Capítulo 88

Cuando Parks sale de Denver en dirección a las montañas, la nieve que se arremolinaba en el aire helado ha empezado a caer en gruesos copos. En Bakerville, la capa de nieve en polvo ya es de casi tres centímetros y sus habitantes, inclinados bajo los embates del viento que acaba de levantarse, se han calzado las botas forradas para guardar las últimas provisiones.

Marie prosigue su camino por la Interestatal 70, a pesar de que su trazado sinuoso se borra poco a poco bajo el diluvio de copos. En Bighorn, donde se desvía hacia el sur siguiendo la vía del tren, los arroyos y las aceras han desaparecido por completo. Los últimos controles policiales que acaba de pasar anuncian a los usuarios que la tormenta ha sobrepasado los montes Laramie y que en la aglomeración de Boulder hay treinta centímetros de nieve en polvo.

Parks circula ahora en dirección sur sobre un grueso manto blanco. Solo ha parado una vez para tomar una taza de café y fumar un cigarrillo. Cuando llega por fin a Holy Cross City está anocheciendo. Desde que la luz del día ha empezado a desaparecer, los faros del 4x4 iluminan un verdadero muro de copos que los limpiaparabrisas tienen dificultades para apartar hacia los lados.

Después de poner el climatizador al máximo para desempañar el parabrisas, Parks distingue a lo lejos los faros giratorios de una columna de quitanieves que despejan las calles empujando enormes montones de nieve hacia las aceras. Al llegar a un cruce, tres vehículos se separan de la columna y giran a la derecha por la carretera que lleva al convento de Santa Cruz. Será el último paso de las excavadoras antes de que llegue lo peor de la tormenta. Con sus treinta toneladas de chatarra montadas sobre orugas y sus parachoques reforzados, más vale esperar a que bajen para emprender la subida.

La joven ve un bar de camioneros; los tubos de neón parpadean en el aire glacial. Aparca en batería entre dos coches cubiertos de nieve. Con el motor y los limpiaparabrisas en marcha, apoya la nuca en el reposacabezas y contempla los números azules del reloj en el salpicadero. 20.07. Debería dormir un poco antes de subir al convento, solamente unos minutos. Lucha un momento contra esa deliciosa tentación, intenta concentrarse en el soplo templado de la calefacción que acaricia su rostro, se aferra al ruido de cadenas que hace un coche al pasar. Luego cede y cae en un profundo sueño.