Mientras avanza por el puente que cruza el Tíber, Valentina escucha varias veces el tono de llamada a través del auricular de su móvil. Finalmente Mario descuelga. Al notar por la voz de la joven que algo no va bien, el jefe de redacción del Corriere dice sin rodeos:
—Supongo que no me llamas para hablar del tiempo.
—Estoy de mierda hasta el cuello, Mario.
—Te escucho.
La inspectora hace un resumen de la situación. Cuando ha terminado, Mario se queda un momento en silencio.
—Muy bien, ahora mismo llamo al periódico para que paren las rotativas y cambien la primera página.
—¿Y yo qué hago?
—Nos vemos dentro de diez minutos en la terraza del hotel Abruzzi, frente al Panteón. Trae la grabación de Ballestra.
—¿Por qué no quedamos en la redacción?
—Me has dicho que crees que los hombres del Humo Negro te siguen, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces es demasiado peligroso. Si el camarlengo forma parte de la conspiración, hará vigilar las idas y venidas en todos los edificios de los periódicos de Roma. Así que pasa lo más inadvertida que puedas, no te apartes de la multitud y reúnete conmigo ahora mismo en el Panteón.
Un silencio.
—¿Valentina?
—¿Sí?
—Si de verdad el Humo Negro ha matado al Papa, estás en peligro de muerte. Así que ten mucho cuidado y mantente alejada de las farolas.
Un clic. Valentina se estremece al oír pasos a su espalda. Se vuelve. Nadie. A lo lejos, una riada de cirios avanza y converge en dirección a las cúpulas de San Pedro. La ciudad entera está de luto. Viendo a los peregrinos apretados los unos contra los otros, Valentina se da cuenta súbitamente de que un asesino podría matarla fácilmente entre la muchedumbre. Una puñalada en la espalda, su cuerpo que cae por encima de la barandilla y desaparece en las aguas fangosas del Tíber. Es tan fácil morir en medio de una multitud…