Carzo se adentra en la escalera que desciende hacia los sótanos de la fortaleza. Un pasadizo oscuro que despide un olor de hiedra y de salitre. El aliento del tiempo.
Al final de la escalera, ilumina con la antorcha las paredes polvorientas. En esas salas subterráneas es donde Landegaard encontró los cadáveres de las agustinas, trece esqueletos que habían arañado los cimientos con las uñas antes de morir de agotamiento.
Mientras avanza, Parks recuerda la penúltima carta que Landegaard le escribió al papa Clemente VI:
Digo «volver a morir» porque todas las religiosas iban envueltas en un sudario, como si las hubieran enterrado primero en las trece tumbas del cementerio y después se hubieran levantado de entre los muertos para recorrer esos lugares sin luz.
Parks se sienta en el banco de piedra que Carzo le señala. Cierra los ojos.
—Marie, escúchame atentamente, es muy importante. Ahora voy a enviarte a este mismo lugar la noche del 11 de febrero de 1348, es decir, trece días después de la muerte de la recoleta. Esa es la fecha que hemos encontrado en la última página de los registros del convento, unas líneas garabateadas a toda prisa por la madre Yseult de Trento, la superiora de las agustinas de Bolzano. Afirma que el sol se está poniendo y que la cosa que ha matado a sus religiosas va a despertar de nuevo de entre los muertos. Dice que es preciso acabar con eso, que no tiene elección. Pide a Dios que la perdone por lo que se dispone a hacer para escapar de la Bestia. Eso es todo. Hemos buscado en los cementerios y en los registros de las congregaciones situadas a decenas de metros a la redonda. Ni rastro de la madre Yseult. Así que es con ella con quien tenemos que establecer contacto ahora.
—¿Y si murió ese día?
Marie nota que los labios de Carzo se posan sobre los suyos mientras se sumerge en la oscuridad. Nota la tela áspera de su hábito, su respiración tibia sobre sus párpados y su mano en sus cabellos. Luego, sus pechos se marchitan y sus carnes se reblandecen. Sus músculos se tensan como ramas. Tiene la sensación de flotar dentro de un vestido de basta tela que huele a tierra y a leña. Una extraña sensación de quemazón invade su garganta, como si hubieran intentado estrangularla. Los recuerdos de la madre Yseult.