Parks pasa revista a las polvorientas obras en las que la recoleta hizo anotaciones unas horas antes de morir: frases ilegibles que parecen obedecer a un código complejo compuesto de jeroglíficos y de fonemas. Pasa las páginas con los dedos. En todas esas obras, la religiosa ha rodeado con un círculo palabras que se repiten sin cesar, y cada uno de esos círculos está unido a una anotación hecha en el margen. Forman un gigantesco jeroglífico de varios miles de páginas. Parks deja escapar un suspiro de desaliento. A fuerza de estudiar los manuscritos de la biblioteca prohibida, la recoleta debió de dar con un detalle que atrajo su atención y poco a poco la desvió de sus otros trabajos. Un hilo conductor, algo suficientemente inquietante para pasarse meses indagando.
A medida que hojea los manuscritos, Marie empieza a sentir la agitación que debió de invadir a la anciana mientras se acercaba a la solución del enigma. Debía de levantarse a media noche para proseguir sus investigaciones mientras sus hermanas dormían. Seguramente fue así como logró dar con el secreto que le costó la vida.
Parks se dispone a dejar la última obra cuando un puñado de hojas cae del interior y se esparcen sobre la mesa. Las recoge y las examina: son unas hojas transparentes que la recoleta ha llenado de símbolos y de figuras inacabadas. El tipo de signo que basta pegar sobre otros símbolos incompletos para poder descifrar el conjunto. Un código puzle. Colocando una hoja sobre una página escogida al azar de uno de los manuscritos, Parks descubre que los símbolos encajan a la perfección y que ahora puede leer las anotaciones de la monja. Así pues, se sumerge en las obras y enseguida se da cuenta de que las palabras alrededor de las cuales la religiosa ha trazado un círculo designan, en realidad, a un solo ser maléfico: Gaal-Ham-Gaal. Un señor negro escapado de los Infiernos, el gran mal. Todas las demás palabras lo designan a él, que ha engendrado al resto de demonios. Susurrando en la oscuridad, Parks recita como una letanía el nombre de esos espíritus del Mal cuyo retrato ha esbozado la recoleta en el margen.
—Abbadon el destructor, el ángel exterminador del Apocalipsis, príncipe de los demonios de la séptima jerarquía y soberano del Pozo de las Almas. Adramelech el canciller de los Infiernos. Azazel, general en jefe de los ejércitos infernales. Belial, Loki, Mastema, Astaroth, Abrahel y Alrinach, los señores de los huracanes, de los terremotos y de las inundaciones.
Marie continúa pasando las páginas y colocando las hojas transparentes sobre los márgenes. Lee:
—Leviatán, Gran Almirante de los Infiernos. Magoa y Maimón, los poderosos reyes de Occidente. Samael, la serpiente que hizo caer a Eva. Alu, Mutu, Humtaba, Lamastu, Pazuzus, Hallulaya y Attuku, los siete caballeros de las tormentas que atormentaron Babilonia. Tiamat y Kingu. Set, príncipe de los demonios torturadores del antiguo Egipto. Ahriman y Asmoug para los persas, Hutgin y Ascik Bajá para los turcos, Tchen Huang y Yen-Vang para los chinos, Durga, Kali, Rakshasa y Sittim para los indios.
Termina su letanía con Huitzilopochtli, el dios Sol al que los aztecas sacrificaron millones de prisioneros arrancándoles el corazón para que su luz no se apagara. Todos ellos nombres que designan, según la monja, una sola matriz del Mal, un azote que había escapado de los Infiernos para atormentar al mundo: Gaal-Ham-Gaal.