Capítulo 193

Desde los incensarios que acaban de encender, una densa bruma olorosa se eleva hacia el techo de la capilla Sixtina. El cardenal camarlengo se acerca a su colega, a quien el cónclave acaba de designar después del segundo escrutinio. Poniéndose de puntillas, pregunta al elegido si acepta el peso de esa tarea. El nuevo Papa responde que hace suya la voluntad de Dios. El camarlengo lo conduce entonces hasta una estancia secreta donde la tradición exige que el elegido derrame una lágrima al contemplar las pruebas que le esperan. Sin embargo, los ojos del nuevo Papa permanecen secos. Campini le pregunta entonces con qué nombre desea ser llamado. El elegido se inclina y susurra el nombre escogido al oído del camarlengo, que despliega una amplia sonrisa. Libera al nuevo pontífice de su antiguo hábito de cardenal y le ayuda a abrocharse la túnica blanca. Luego, mientras el notario supremo del cónclave quema las papeletas, el cardenal camarlengo ordena abrir la puerta del balcón de San Pedro.

El nuevo Papa y el anciano cardenal salen de la capilla y avanzan juntos por el laberinto de escaleras y pasillos que conducen al primer piso de la basílica. Los suelos de madera chirrían bajo los pies de los que los siguen. Por el camino, el elegido se inclina de nuevo hacia el oído del camarlengo.

—Mande que abran las puertas de la basílica en cuanto se haya hecho el anuncio, para que comience inmediatamente la última misa.

El anciano camarlengo asiente con la cabeza. Al final del pasillo, las ventanas del balcón de San Pedro están abiertas. Se oye, procedente del otro lado, el estruendo lejano de la muchedumbre.

—Una cosa más. Pronto se presentará ante las puertas del Vaticano un monje. Traerá el evangelio. Diga a la guardia que lo deje pasar sin ponerle trabas.

—Así se hará, gran maestre.