Los altavoces de la cabina anuncian que el aparato acaba de cruzar la frontera de Nebraska y que la temperatura está bajando, señal de que se prepara una tormenta de nieve sobre las montañas Rocosas. Parks alza los ojos del expediente y pega de nuevo la nariz contra el ojo de buey. El mar verde de las grandes llanuras se extiende ahora hasta el horizonte. Contempla la fina película de escarcha que se forma en la superficie del plexiglás y borra poco a poco el paisaje. Un espeso penacho de condensación escapa de las turbinas y las alas empiezan a brillar en el aire glacial. Marie aguza el oído. El siseo de los reactores cambia a medida que el piloto da más potencia para compensar el peso del hielo que se forma sobre la carlinga. La joven maldice a Crossman pensando en el frío que pasará antes de llegar a ese dichoso convento perdido en medio de las Rocosas. Se sumerge de nuevo en la lectura.
Ningún signo más de vida en los principales periódicos del planeta después de Durban. Y, en la libreta de Mary-Jane Barko, la caza del hombre parecía terminar ahí, en la punta de África. Los ojos de Parks se agrandan al ver, unas páginas más adelante, un informe de la policía marítima sudafricana. El documento, muy deshilvanado, habla de diversos fenómenos extraños que tuvieron lugar en las aguas de las islas de Tristan da Cunha, un archipiélago perdido en medio del Atlántico, a más de dos mil quinientos kilómetros de las costas sudafricanas, la noche del 27 al 28 de octubre, es decir, una semana y media después de que las religiosas hubieran perdido el rastro de Caleb.
Al captar un mensaje de petición de auxilio procedente del Melchior, un portacontenedores que se dirigía a Argentina tras haber hecho escala en El Cabo, el paquebote Sea Star puso rumbo en plena noche hacia la señal. El informe precisa que el Sea Star paró máquinas ante el Melchior, cuya proa golpeaba las olas de un modo que parecía indicar que el carguero iba a la deriva.
Los marineros del Sea Star subieron a bordo y recorrieron las cubiertas desiertas. Luego, una voz neutra anunció por radio que la zona de las crujías estaba empapada de sangre y que había numerosas señales de lucha, descargas de perdigones en las paredes y balas perdidas en las puertas de los camarotes. Más allá, los marineros del Sea Star encontraron cuatro cadáveres horriblemente mutilados. Los cuerpos estaban despedazados de manera incomprensible. Después siguieron hasta la pasarela, donde los supervivientes del Melchior se habían refugiado antes de que aquella cosa los atrapara.
Como vieron que faltaba un bote salvavidas, el capitán del Sea Star mandó hacer un barrido sobre el mar con sus potentes focos. En vano. Así pues, tras haber alertado a la policía marítima sudafricana, el Sea Star reanudó su ruta hacia el oeste.
Parks, febril, pasa las páginas del informe Crossman para confirmar las fechas. Dos meses de silencio habían transcurrido desde Durban cuando Patricia Gray publicó otro anuncio en el periódico La Nación, de Buenos Aires. La caza del hombre se había reanudado. Marie vuelve unas páginas atrás y lee el destino del Sea Star. Punta Arenas, un puerto de Tierra de Fuego situado en el extremo del continente sudamericano. Cierra los ojos para luchar contra el vértigo que se apodera de su mente. Caleb se había marchado de El Cabo a bordo del carguero Melchior, el portacontenedores que las religiosas habían visto debatirse contra las corrientes mientras contemplaban las aguas oscuras en el extremo sur de África. Debió de esconderse en la bodega de la embarcación. Probablemente, mientras el carguero se acercaba al archipiélago de Tristan da Cunha, un marinero lo descubrió y Caleb mató a la tripulación. Había visto las luces del Sea Star a través de los cristales mugrientos de la pasarela donde acababa de acorralar a los supervivientes del Melchior. Entonces soltó una chalupa, se zambulló en el mar y nadó con todas sus fuerzas para apartarse del estrave del paquebote que se acercaba. Luego consiguió subir al Sea Star, donde permaneció escondido hasta que el barco llegó a su destino.
Cientos de turistas dormidos sobre Caleb. Parks siente náuseas al imaginar qué habría pasado si un marinero del Sea Star hubiera despertado a la Bestia.