le costó unos momentos darse cuenta de lo que significaba; solo unos momentos. La calculadora había cesado en su tableteo.
Harlan habló:
—Supongo que ya tiene la solución, Analista.
—Sí, desde luego. Aunque pasa algo raro. Feruque contemplaba las láminas que tenía en la mano.
—¿Puedo verlo?
Harlan alargó una mano que temblaba visiblemente.
—No se puede ver nada. Eso es lo raro.
—¿Qué quiere decir… nada?
Mientras miraba a Feruque, los ojos de Harlan se nublaron hasta no ver sino una mancha alargada en el lugar donde permanecía su interlocutor.
La serena voz del Analista resonó como una sentencia.
—Esta mujer no existe en la nueva Realidad proyectada. No hay cambio de personalidad. Simplemente desaparece, eso es todo. He estudiado todas las alternativas hasta una probabilidad de una diezmilésima. No aparece en ninguna de ellas. En realidad —Feruque alargó sus largos y huesudos dedos para frotarse la barbilla—, con la combinación de factores que me ha dado, no acabo de comprender cómo puede existir en la Realidad actual.
Harlan a duras penas pudo murmurar:
—Pero… si el Cambio proyectado es casi insignificante…
—Ya lo sé. Es una rara combinación de factores. ¿Quiere quedarse con los cálculos?
La mano de Harlan tomó las láminas casi sin darse cuenta de ello. ¿Noys desaparecida? ¿Noys ya no existiría? ¿Cómo era posible?
Sintió que una mano se apoyaba en su hombro, y la voz de Voy retumbó en sus oídos.
—¿Se siente enfermo, Ejecutor?
La mano se apartó como si su propietario se arrepintiera de haber tocado a un Ejecutor.
Harlan se pasó la lengua por los resecos labios e hizo un esfuerzo por recobrar la serenidad.
—Estoy bien. ¿Quiere acompañarme hasta la cabina?
No debía demostrar sus sentimientos. Era preciso fingir que todo aquello no era más que una simple investigación rutinaria. Debía ocultar el hecho de que la no existencia de Noys en la proyectada Realidad le llenaba de alegría, de una exaltación casi insoportable.