Capítulo 130

Tras cruzar un puente de hielo tendido sobre una hendidura vertiginosa, Carzo y Parks avanzan pegados a la muralla hasta una brecha lo bastante ancha para dejar pasar a un hombre de lado. Cuando Parks entra siguiendo al sacerdote, el viento que aúlla fuera parece alejarse. En el interior, el aire helado permanece inmóvil.

Mientras escucha el ruido de sus pasos sobre el cemento, Parks cierra los ojos y aspira los olores de tierra mojada y de polvo que flotan en los pasillos. También huele a cuero. Sí, el olor que domina es el de cuero, como si los manuscritos prohibidos ocultos durante siglos en ese convento hubieran impregnado sus paredes. La memoria de las piedras. Parks centra su atención en la tea que el padre Carzo acaba de encender. La corriente de aire hace oscilar la llama, como si se hubiera abierto una puerta en los pisos superiores.

Ahora avanzan por un ancho pasillo que asciende en pendiente suave. Escrutando el techo, Parks ve innumerables bolitas anaranjadas que la tea parece iluminar a su paso. Un roce de alas. Un grito agudo reverbera en el túnel. Ultrasonidos.

—¡Por el amor de Dios, Carzo, apague inmediatamente esa jodida tea!

Instintivamente, el padre se detiene y levanta la antorcha. Al principio, la luz parece perderse en una especie de denso follaje que recubre el techo y las paredes; luego, la cortina de follaje se pone a batir furiosamente el aire, como un bosque de alas y de bocas plagadas de colmillos.

—¡Jesús misericordioso! ¡Tápese la cara y corra tan rápido como pueda!

El techo y los muros parecen derrumbarse cuando los murciélagos se separan de la pared. El padre Carzo agita la antorcha ante él para abrirse paso. Con los sentidos embotados por el olor de carne chamuscada que invade el túnel, Parks se agarra a la sotana del exorcista a la vez que nota cómo unas garras se enredan en sus cabellos. Horrorizada, quita el seguro de su arma y dispara tres balas a quemarropa contra la cabeza del bicho, tres detonaciones breves que estallan en su oído mientras los restos del animal chorrean por su nuca.

—¡No se detenga o estamos perdidos!

Parks siente que la cólera estalla en el fondo de su vientre. No tiene ninguna intención de acabar devorada viva por unos vampiros que rebañarían su cadáver hasta los huesos. Obedeciendo al grito de Carzo, profiere un alarido de rabia y empuja hacia delante al sacerdote con todas sus fuerzas.