Capítulo 127

Con la cara pegada al ojo de buey, Parks contempla cómo las olas del océano se recortan en la penumbra. Placas de hielo y gigantescos icebergs entrechocan en medio de las aguas grises. Luego, la cresta de las olas parece congelarse por efecto del frío y Marie distingue a lo lejos las costas recortadas de Groenlandia. Consulta su reloj. Todavía cuatro horas de vuelo. Después empezará lo desconocido, el paseo hacia el Infierno tras las huellas de una recoleta muerta en la Edad Media.

Parks se sobresalta, angustiada. Pensando en ese camino frío y sin retorno que le espera, acaba de recordar un día en el que estaba cenando en un restaurante con unos amigos y aceptó que una gitana le predijera el futuro. Un episodio que creía haber olvidado por completo. Fue un mes antes del accidente. Un estremecimiento desagradable le recorrió la piel cuando los dedos rasposos de la vidente se cerraron sobre su mano. Sus amigos estuvieron bromeando un rato, hasta que a Marie se le congeló la sonrisa al notar que las manos de la gitana apretaban la suya cada vez más fuerte. Al alzar los ojos, vio un destello de terror en la mirada de la vidente. Inmediatamente, las risas de los comensales se apagaron y un silencio mortal se abatió sobre ellos.

Después, la gitana se quedó con los ojos en blanco y empezó a hacer extraños ruidos con los dientes.

«Dios mío, está sufriendo un ataque epiléptico». Eso era lo que la joven pensó mientras la vidente caía al suelo.

Parks contempla la noche a través del ojo de buey. Una semana más tarde, la gitana consiguió llamarla por teléfono burlando la vigilancia del servicio de psiquiatría donde había sido ingresada. Marie le preguntó qué había visto aquella noche. Tras una larga vacilación, la mujer le respondió que había visto cinco cuerpos crucificados en una cripta. Se produjo otro silencio. Luego, la voz de la gitana sonó de nuevo, aterrorizada, en el aparato:

—Escúcheme atentamente, me queda poco tiempo. Los Ladrones de Almas se acercan. La buscan. Cuatro mujeres van a desaparecer. Usted será la encargada de la investigación. No debe internarse en el bosque. ¿Me oye? ¡Sobre todo, no se interne en el bosque!

—¿Por qué?

—Porque la quinta crucificada es usted.

Parks se seca una lágrima con la mano. Unos días más tarde, la infeliz se suicidó. Dejó unas libretas llenas de dibujos de su visión: ancianas crucificadas, tumbas abiertas y bosques de cruces. Eso, y algunos croquis de una fortaleza en la cima de una montaña, un convento. El de las recoletas del Cervino.

Marie cierra los ojos. El padre Carzo tenía razón: secuestrando a las cuatro desaparecidas de Hattiesburg y dejando su ropa en la linde del bosque, Caleb sabía que era a ella a quien el sheriff Bannerman llamaría esa noche. Por eso mató a Rachel.

Extenuada por esos recuerdos, Parks se ha dormido. Cuando despierta unas horas más tarde, el aparato está iniciando el descenso hacia los Alpes.