Capítulo 38

Marie hace una mueca al sentir que el dolor estalla en su tobillo. Se afloja los cordones y se ata un pañuelo alrededor de la articulación. Después deja caer lentamente el peso de su cuerpo y, al constatar que el dolor ha cedido, vuelve a dirigir la atención hacia los charcos de sangre. Ahí es donde el rastro de Rachel se interrumpe. Ahí es donde se ha evaporado. Marie examina la marca que el cuerpo de la joven ha dejado al caer de bruces sobre la arena. Roza la cavidad que su rostro ha dejado cuando el asesino le ha aplastado la cabeza con la bota. Sangre y lágrimas.

Avanza unos pasos por el sendero y se inclina para observar las profundas y regulares huellas que las botas del asesino han dejado en el suelo después de haber alcanzado a Rachel. Las examina con la yema de los dedos: primero el talón, ancho y nítido; luego la suela, que se extiende, y la punta, que se hunde y proyecta una lluvia de arena sobre el resto de la huella. El hombre camina dando firmes zancadas. Sabe adónde va.

Marie repara en que las huellas del pie derecho son más profundas que las del pie izquierdo. Sigue el rastro. De vez en cuando aparecen gotas de sangre. Cierra los ojos: el asesino transporta a Rachel. Todavía no está muerta. La lleva a su antro.

Un faisán surge de entre la maleza y desaparece en el cielo bajo. La llamada de un cuclillo suena a lo lejos. El toc-toc de un pájaro carpintero atacando un tronco hueco. El bosque despierta.

Marie sigue el sendero hasta el pie de un viejo roble, donde las huellas se interrumpen. Ahí es donde el asesino se ha apartado del camino. Ve a través de los árboles una iglesia en ruinas. Algunas cruces de piedra cubiertas de musgo emergen de la bruma. Desenfunda su arma y saca el cargador para verificar que está lleno. Colocadas en su depósito, las balas brillan débilmente en la penumbra. Marie quita el seguro. No puede seguir corriendo, pero todavía puede disparar. Una vocecita le susurra que un arma es completamente inútil contra un asesino de ese tipo. Se niega a escucharla. Después de atar una brizna de lana roja a una rama, se aparta del sendero y se aventura bajo los árboles.