Capítulo 143

Hace más de un mes que el inquisidor general Landegaard salió de Aviñón con sus carruajes, su guardia noble y sus notarios. Subió hacia el norte hasta Grenoble y desde allí fue a Ginebra, donde pensó dirigirse hacia Italia atajando por los puertos alpinos. Doblada en un bolsillo de su hábito, lleva la lista de las congregaciones que tiene el encargo de inspeccionar desde las orillas del lago de Serre-Ponçon hasta los lejanos Dolomitas. Catorce conventos y monasterios que han dejado de responder a las exhortaciones de Su Santidad.

El Cervino es la sexta etapa de ese periplo a través de los Alpes. La más peligrosa también; aunque conoce personalmente a la madre Gabriella y confiesa sentir debilidad por esa orden silenciosa al servicio de los designios más altos de la Iglesia, Landegaard sabe también que esos muros albergan el evangelio de Satán y la osamenta de Janus, dos reliquias que constituyen el principal blanco para los innumerables enemigos de la fe. Esta circunstancia hace más preocupante todavía el silencio de las recoletas después del paso de la plaga; por eso esta sexta etapa es la que concentra la atención del inquisidor. Había intentado convencer a Su Santidad de ir directamente allí. Pero Clemente había objetado que cabalgar hasta el Cervino sin hacer un alto en las otras congregaciones que se encontraban en el camino podría atraer la atención sobre la verdadera misión de las recoletas.

Unas horas después de salir de la ciudad de los papas, el inquisidor y su escolta habían pasado junto a las últimas fosas abiertas en la tierra de Provenza, donde hombres agotados cubrían de cal los cadáveres. Luego habían atravesado pueblos abandonados y campos vacíos sin volver a encontrar un alma viva.

El mismo silencio y la misma sensación de soledad se han abatido poco a poco sobre la pequeña tropa que se acerca al pueblo de Zermatt. Desde hace algunas leguas, un extraño olor de armazones de casas quemados y de fuego ha empezado a flotar en el aire, lo que hace fruncir la nariz de los jinetes, que buscan su procedencia.

Landegaard es el primero en ver las ruinas carbonizadas del pueblo. Cuatro guardias que bromean en la retaguardia de la columna se callan de golpe al descubrir la visión: granjas devoradas por el fuego y graneros derrumbados sobre familias enteras; el inquisidor encuentra sus esqueletos carbonizados en medio de los escombros. Landegaard alza los ojos hacia las murallas del convento, que se recortan a lo lejos a la luz rojiza del crepúsculo. Una bandada de cuervos traza círculos alrededor de las torres. Entonces, sin pronunciar una palabra, Landegaard monta en su caballo y toma el sendero de mulas que sube por las estribaciones del Cervino.