Stuart Crossman escucha en silencio la grabación de Ballestra. Cuando algún pasaje le llama la atención, hace una seña a Valentina indicándole que vuelva atrás para oír de nuevo los susurros del archivista. Se queda pálido cuando el desaparecido enumera la lista de los papas asesinados por el Humo Negro. La grabación finaliza. Crossman deja escapar un suspiro.
—Es más grave aún de lo que pensaba.
—Nos bastaría con revelarlo todo a la prensa.
—El Osservatore romano y los órganos oficiales del Vaticano se apresurarían a publicar desmentidos rotundos. Además…
—¿Qué?
—¿Qué ocurrirá si mil quinientos millones de fieles se enteran de que la Iglesia les ha mentido durante siglos y de que unos cardenales de una organización secreta se disponen a tomar el control del Vaticano? Imagine por un instante el impacto que semejante noticia tendría sobre los cientos de miles de peregrinos que convergen hacia la plaza de San Pedro. ¡Veinte siglos de creencia desmoronándose de golpe! Habría una sublevación sin precedentes.
—Nos queda confiar en que el cónclave se incline a favor de los cardenales fieles a la Santa Sede.
—Me extrañaría.
Crossman le tiende una hoja a Valentina.
—¿Qué es esto? —pregunta la chica.
—La lista de los once obispos y cardenales que murieron la semana pasada en un accidente aéreo sobre el Atlántico. Entre ellos se encontraba el cardenal Centenario, el que se preveía que iba a suceder al difunto Papa. Una precaución que ahora garantiza al Humo Negro la mayoría absoluta en el cónclave.
En la pantalla, una marea humana ha invadido la plaza de San Pedro. Retransmitidos en veinte lenguas por todas las televisiones del mundo, los comentarios de los periodistas suceden a las intervenciones de los especialistas, desconcertados por el giro que han dado los acontecimientos. Las cámaras enfocan la chimenea de la capilla Sixtina, donde el humo aparecerá tras la incineración de las papeletas de voto. Humo blanco si el Papa es designado al término del primer escrutinio. Humo negro si los cardenales necesitan más tiempo para reflexionar.
Valentina se vuelve hacia Crossman:
—¿Cuál era la misión de Parks?
—Encontrar el evangelio de Satán antes que los asesinos del Humo Negro. Sabemos que la cofradía tiene la intención de utilizar ese manuscrito para revelar al mundo la mentira de la Iglesia en cuanto sea elegido el próximo Papa.
—¿Sabe dónde está en este momento?
—La última vez que la vi fue en el aeropuerto de Denver, donde se disponía a embarcar con el padre Carzo en un avión con destino Ginebra.
—¿Y después?
—No he vuelto a saber nada más.
—No se preocupe. El padre Carzo es exorcista. Él sabrá defender a Parks de los Ladrones de Almas.
—Me temo que el asunto sea algo más complicado.
—¿Por qué?
—Justo antes de despegar para Europa, el padre Carzo me dijo que acababa de regresar de un periplo por la Amazonia, donde había estado investigando por encargo de su congregación un caso de posesión suprema en pleno territorio de los indios yanomami. Me dijo también que un extraño mal había afectado a los chamanes de la tribu. Algo que se propagaba a través de la jungla y que parecía destruir todo signo de vida a su paso. Así que llamé a nuestros contactos en Brasil, que enviaron un equipo en helicóptero para comprobar si ese mal era algún virus mortal que los indios habían despertado. El equipo me ha llamado hace unas horas por teléfono satélite para decirme que había llegado al territorio de los yanomami y que acababa de encontrar un cuaderno perteneciente al padre Carzo en las ruinas de un viejo templo azteca. Un cuaderno en el que el padre había reproducido frescos antiguos y bajorrelieves. Creemos que es ahí donde estaba citado con la posesión suprema, porque las páginas siguientes están llenas de fórmulas maléficas y de frases incoherentes. Y de dibujos satánicos también: una criatura monstruosa en medio de un círculo de velas, almas atormentadas y campos de cruces. Como si la posesión suprema hubiera ganado la batalla y una fuerza misteriosa se apoderara de su mente. Pero el último dibujo representa otra cosa: un acontecimiento trágico que se había producido días antes en Hattiesburg y del que Carzo no podía estar al corriente.
—¿Qué?
Crossman le tiende a Valentina el documento procedente de la Amazonia. El padre Carzo había dibujado a cuatro religiosas crucificadas en una cripta y una quinta cruz, en el centro, en la que estaba clavada una chica desnuda. En la parte inferior de la página, el sacerdote había escrito en rojo:
Marie Parks debe morir.