Capítulo 96

Marie apaga el cigarrillo en un cuenco de barro cocido y se dirige hacia el armario, cuya puerta está entreabierta. En el interior, encuentra un fajo de hojas en las que la recoleta ha esbozado escenas de pesadilla: ancianas crucificadas, tumbas abiertas y bosques de cruces. Los mismos dibujos que en el cuaderno de Mary-Jane Barko.

En cada dibujo, la religiosa ha añadido una cruz roja envuelta en llamas, cuyos extremos forman una hilera de letras: INRI, el titulus de Jesucristo. Sobre esas siglas, la recoleta ha garabateado su significado y su traducción:

IANUS REX INFERNORUM

Este es Janus, el rey de los Infiernos

Parks siente que la angustia invade su corazón. Eso es lo que significaban los tatuajes de Caleb. No Jesús hijo de Dios, sino Janus, su doble, al mando de los Infiernos. El Sin Nombre.

La joven se dispone a cerrar el armario cuando ve en el suelo unas marcas de desgaste que parten de las patas del armario y vuelven a ellas. Como si el mueble hubiera sido desplazado numerosas veces para luego ser dejado exactamente en el mismo lugar: siempre el mismo movimiento, incesantemente repetido. Arqueando el cuerpo contra la pared, Parks empuja el armario hasta que las patas llegan al final de las marcas. Después examina el trozo de pared que acaba de dejar al descubierto. Es granito; sus asperezas rascan la superficie de la palma de sus manos. De pronto, estas detectan una superficie distinta. Marie va a buscar una vela y reanuda la inspección. El granito, duro y frío en otras zonas, allí se vuelve bruscamente más liso y está casi tibio. Marie da unos golpes con los nudillos. Suena a hueco. Seguramente es una tabla de madera cubierta de cal. La arranca con la punta de los dedos y descubre, excavado en la pared, un hueco de un tamaño equivalente al de un ladrillo grande, que la anciana recoleta debía de haber troceado pacientemente antes de deshacerse con discreción de los fragmentos en el patio del convento. Aquello debía de haberle llevado noches de trabajo silencioso.

Registrando el hueco, Parks nota que sus dedos entran en contacto con el cuero polvoriento de una vieja encuadernación, atada con una faja de tela. La saca. En el interior, encuentra un legajo de pergaminos de trama gastada y bordes deteriorados por el paso del tiempo. La joven los dispone sobre la mesa de piedra y acerca un candelero para iluminarlos sin correr el riesgo de chamuscar su superficie. Después se sienta en el taburete y comienza a leer en voz baja aquellas líneas; las palabras escritas con pluma parecen danzar ante sus ojos.