El Papa levanta su vaso y bebe un trago de agua. El sabor de tierra ha desaparecido. Cuando retoma la palabra, su voz parece rota por el cansancio.
—Unas horas después de que los discípulos de Janus hubieran robado el cadáver de Jesucristo, un hombre llamado José de Arimatea encontró al pie de la cruz uno de los clavos utilizados para infligir el suplicio, un clavo ensangrentado, y lo envolvió en un paño antes de guardarlo bajo su túnica.
Un silencio.
—Sabemos que José de Arimatea entregó ese paño a Pedro, el jefe de los apóstoles, que había recibido de Jesucristo el título de primer papa de la cristiandad. Fue así como el clavo llegó a Roma y, de papa en papa, ha perdurado durante siglos.
—Dios mío, ¿quiere decir que está en posesión de ese clavo?
—Se encuentra en un lugar seguro junto con otras reliquias secretas recuperadas por María y el apóstol Juan, que permanecieron al pie de la cruz durante la agonía de Cristo. Hicimos analizar con el mayor secreto el ADN que se encontraba en ese clavo. Unas fibras de carne solidificada y de sangre muy antigua. Después comparamos esos resultados con el ADN del esqueleto de Janus.
—¿Y qué?
—Pues que es el Jesucristo que los discípulos de la negación enterraron en las grutas del norte de Galilea.
—Señor… ¿Y el santo sudario de Turín? ¿Y los fragmentos de la verdadera Cruz? ¡Todas esas reliquias que hemos afirmado haber descubierto y que hemos expuesto en las iglesias y las catedrales!
—Y el Santo Grial también.
—¿Cómo?
—Dado que hemos llegado hasta aquí, le llevaré un día a visitar las salas secretas del Vaticano. Le sorprendería la cantidad de reliquias verdaderas y falsas que dormitan allí. Reliquias y vestigios arqueológicos.
—¿Vestigios arqueológicos?
—Desde los primeros tiempos de la evangelización de Asia, se encontraron huellas del paso de los misioneros de Janus por China y Asia Central. Hasta Siberia, donde su pista se pierde bruscamente.
—¿Qué tipo de huellas?
—Tablillas de arcilla, altares sagrados, frescos y templos dedicados a Janus. Se sabe que, en esa época, los misioneros tuvieron tiempo de evangelizar a numerosos pueblos nómadas, como los mongoles, y que estos difundieron también el mensaje de la negación como una epidemia mortal.
Otro silencio.
—Durante los siglos posteriores, los archivistas no dejaron de recorrer las regiones más recónditas para borrar esas huellas. Derribaron los templos, destruyeron los frescos de las paredes, rompieron los altares y se llevaron todos los objetos de culto que eran transportables para encerrarlos en las salas secretas del Vaticano. Fue un trabajo largo y fatigoso, pero creemos poder afirmar que no subsiste un solo vestigio del culto de Janus en esta parte del mundo. En cualquier caso, nada identificable.
—Pero…
—Pero, en el siglo XV, cuando los conquistadores del Nuevo Mundo se adentraron en los extensos territorios ocupados por los aztecas y los incas, encontraron… cosas. Cosas extrañas.
—¿Qué cosas, Santidad?
—Cruces de mármol, templos subterráneos y frescos dedicados a Janus.
—¡Señor todopoderoso y misericordioso! ¿Está diciéndome que los misioneros de Janus cruzaron el Atlántico?
—No. Creemos que hicieron lo mismo que anteriormente habían hecho los pueblos de Mongolia, antes de convertirse en los indios de América. Creemos que pasaron por los hielos del estrecho de Bering y bajaron por las costas del Pacífico hasta México. Es como una epidemia. Se extiende.
»Cuando el Papa y los inquisidores de Salamanca se enteraron de que los misioneros de la negación habían llegado al Nuevo Mundo mucho antes que las carabelas de Colón y de Vespucio, los reyes de España y Portugal enviaron cada vez más conquistadores y les dieron carta blanca para adentrarse en el territorio y recuperar las pruebas del culto de Janus. A cambio de esos servicios, estos últimos recibieron el derecho a reducir a la esclavitud a los pueblos vencidos y a conservar todos los tesoros que encontraran. Así fue como, a lo largo de los años, decenas de naves viajaron desde el Nuevo Mundo hasta Roma y España para llevar los vestigios de Janus. Durante ese tiempo, los conquistadores continuaron destruyendo los restos que no podían transportar y exterminaron, además de a los aztecas y a los incas, a todas las tribus que habían sido evangelizadas por los misioneros de la negación.
