Capítulo 146

—¿Marie?

Acompañando su respiración entrecortada, un denso vaho escapa de los labios entreabiertos de la joven. Carzo tirita. Hace unos minutos que la temperatura del refectorio ha empezado a bajar, como si una ola de frío estuviera envolviendo el convento. No, es otra cosa, algo que Carzo se esfuerza en negar con la misma fuerza con la que se niega a admitir que el color de las paredes está cambiando y que los olores se transforman. Olores de lana y de estiércol empiezan a reaparecer. Olores humanos se reconstruyen asimismo en las corrientes de aire con el recuerdo de las recoletas. El convento despierta. Carzo se yergue al oír los susurros que llenan ahora el silencio, clamores amortiguados, gritos y cánticos. Ruidos de pasos también, sonidos de campanas y chasquidos de puertas. El convento recuerda. Como si el trance de Parks estuviera proyectando al sacerdote al pasado, junto con los muros, los olores y todo lo demás.

—Marie, ¿me oye?

La misma respiración rápida. El mismo vaho que escapa de entre los labios de la joven. Ve latir una vena en la frente de Parks. La chica, dormida, lucha contra algo.

Carzo oye que crujen las correas que sujetan los brazos de la joven. Baja los ojos y se queda petrificado. Los antebrazos de Parks están cubriéndose de cardenales bajo la presión que sus músculos ejercen sobre el cuero. Intenta zarandear por los hombros a Parks, pero sus articulaciones están tan duras que no consigue moverla ni un milímetro.

—¡Marie, esto está yendo demasiado lejos! ¡Tiene que despertar!

Parks abre los ojos. Sus pupilas están dilatadas al máximo. Su voz vibra en el silencio.

—Se está acercando. Dios mío, se está acercando…