Capítulo 223

Ciudad del Vaticano

La multitud congregada en la plaza de San Pedro es menos numerosa que durante la anterior elección. Menos silenciosa también. Unos cantan, otros rezan, otros tocan un instrumento. Todos intentan olvidar lo que han vivido. El trauma de esas últimas semanas ha sido demasiado fuerte. Tan fuerte, en realidad, que si se preguntara a los peregrinos qué recuerdan de esos días funestos, seguramente la mayoría respondería que tiene la sensación de que el asesinato del Papa se produjo hace varios años. Por lo demás, solo han conservado flashes en blanco y negro, imágenes desprovistas de color. Eso y las columnas de humo negro que salían por los tragaluces de la basílica mientras los archivos ardían.

Los encargados de la limpieza se habían deslomado para hacer desaparecer la capa de ceniza de las cúpulas del Vaticano. Habían pintado varios edificios a toda prisa, tapizado la plaza de rojo y blanco y organizado festejos y veladas de plegarias para animar a los fieles y ayudarlos a olvidar. Curiosamente, ni un solo peregrino se acordaba del evangelio que aquel monje surgido de ninguna parte llevó hasta el altar. Ni un solo fiel recordaba tampoco, al menos con precisión, el texto que el papa del Humo Negro leyó. Sabían vagamente que se hablaba de una gran mentira y de que Jesucristo no había resucitado de entre los muertos, pero el recuerdo de esas palabras no tardaría en diluirse en el olvido: palabras sin sentido, verdades tan inaceptables que había bastado un discurso del cardenal secretario de Estado Mendoza para ocultarlas.

Poco a poco, las cosas habían reanudado su curso. Dos semanas atrás, en las salas del Palacio Apostólico empezaron a celebrarse conciliábulos de cardenales a fin de preparar el cónclave que había empezado hacía dos días. Ya llevaban seis escrutinios sin haber elegido a nadie, seis columnas de humo negro por la chimenea. Pero hacia la mitad de la jornada había empezado a rumorearse que por fin había una mayoría coincidente y que esa noche habría un elegido. Así que la gente se había congregado de nuevo en la plaza de San Pedro para rezar, mientras que un bosque de cámaras seguía enfocando la chimenea de la capilla Sixtina.

Un murmullo recorre la multitud. Se alzan brazos, caen lágrimas. Las cámaras hacen un zoom de la chimenea, de la que sale un espeso humo blanco. Los comentaristas anuncian que el cónclave ha terminado. Las campanas repican. La gente se vuelve hacia el balcón de San Pedro, donde las puertas no tardarán en abrirse. Lo han olvidado todo. Ni siquiera piensan en ello.