El tren avanza velozmente en la noche. Pataleos. Chirridos.
—¿Qué, Carzo, cómo se las apaña un exorcista para exorcizarse a sí mismo?
—Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…
—Y maldito es el fruto de tu vientre, Janus. ¡Para, Carzo, qué pinchazos!
Caleb rompe a reír.
—¿En serio crees que vas a conseguir expulsarme con palabras?
—Credo in unum deum Patrem omnipotentem…
—Yo creo en el Abismo eterno, matriz de toda cosa y de toda no cosa, el único creador de los universos visibles e invisibles.
—Pater Noster qui es in caelis…
—Dios está en el Infierno, Carzo, está al mando de los demonios, al mando de las almas condenadas, al mando de los espectros que vagan por las tinieblas.
El padre Carzo siente que las fuerzas lo abandonan y que su conciencia se diluye. Sabe que, si cede ahora, habrá perdido la batalla. Eso es justo lo que quiere Caleb: que Carzo abandone para poder tomar para siempre el control de su espíritu. Un espíritu inmortal en un cuerpo muerto. Un cadáver, que Caleb abandonará en un descampado o en el fondo de un pozo cuando ya no necesite su apariencia. Así que el sacerdote pasa mentalmente las páginas del rito de las Tinieblas que había hojeado en la cripta de la catedral de Manaus. Es la única solución contra un espíritu tan poderoso como Caleb.
—Eso no te servirá de nada, Carzo.
El sacerdote se sobresalta. El Ladrón de Almas lee su pensamiento. No, piensa al mismo tiempo que él.
—¿Quieres que te diga por qué?
—No.
—Porque tu fe está muerta, Carzo.
—Mentira.
—Murió cuando contemplaste los frescos del templo azteca. Murió en el momento en que te arrodillaste ante mí y adoraste el nombre de Satán. Murió cuando abandonaste a Marie en las tinieblas.
—Marie…
—Renuncia, no puedes hacer nada.
Sí. Todavía puede hacer algo. Por lo menos puede intentarlo. Cierra los ojos y se concentra con todas sus fuerzas. Caleb se sobresalta.
—¿Qué haces ahora, Carzo?
A fuerza de escudriñar las tinieblas que llenan el espíritu de Caleb, el sacerdote acaba de distinguir una lucecita a lo lejos, una vela que oscila en la oscuridad. Cuanto más se concentra, mayor se hace la luz. Ilumina las paredes de un cubículo condenado por una pared, donde el rostro de Marie parece dormir. La chica ha cerrado los ojos y sus lágrimas brillan a la luz de la vela.