Capítulo 118

Ballestra vuelve sobre sus pasos y registra uno a uno los cubículos de los sucesores de León Magno. Una multitud de pergaminos, que desenrolla sobre los escritorios para leerlos a la luz de la linterna. En el cubículo de Pascual II es donde finalmente encuentra el rastro del manuscrito.

Cuidadosamente conservado en el monasterio cercano a Alepo, donde León lo había mandado con su escolta, el evangelio de Satán permaneció en el olvido durante casi siete siglos. Hasta el año 1104, a raíz de la primera cruzada. Un tal Guillermo de Sarkopi, capitán al mando de la retaguardia del ejército del príncipe normando Bohemundo, lo encontró entonces medio enterrado bajo la arena entre los esqueletos de sus guardianes. Sarkopi envió una carta a Roma para informar al Papa. Ese correo, fechado el 15 de septiembre del año de gracia 1104, es el que Ballestra lee en voz alta:

Santidad:

Hemos descubierto el día de hoy, cerca de Alepo, un monasterio construido en adobe; la congregación, compuesta de once almas, parece haber sido exterminada por un extraño mal. Reproduzco aquí el blasón de esa cofradía a fin de que podáis encontrar sus orígenes. Pero, por lo que saben los monjes que me acompañan, este escudo no guarda parecido con ningún otro. Como si esa orden no hubiera existido jamás o hubiera nacido en secreto por deseo de algunos poderosos prelados.

Más extraño aún es que esa congregación no parece haber tenido otra razón de ser que la de preservar manuscritos antiguos, que hemos encontrado en las grutas del monasterio. Entre esas obras que llevan señales de Oriente y la marca de la Bestia, hay uno más malicioso todavía que los demás, alrededor del cual los cadáveres estaban formando un círculo, como si hubieran querido preservarlo hasta exhalar el último suspiro.

Antes de morir, el superior de esta cofradía tuvo tiempo de escribir una advertencia en la arena, hasta que el hueso de su dedo quedó paralizado en la última letra que había conseguido trazar. Esos trazos han permanecido intactos gracias a la inmovilidad y a la gran sequedad del aire que reina en estas grutas. He aquí lo que he podido leer después de que uno de mis lanceros italianos me las haya traducido, pues parece que estas letras de arena fueron escritas en la lengua de los mercenarios de Génova.

Un crujido de papel. Ballestra recorre las líneas que Sarkopi copió a partir de las inscripciones trazadas un siglo antes en la arena.

13 de agosto de 1061. Yo, fray Guccio Lega de Palisandro, caballero archivista a las órdenes de la Santa Sede, informo de que un mal incurable ha afectado a nuestra comunidad y de que, único superviviente de todos los míos, muero el día de hoy ordenando al que encuentre mis restos que manipule con precaución el manuscrito que he colocado en el centro de nuestros cadáveres. Porque es obra del Maligno y debe ser transportado sin demora a la primera fortaleza de la cristiandad, donde sus murallas puedan preservarlo de los ojos impíos. Desde allí, tendrá que ser llevado bajo escolta hasta Roma, donde únicamente Su Santidad podrá decidir lo que conviene hacer con él. Formulo aquí el deseo de que nadie cometa el irreparable sacrilegio de abrir esta maldita obra, so pena de que sus ojos se consuman y de que su alma se marchite para siempre.

Ballestra deja caer el pergamino al suelo y lee febrilmente el siguiente, tercera hoja del correo enviado a Roma por Sarkopi.

Santidad, tal como recomendaba esta advertencia, he hecho introducir el manuscrito en una funda de lona y lo conduzco ahora bajo la debida vigilancia a la fortaleza de San Juan de Acre, que el rey Balduino acaba de arrebatar a los árabes. Allí esperaré vuestras órdenes relativas al destino que debe reservarse a esta obra, la cual parece contener tanta negrura y tantos maleficios que creo poder afirmar que ha sido ella la que ha matado a sus guardianes.