Azotado por las trombas de agua que caen del cielo, el vuelo United 554 con destino Denver se eleva pesadamente de la pista y desaparece en la espesa capa de nubes que se extiende sobre Massachusetts. Las ráfagas de viento abofetean los ojos de buey y hacen gemir la carlinga mientras el aparato toma altura. Agarrada a los apoyabrazos, Parks se sobresalta cuando las luces de la cabina se apagan y los rostros macilentos de los pasajeros se sumen en la penumbra. Los reactores rugen en medio de la tormenta. Un relámpago rasga la oscuridad a la derecha del aparato. Parks cierra los ojos e intenta relajarse inspirando lentamente por la nariz. Un olor extraño flota en la cabina, un lejano olor de podredumbre. No, un olor que se acerca a ella. Parks va a abrir los ojos cuando el olor explota en sus fosas nasales. Un movimiento a su izquierda. Se agarrota. Algo acaba de sentarse a su lado, algo que apesta a muerte. Quiere abrir los ojos, pero sus párpados se niegan a moverse. Aprieta los puños con todas sus fuerzas. «No quiero saber qué está a mi lado. Dios mío, por favor, haz que esa cosa se vaya…».
Parks nota que el pelo de la cosa le roza el hombro. Se vuelve y el corazón le da un vuelco al ver el cadáver de Rachel sentado a su lado. Tiene la cabeza gacha, y los cabellos apelmazados por el barro ocultan su rostro. Un relámpago desgarra el cielo en el momento en que Rachel levanta la cabeza y contempla a Parks con sus ojos reventados. Una voz de ogro escapa de sus labios.
—¿Adónde vas, Marie?
Parks cierra de nuevo los ojos y se concentra con todas sus fuerzas para poner fin a la visión. Siente que la mano de Rachel se posa sobre su brazo, sus dedos terrosos se cierran sobre su muñeca. El olor de podredumbre envuelve su rostro mientras Rachel se inclina hacia ella. Sus labios putrefactos se mueven a unos centímetros de los de Marie.
—¿De verdad crees que voy a permitir que actúes, querida Marie?
Parks va a gritar cuando la luz del día salpica bruscamente los ojos de buey. El Boeing 737 emerge de las nubes. La joven abre los ojos y se sobresalta al ver los ojos azules de una encantadora azafata inclinada sobre ella.
—¿Se encuentra bien, señorita?
—¿Cómo?
—Ha gritado.
El perfume que desprende la blusa de la azafata termina de disipar el olor de carroña que todavía persiste en la memoria de Parks. Esta aspira unas bocanadas y esboza una sonrisa.
—Solo ha sido un sueño desagradable.
—¿Un sueño desagradable? Di más bien que ha sido una maldita pesadilla de mierda, querida Marie.
Parks se queda agarrotada de miedo al ver que la sonrisa de la azafata se despliega sobre una hilera de colmillos. Cierra de nuevo los ojos y rechaza la visión. Cuando vuelve a abrirlos, los dientes de la azafata son de nuevo normales. Su voz también.
—¿Está segura de que se encuentra bien?
Marie asiente con la cabeza. Luego mira cómo se aleja la azafata y aspira una bocanada de aire presurizado para tratar de calmar los latidos de su corazón. Sus visiones nunca habían sido tan fuertes, como si la zona que las produce estuviera colonizando otras regiones cerebrales yermas.
A fuerza de imaginarlo palpitando en su caja craneana, Parks había acabado por visualizar su cerebro en forma de un inmenso planeta desértico con oasis de vegetación que representaban las zonasen las que las neuronas están activas desde el momento de nacer. Las áreas de la palabra, de la comprensión, de la coordinación y del equilibrio. Manchas minúsculas perdidas en medio de miles de millones de kilómetros cuadrados de arena cerebral inerte. Un rayo en medio del desierto: eso es lo que ocurrió el día que Marie tuvo el accidente. El estruendo de la tormenta acompañando el parabrisas que explotó contra su cara. Una descarga de luz en el cielo; luego, la nada.
Trasladado a la escala del universo, el pequeño arco eléctrico que había activado la zona muerta de Parks era un rayo de varias decenas de kilómetros de largo, una energía considerable que había afectado a las regiones desérticas de su cerebro. Desde entonces, Parks estaba convencida de que esa energía continuaba propagándose bajo la piel de su cráneo y de que sus neuronas inertes se encendían unas tras otras como miles de millones de farolas en el desierto. Por eso le resultaba cada vez más difícil controlar sus visiones.
La región cerebral prohibida que gobierna las visiones… La joven intenta tragar la bola de angustia que obstruye su garganta. ¿Qué había al lado de esa primera zona muerta, la que lee el pensamiento de la gente, la que resuelve las ecuaciones de mil incógnitas o la que desplaza edificios? Una punzada de migraña le taladra las sienes.
Se vuelve hacia el ojo de buey. El morro del 737 baja ligeramente para volar a velocidad de crucero. El piloto reduce hasta que el ruido de los reactores se convierte en un siseo. Marie pestañea al contemplar el cielo azul oscuro y el sol, cuyos rayos rebotan en las alas del aparato. Abajo, las nubes son tan compactas que tiene la impresión de que el mundo ha desaparecido bajo una espesa capa de nieve.