—¿Desaparecieron todos esos rastros?
—Permanecemos alerta y todavía en la actualidad financiamos numerosas excavaciones arqueológicas en todo el planeta para asegurarnos de que no subsiste nada del culto de Janus. No ha aparecido nada nuevo desde hace casi tres siglos. Pero las últimas grandes selvas vírgenes están retrocediendo, y ¿quién sabe lo que las excavadoras podrían descubrir un día bajo esos árboles milenarios?
Un silencio.
—Perdone, Santidad, pero todo eso no demuestra que Jesucristo no resucitara de entre los muertos. Y tampoco demuestra que renegara de Dios en la cruz.
—¿Con un evangelio datado y autentificado que afirma lo contrario y una calavera coronada de espinos que se encontró justo en el lugar que ese evangelio indica? ¿Va a contar eso a nuestros fieles? ¡Por todos los santos, Camano, despierte! ¡Escúchelos ahí fuera! ¿Qué cree que pasará si los cardenales de la cofradía del Humo Negro se apoderan de esas reliquias y revelan a los fieles del mundo entero que quizá la Iglesia les ha estado mintiendo desde hace más de veinte siglos?
—¿Por qué iban a hacer una cosa así?
—Porque son unos fanáticos y porque han decidido adueñarse de la Iglesia, no para hacerse con el poder sino para destruirla desde el interior. Sin embargo, saben que solo podrán conseguirlo después de tomar el control del Vaticano y elegir a uno de los suyos para que ocupe el trono de san Pedro. En ese momento podrán revelarlo todo. Y para ello, antes deben recuperar el evangelio de Satán, pues contiene todas las pruebas que necesitan.
—Nadie les creerá.
—¿Está seguro? ¿No era usted quien decía hace un momento que si el Papa dice que algo es verdad, ese algo es verdad?
—Sí, siempre y cuando vaya en el sentido de las Escrituras.
—Desengáñese, Oscar, las Escrituras no son más que papel y tinta. Si un papa de la cofradía del Humo Negro abriera el evangelio de Satán en plena celebración de la eucaristía y revelara su contenido a la masa de fieles, le juro que le creerían y que su fe se evaporaría en unos segundos.
El Papa ha cerrado los ojos. Su pecho se eleva tan ligeramente que a Camano le parece que está extinguiéndose. Al cabo de un momento, el anciano susurra:
—Bien, Oscar, ¿qué propone que hagamos?
—En lo concerniente a los asesinatos de las recoletas, la noticia no tardará en difundirse y no podemos hacer nada para evitarlo. En cuanto a los milagros y a las manifestaciones satánicas, de momento controlamos a los medios de comunicación que preguntan continuamente cuál es la posición oficial de la Iglesia. Convocaremos una rueda de prensa para ganar tiempo; explicaremos que el concilio estudiará esos misterios a fin de averiguar si proceden de Dios o de mecanismos ajenos a nuestro ámbito de competencia.
—Tiene razón. Por lo que sabemos, Nuestro Señor no nos desea ningún mal. Así que debemos concentrarnos en las manifestaciones satánicas. Porque, si efectivamente se trata de posesiones colectivas y no de ataques de histeria, debe de existir un foco principal a partir del cual el mal se propaga.
—¿Una posesión suprema?
—¡Quiera el Cielo que no sea eso!
Tras una pausa, Camano pregunta:
—Y en lo que se refiere al evangelio y el cráneo de Janus, ¿cuál es su decisión?
—Hay que volver a empezar a investigar desde cero. Tenemos que hacer lo imposible para recuperar esas reliquias antes que los Ladrones de Almas y destruir las pruebas de la mentira. Ponga inmediatamente a sus mejores legionarios a trabajar en este asunto.
—Ya lo he hecho, Santidad.
—¿A quién ha recurrido?
—Al mejor de todos: el padre Alfonso Carzo, un exorcista al que yo mismo he formado. Sabe distinguir el olor de los santos del hedor de Satán. Si alguien puede encontrar la fuente del mal que se extiende es él.