Las notas furiosas del órgano hacen vibrar el aire cargado de incienso. Las cámaras que enfocan el altar no se pierden ni un detalle de la escena. En las furgonetas aparcadas en el exterior, periodistas provistos de cascos transmiten las imágenes a las unidades centrales de las grandes cadenas. Los especialistas reunidos en los estudios de televisión se han callado para mirar las imágenes sin intentar comentarlas. Tan solo uno de ellos se aventura a decir que ni siquiera la música tiene nada de sacro. Parece una sucesión de notas sin orden ni concierto. Sin embargo, esa sinfonía disonante tiene algo de turbador y casi bello que parece hechizar a la multitud.
El monje se detiene al pie de la escalera del altar. Está frente al Papa, que lo mira; luego entrega el evangelio de Satán a un protonotario, que sube la escalera y deposita el manuscrito abierto sobre el altar. El Papa pasa con una atención admirativa algunas páginas de la obra. Luego levanta los ojos hacia la multitud. Su voz retumba en el micrófono:
—Queridos hermanos, la Iglesia oculta desde hace siglos una gran mentira que ha llegado el momento de revelar, a fin de que cada cual pueda elegir libremente sus creencias. Pues en verdad os digo que Jesucristo jamás resucitó de entre los muertos y que la vida eterna no existe.
Una oleada de murmullos horrorizados recorre la asamblea. Los peregrinos se miran, familias dispersadas se buscan con los ojos, religiosos caen de rodillas y ancianas se santiguan sollozando. Los cardenales electores, agrupados a ambos lados de la basílica, muestran una palidez mortal que resalta más el rojo de sus hábitos.
Girando sobre su base, las cámaras hacen un barrido de la multitud y se acercan a los rostros para mostrarlos en primer plano. Luego, los objetivos se vuelven todos a una hacia el Papa, que levanta lentamente los brazos con la palma de las manos mirando hacia el cielo. Al pie de la escalera, el monje permanece absolutamente inmóvil. Se ha dejado puesta la capucha y ha cruzado las manos por dentro de las mangas del sayal. El Papa baja los ojos hacia el manuscrito. Su voz se eleva de nuevo a través de los altavoces. Anuncia alto y claro las referencias del evangelio que se dispone a leer:
—Initium libri Evangeli secundum Satanam.