Capítulo 71

Una señal sonora surge de los altavoces de la cabina. La voz metálica del comandante anuncia que el 737 está sobrevolando la región de los Grandes Lagos. Parks alza los ojos del expediente y da un mordisco a la manzana mientras pega la nariz al ojo de buey. Muy lejos por debajo del aparato, distingue la orilla sur del lago Michigan y los rascacielos de Chicago. Bebe un trago de agua mineral para quitarse el sabor harinoso de la manzana envuelta en celofán y pasa a las páginas en las que Crossman ha grapado los informes encontrados en las habitaciones de las desaparecidas: unas cincuenta hojas sobre la investigación interna que el Vaticano inició tras la ola de asesinatos de recoletas en África, Argentina, Brasil y México. Conventos perdidos en el mundo por los que la Iglesia había dispersado sus manuscritos más secretos. No fortalezas como en Europa o en Estados Unidos, sino simples conventos de adobe perdidos en lo más recóndito de la jungla o de la sabana. Trece ancianas asesinadas y crucificadas. Caleb el Viajero, así es como las cuatro desaparecidas de Hattiesburg apodaban al individuo que perseguían. Había cometido trece crímenes en seis meses; un verdadero programa de trabajo de asesino en serie. Con la diferencia de que Caleb no escogía a sus víctimas al azar. Él buscaba un manuscrito que las recoletas conservaban en sus conventos, un manuscrito que debía recuperar a toda costa. El evangelio de Satán.

Marie lee los mensajes que las cuatro desaparecidas intercambiaron en el transcurso de su caza del hombre. El primer anuncio había aparecido seis meses atrás en el Liberia Post de Monrovia. Un recuadro en medio de las esquelas y los anuncios de nacimientos.

Queridas primas:

Abuela fallecida trágicamente en su casa de Buchanan.

Se requiere presencia para las exequias.

Con cariño,

Dorothy.

Si Braxton había decidido que su mensaje apareciera en una publicación africana, eso significaba que las demás religiosas estaban investigando en el mismo continente. Con excepción de Mary-Jane Barko, a la que Sandy Clarks había alertado publicando el mismo anuncio en el Daily Telegraph. Barko había respondido en las columnas del día siguiente:

Llegaré a Buchanan en el vuelo de las 13 horas procedente de Londres.

Vuestra prima Mary-Jane.

Parks lee el informe de la policía de Liberia que el jefe del FBI ha grapado un poco más adelante: acababan de encontrar a una anciana religiosa asesinada en su convento de Buchanan, una recoleta, la supuesta abuela del mensaje publicado por Dorothy Braxton en el diario de Monrovia. La caza del hombre había podido reanudarse. Lo que implicaba que el crimen de Buchanan no era el primero de la serie y que las cuatro desaparecidas ya andaban tras la pista de Caleb antes de llegar a Liberia.

Marie hojea el expediente en busca de un crimen anterior al de la recoleta de Buchanan. Nada. Como si todo hubiera empezado ahí, en las playas blancas de Liberia. Después, su mirada se fija en un anuncio publicado dos meses atrás en un periódico de Cairns, una pequeña ciudad australiana perdida entre el golfo de Carpentaria y los arrecifes de la Gran Barrera de Coral.

Queridas todas:

El abuelo ha vuelto.

Venid enseguida.

Mary-Jane

«El abuelo ha vuelto». El primer asesinato, el que ella buscaba. El pistoletazo de salida de la caza del hombre. Parks, ahora con impaciencia febril, abre una libreta de espiral encontrada por el FBI en la habitación de Barko: «El Viajero ha vuelto…».

Al leer esa frase que la religiosa ha garabateado en la primera página de la libreta, la joven siente que la angustia le quema la garganta. La letra de Mary-Jane es muy irregular, casi resulta ilegible, como si hubiera escrito esas líneas bajo los efectos de un terror indescriptible. Pero, aparte del miedo que reflejan, esas palabras significan ante todo que los primeros asesinatos fueron cometidos mucho antes que los de Cairns y Buchanan. Y que, al igual que Marie persigue a sus asesinos itinerantes a través del planeta, las cuatro desaparecidas acechaban desde hacía años la reanudación de la serie.

Parks pasa las páginas del cuaderno en el que Mary-Jane Barko escribió otras palabras sueltas. Fechas, nombres y direcciones situadas en las diferentes ciudades que la caza del hombre le había hecho visitar. Su respiración se acelera. Las páginas siguientes están llenas de dibujos sangrientos. Ancianas crucificadas, tumbas abiertas y bosques de cruces. Mary-Jane Barko no estaba bien, le pasaba lo mismo que a esos agentes del FBI a los que se les funden los plomos al dar con la reserva de cadáveres de un asesino en serie.

Marie pasa las últimas páginas y encuentra una frase que Mary-Jane Barko había escrito en letras mayúsculas:

VUELVE.

SIEMPRE VUELVE.

CREEMOS QUE HA MUERTO, PERO VUELVE.

Parks cierra los ojos. Sí, es justo eso: en el momento de escribir esa frase, la religiosa estaba a punto de perder los nervios.