Capítulo 221

Cinco de la mañana.

La agente especial Marie Parks duerme profundamente. Se ha tomado tres somníferos para intentar olvidar los gritos de Rachel y los dedos de la madre Yseult cerrándose alrededor de su cuello. Desde entonces se encuentra sumida en un sueño brumoso e incoloro donde no llega nada del mundo que la rodea. Todavía no ha empezado a soñar. Sin embargo, los torbellinos de su subconsciente ya tratan de atravesar la barrera química de los somníferos. Fragmentos de imágenes.

De repente, la garganta de Marie se estrecha. Unas gotas de adrenalina se extienden por su sangre y dilatan sus arterias. Su pulso se acelera, las aletas de su nariz se estremecen y en sus sienes las venas azules se hinchan. Las imágenes se articulan y cobran vida.

Unos cirios iluminan las tinieblas. Miríadas de moscas zumban. Un olor de cera y de carne muerta. La cripta. Marie abre los ojos. Está desnuda, desgarrada en la cruz. Los clavos que atraviesan sus muñecas y sus tobillos están profundamente hundidos en la madera. Tiembla de dolor. Al pie de la cruz, Caleb la mira. Sus ojos brillan débilmente bajo la capucha.

Marie tiene frío. Los cadáveres han desaparecido. En su lugar, decenas de recoletas están arrodilladas en los reclinatorios. Rezan contemplando a Marie. Caleb levanta los brazos y repite los gestos de la misa: los del sacerdote alzando el copón y el cáliz que contienen el cuerpo y la sangre de Cristo. Las recoletas se ponen en fila en el pasillo central para comulgar. Caleb acaba de desenfundar un puñal. Marie tirita. Ese cuerpo que las recoletas van a recibir en la boca y esa sangre que van a beber arrodilladas al pie del altar son los suyos. Se retuerce en la cruz. Caleb se acerca. Se baja lentamente la capucha. Marie se pone a gritar. Porque ese rostro que la contempla es el del padre Carzo.