Capítulo 156

Es de noche. La luna y las estrellas iluminan las cimas con una extraña luz azulada. Exhausta, Parks acaba de desplomarse sobre la estela donde la anciana recoleta grabó su destino. De aquella losa plana que Landegaard tocó con los dedos solo queda una vieja roca cubierta de musgo.

—Marie, ¿se encuentra bien?

Castañeteando los dientes por efecto de la corriente de aire, la joven nota cómo la mano del padre Carzo se cierra sobre su hombro. Se aferra a ese contacto. La visión que acaba de finalizar todavía hace latir sus sienes. El olor de Landegaard permanece en su mente. Marie se inclina y vomita. No solo a causa de su olor, sino también del recuerdo de su cuerpo. Como si los brazos y las piernas de ella no acabaran de recuperar su tamaño habitual. Marie Landegaard. Otro espasmo la obliga a doblarse por la cintura. Cuando se incorpora, el sacerdote la mira con inquietud.

—No se preocupe, Carzo, estoy de vuelta.

Marie se sobresalta; su voz no responde mejor que su cuerpo.