Capítulo 44

Plic, plac.

Unas gotas repiquetean contra el cemento. Marie se estremece. Una pequeña chispa acaba de encenderse en algún lugar de su mente. Como una habitación oscura donde los tubos de neón parpadean uno tras otro y hacen retroceder las tinieblas, su cerebro se despierta. Capta desde muy lejos el sonido de las gotas que se extiende. Lentamente, asciende hacia la superficie de las cosas, recupera la conciencia de su cuerpo, de sus brazos y de sus piernas. Del calambre extraño y doloroso que recorre sus músculos.

Pam.

Otro sonido, mucho más fuerte. Como martillazos contra una pared. No, contra algo de madera. El lamento hueco de la madera que el carpintero golpea con todas sus fuerzas. El chasquido del metal contra la madera y el chirrido de los clavos que se hunden en el corazón de un madero. Marie siente que aumenta el miedo en su interior. Es apenas una sensación, un hilo de tinta en un agua transparente. Pero su mente, que recobra poco a poco la conciencia, intenta desesperadamente dormirse de nuevo para escapar de ese hormigueo que se extiende por su carne.

Pam.

Marie se sobresalta. Ahora, el ruido hace vibrar todo su cuerpo. Siente una quemazón, ligera al principio y luego cada vez más aguda, como la punta incandescente de un cigarrillo que se acerca; un calambre muerde sus pantorrillas, sube hacia sus muslos y su vientre.

Pam.

Cada vez que se produce ese ruido, la onda del choque estalla en los hombros de Marie, en sus vértebras, sus caderas y sus tobillos. Su cerebro está ahora totalmente despierto, y lo que descubre la deja paralizada de horror.

Pam.

Tiene los brazos y las piernas abiertos. Está desnuda. Nota el contacto rugoso de la madera contra su espalda, la quemazón de las astillas, que con cada golpe se clavan más profundamente en su piel. El miedo explota en su vientre. El ácido del miedo que los órganos aterrados segregan en abundancia, que las venas recogen y propulsan hacia los demás órganos, hacia los brazos y las piernas, que siguen sin responder. Marie intenta cerrar las manos. No lo consigue.

Pam.

Ese ruido, fortísimo ahora. Con los sentidos totalmente embotados por el hedor que la envuelve, recuerda: el chapoteo de la lluvia sobre la hojarasca y la silueta de Rachel escabulléndose entre los árboles. Recuerda la cripta, los muertos desplomados sobre los reclinatorios y los cadáveres crucificados. Y después recuerda la quinta cruz.

Pam.

El corazón de Marie se acelera. Siente cómo la punta de un clavo se hunde en el madero después de atravesarla. Un clavo de acero que penetra en la madera a través de la carne y de los tendones de su muñeca. Un líquido resbala por sus brazos y sus axilas. Sus pechos están impregnados de ese líquido pegajoso que se desliza por su vientre hasta el canal de su sexo, desde donde cae en gruesas gotas. Gruesas gotas que repiquetean contra el suelo.

Plic, plac.

Marie abre los ojos y ve la gruesa correa de cuero que sujeta su brazo. Ve su mano abierta contra el madero y la mano que sujeta la suya contra este. La cabeza de un clavo sobresale de su muñeca hinchada. Ve el martillo que se alza de nuevo y a continuación se abate con fuerza.

Pam.

Marie siente que la grieta del madero se ensancha por efecto del golpe. Siente el clavo que avanza por su carne. Un grito animal estalla en su garganta. Se vuelve y ve a Caleb, cuyo rostro sin vida la contempla. Está muy cerca de ella. Sus ojos brillan en la oscuridad de la capucha. Después siente que la mano helada del asesino agarra su muñeca mientras la otra mano levanta una vez más el martillo.

Pam.

El clavo desaparece en la carne. La cabeza choca contra los ligamentos. Es extraño que ese clavo se hunda sin provocar ningún dolor. Como si su cuerpo no respondiera, como si no fueran sus brazos ni sus piernas lo que el asesino está clavando en la cruz. Sin embargo, el dolor no está lejos. Marie siente que avanza. Se abre paso a través de sus nervios entumecidos. Se acerca.