Un chisporroteo de cera. La llama de la vela es ahora tan débil que su resplandor ha quedado reducido a un punto naranja en la oscuridad. Marie oye la voz de la madre Yseult: hace horas que suplica a Dios que le permita dejar de sufrir. Pero la madre Yseult no consigue morir.
La anciana religiosa está a punto de adormilarse cuando oye unos pasos en la escalera. Aguza el oído. La voz de sor Braganza la llama. Los zapatos de la muerta frotan la piedra al bajar los peldaños, la hermana olfatea. Acaba de detenerse al pie de la escalera. Ya no llora. Silencio. Marie se ahoga. La luz anaranjada acaba de apagarse. La noche envuelve a la religiosa, que solloza sin hacer ruido.
Un frotamiento. Tocando las paredes con la mano, Braganza susurra como una niña que juega al escondite:
—Dejad de huir, madre. Venid con nosotras. Estamos todas aquí.
Otros susurros responden a los de Braganza. Marie presta atención. Doce pares de manos muertas tocan las paredes al mismo tiempo que Braganza. Las trece muertas de las trece tumbas.
Cuando los frotamientos se detienen a su altura, Marie contiene la respiración para no delatar su presencia. Un silencio. Algo olfatea al otro lado de la pared. Con los labios pegados a esta, sor Braganza ha empezado otra vez a susurrar:
—Te huelo.
Nuevo olfateo, más sonoro.
—¿Me oyes, vieja marrana? Percibo tu olor.
Marie reprime un grito. No, la Bestia que se ha apoderado del cuerpo de Braganza no la huele. Si lo hiciera, ¿por qué iba a molestarse en llamarla? Se aferra con todas sus fuerzas a esa certeza. Después se da cuenta de que sigue conteniendo la respiración y de que un ronquido de asfixia se abre camino a través de su pecho. No logrará contenerlo. Entonces, mientras unas lágrimas de pesar trazan surcos blancos en la suciedad que cubre sus mejillas, siente las manos heladas de la madre Yseult que se cierran alrededor de su cuello. Intenta debatirse para escapar de la presión que ejerce la anciana religiosa, que clava las uñas en su tráquea para acelerar el estrangulamiento. Nota que la sangre resbala por su cuello. Está muriendo. Cierra los ojos. Al otro lado de la pared, sor Braganza y sus hermanas muertas susurran, furibundas.