Capítulo 169

Una sacudida. El 4x4 acaba de adentrarse en un camino que conduce al corazón de un bosque de pinos negros. Parks abre los ojos y ve cómo desaparece la luna a medida que el coche se interna entre los árboles. Se estira.

—¿Dónde estamos?

—Llegando.

Con un ojo en la pantalla del GPS y el otro en el camino lleno de baches e iluminado por los faros, el sacerdote conduce a tumba abierta en medio de las roderas. De vez en cuando frena para leer en la penumbra los carteles de madera y luego pisa el acelerador y arranca de nuevo levantando una lluvia de barro.

Tres kilómetros más lejos, para el coche delante de un zarzal. Quita el contacto y señala un sendero.

—Es por ahí.

Parks baja. Los árboles huelen a moho y a musgo. Siguiendo los pasos de Carzo, camina entre las zarzas. Ni un soplo de viento. Ni un ruido. Tiene la impresión de que el aire es más puro, más fresco.

El bosque se hace menos denso y la luna llena ilumina de nuevo a los caminantes. El suelo, que se había inclinado bajo sus pies, vuelve a ser llano. Acaban de llegar a una especie de promontorio donde los árboles han renunciado a crecer, un claro natural. Ahí es donde se alzan las murallas del convento de las agustinas de Bolzano. Entre las murallas agrietadas de la fortaleza se entrevé un patio circular y unos edificios en ruinas.

—Es aquí.

—Lo sé.